sábado, 24 de octubre de 2015

URRIBARREN, MINISTRO DE SCIOLI PRESIDENTE


 Lo primero que me vino a la mente cuando Daniel Scioli me propuso acompañarlo en el Ministerio de Interior y Transporte fue la imagen de mi viejo: Jorge Enrique Urribarri, trabajador ferroviario argentino, jefe de la estación Arroyo Barú en el interior profundo de la provincia de Entre Ríos.
Jorgito, como le dijeron siempre en el pueblo, nació en 1932 en una casa que quedaba enfrente de la estación de Barú. Era un pibe inquieto que se cruzaba todos los días a curiosear y así llegó, a los 14 años, a manejar perfecto el sistema Morse, luego de horas de juego con el equipo en neutro, con la complicidad del jefe de entonces. A los 16, ya trabajaba en la estación como auxiliar.
Años más tarde se casó con mi vieja, que era maestra y había heredado el cargo de directora de la escuela 24 de Barú, vacante tras la muerte de su madre, o sea mi abuela. Mis hermanos más grandes, Guille y Bocha, y después yo, nacimos con dos años de diferencia cada uno y vivimos nuestros primeros años en dependencias de la escuela.
Nos mudamos a la estación cuando mi viejo quedó de jefe y ahí terminamos de crecer. Fueron años maravillosos, de travesuras, pero también de mucho estudio. Mi mamá, fiel a su profesión, nos agregaba tarea a la que nos daban en clase. Y aunque escuchábamos con ganas el pique de la pelota en el campito entre la estación y el galpón del ferrocarril, que era como nuestro patio de juegos, no había permiso para salir hasta que termináramos todo.
Mi viejo era un tipo humilde, de perfil bajísimo y mucho sentido de la responsabilidad y del laburo. Con nosotros era afectuoso, pero estricto. En la estación estaban él, un auxiliar y un cambista. Cuando empezaron los achiques, quedó Jorgito como personal único. Entonces, con mis hermanos le dábamos una mano carpiendo, cortando el pasto, limpiando. Me acuerdo de tardes enteras ocupadas en pegar con engrudo las guías en los cajones de huevos y pollos. Era la manera de ganarnos el mango para salir el fin de semana.
A Barú no llegaba nada más que el tren, que hacía la línea San Salvador, Barú, La Clarita, Villa Elisa, 1ro de Mayo, Pronunciamiento, Caseros, Uruguay. Mis viejos no conocieron Buenos Aires, ni siquiera Paraná. Nuestros viajes de vacaciones eran a Ibicuy a pescar y a visitar parientes. En casa no hacía falta despertador: con el temblor y el ruido del tren a eso de las 6 de la mañana todos arriba.
De un día para el otro llegó la peor noticia: se cerraba el ramal. Aún recuerdo el sonido y la imagen del último tren, unas horas después. Fue el día más triste que se recuerda en el pueblo. Y quizás el día más triste de la vida de mi viejo que, además de sin trabajo, se quedaba sin casa para su familia. Después lo trasladaron como auxiliar a General Campos y nos mudamos, pero el desarraigo fue terrible. Un cáncer se lo llevó al poco tiempo, a los 56 años. Y enseguida se fue mi vieja, sin poder superar la pérdida de su compañero de toda la vida.
Después del acto con Daniel Scioli en Echagüe este viernes, hablamos con mi hermano Guille por teléfono y, emocionados, pensábamos en que papá podría estar vivo, con 83 años, viendo todo esto, si la amargura no se lo hubiera llevado tan temprano. “Cuando sea ministro, hasta que no lleve el tren de nuevo hasta nuestra estación de Barú no paro”, me animé a soñar yo en la charla. Pero el Guille fue contundente: “No Pato, ni se te ocurra. Nos vamos a meter en un lío”, me dijo. Es que su mujer, María Clara, y la mía, Analía, se ocuparon en estos años de mantener la estación impecable y allí hoy funcionan un museo y una biblioteca.
Yo no sé si el tren va a llegar a Barú, pero sí sé que voy a dejar hasta la última gota de energía en continuar la reactivación del sistema ferroviario del país y en cumplir con cada una de las enormes responsabilidades que Daniel Scioli va a confiar no en mí, sino en todos los entrerrianos, que hace 58 años, cuando aún yo no había nacido, tuvieron por última vez un ministro en el gobierno nacional. Y lo voy a hacer, viejo querido, honrando tu memoria cada día. Vos y la niñez que me diste y haber vivido de cerca tu amor por el tren son mi mejor carta de presentación.


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