miércoles, 12 de febrero de 2014

lectura de la realidad, de La Paco Urondo.



Por Juan Ciucci

A lo largo de nuestra historia, diversos ciclos económicos permitieron a los empresarios de nuestro país “juntarla en pala”, se podría decir. O de un modo menos coloquial: de lograr una tasa de rentabilidad tan alta que les permitió incrementar su patrimonio de un modo extraordinario.

Es cierto que muchas veces esa riqueza debía ser compartida en parte con capitales extranjeros; o que al depender tanto de la división internacional del trabajo, su excedente no era aplicado a diversificar su producción o ampliar mercados. En todo caso, esa riqueza no volvía al país, se destinaba a la usura y la especulación, o se dilapidaba en lujos y placeres.

Aun forma parte del habla cotidiana la expresión “tirar manteca al techo” y sobran las anécdotas de la oligarquía viajando a Europa con vaca y todo, para tener siempre la leche fresca. Los palacios de la Recoleta son muestras de esa producción nacional desperdiciada en la suntuosidad, como serán quizás mañana recordadas las lujosas casas de los countries bonaerense o los interminables edificios santafesinos.

En el marco del sistema capitalista de explotación, la producción social esta en manos de los pocos que se adueñaron de los medios de producción. Y que pueden reclamar como propias las riquezas que esa producción social genera. Por lo tanto, la utilizan o desperdician según sus propios intereses, o por los intereses que les son creados.

En ese marco, apelar a la buena voluntad de los empresarios o a su patriotismo ha demostrado una y mil veces ser sólo una quimera. Es el Estado el que debe intervenir para lograr que esa riqueza nacional no sea despilfarrada o utilizada en contra de los intereses de la Patria. Esto no plantea soluciones, sino más bien una nueva encrucijada: ¿y cómo se logra esto?

Ber Gelbard, aquel particular Ministro de Economía, era un empresario que intentó organizar un grupo nacional, que trabajara a la par (más bien al amparo) del Estado. Si bien su intento llegó al fracaso (aunque aun queden rémoras de su CGE), permitía pensar un espacio empresarial que entendiera las negociaciones necesarias con el Estado, como un actor dentro de una economía planificada. Algo presente en los Planes Quinquenales del primer peronismo, como así también en el Plan Trienal planteado en la última presidencia de Perón.

En la actualidad, ante la falta de inversión y la necesidad de lograr profundizar el camino que lleva el país, nuevamente se apela a la buena voluntad de los empresarios nacionales. O para que no aumenten los precios o para que reinviertan sus ganancias de un modo productivo en nuestro país. A todo esto se suma la dificultad de pensar a las empresas como nacionales, en la actual globalización financiera.

En tanto y en cuanto el Estado no tome medidas serias (y claro está, con el apoyo de los movimientos políticos y sociales), los empresarios seguirán intentando maximizar su tasa de ganancia a costa de quien sea y cómo sea; como lo han hecho, hacen y harán. La Presidenta, en su último discurso, hizo referencia a la fábula de la rana y el escorpión. Que vayan sabiendo que no permitiremos que nos vuelvan a picar.

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