sábado, 15 de noviembre de 2014

OPINION DEL BLOG DE ABEL, SIEMPRE VALE LA PENA

Al cerrar la primera parte que iba a dar mi opinión sobre la mejor estrategia para el peronismo en su conjunto. Entonces, tengo que dejar claro que no me interesa hablar sobre el plan que podría elaborar un Estado Mayor celestial. Con toda la carga, inevitable, de prejuicios e intereses que arrastramos los seres humanos, reflexiono desde la realidad del peronismo actual, y de la política argentina actual. En la que todos los argentinos, y algunos extranjeros, somos actores, pero algunos tienen mucho más poder que otros.

Se puede asumir que la Conducción actual, la Presidente, está interesada en la continuidad de las políticas asociadas con su gestión, y de su capacidad de influir en su desarrollo. Por cierto, eso también vale para los que han llegado de su mano a posiciones de poder o de influencia, y, mucho más importante en el largo plazo, para la parte, considerable, del pueblo argentino que se identifica con su liderazgo. Al mismo tiempo, la Constitución le impide un tercer mandato – lo deseara o no – y las relaciones de poder actuales impiden, es evidente, cualquier modificación a esa barrera.

Es posible pensar que CFK quiera construir un sucesor que sea también su continuador. Maquiavelo era bastante escéptico sobre este asunto, pero hoy no se lee mucho a los clásicos. Se cita el caso de Lula y Dilma en Brasil, y, curioso, se omite el más cercano de Néstor y Cristina (Algún K muy entusiasmado con lo de “Fulano al gobierno Cristina al poder” habló de Perón y Cámpora, olvidándose que fue una mala decisión que terminó en un desastre).

Ahora, hay que señalar que, justamente, el de Néstor y Cristina es el único caso que puede llamarse exitoso de la transmisión de un liderazgo en la historia argentina, al menos que yo recuerde. Urquiza y Derqui, Mitre y Sarmiento, Roca y Pellegrini… terminaron enfrentados, a pesar de identidades de origen y proyecto. Hay algo en nuestra cultura que no lo favorece.

Estoy dejando de lado – me señalarán, seguro, mis comentaristas anti K – la duda sobre si una candidatura continuista podría ganar, si la opinión favorable a Cristina se convertiría en votos para su candidato. Sobre eso hay diversas opiniones, y la mía no tendría más fundamentos concretos que cualquier otra. Un ejemplo provincial y reciente, el de Insaurralde el año pasado, muestra que el ser impulsado por Cristina le sirvió de mucho, para trascender de Lomas de Zamora a la provincia. Pero no le alcanzó para ganar, aún con una foto con Francisco.

De todos modos, el hecho es que la Presidente no se ha dedicado hasta ahora a construir un sucesor. Queda tiempo para eso, pero ya no tanto.

Ahora, hay otro actor político colectivo que decidirá sobre la estrategia definitiva, y que los análisis en mesas de arena tienden a olvidar: Es el “peronismo realmente existente”, los gobernadores, intendentes, legisladores… No son un bloque homogéneo – y algunos de ellos, pocos, tienen ambiciones presidenciales – pero los une un objetivo común, irrenunciable: que el candidato presidencial les ayude a ganar en sus distritos o, por lo menos, no los perjudique. Ninguna estrategia puede llevarse adelante sin tener esto en cuenta, porque les van sus vidas políticas en esto.

Finalmente, están quienes deciden si la estrategia que finalmente se desarrolle tiene éxito o fracasa: los votantes. Hay un sector sólido que ha acompañado a la Presidente y sus políticas. Todos los analistas serios – y, salvando las distancias, este blog – están de acuerdo que ninguna candidato del peronismo puede triunfar si ese sector, como tal, no la acompaña. Y que necesita contar con los votos de otros sectores, para ser elegido, en primera o segunda vuelta.

Para no hacerlo demasiado largo – escribí mucho sobre el tema en el blog, y sospecho que lo seguiré haciendo – me remito a la estrategia que despliega hasta ahora la actora principal, la Presidente: 1) continúa “bajando línea” a sus seguidores, es decir, consolidando su liderazgo, desde sus discursos y sus iniciativas. Puede decirse que hace su propia campaña, en la que no influye para nada la de los posibles candidatos. Sólo aparece condicionada por la Sra. Realidad, que podría tener un carácter aún más fuerte que el suyo.

2) Ha dejado abrir, informalmente, un abanico bastante amplio de precandidatos. Ha hecho gestos en favor de todos los que han empezado a hacer campaña. Y deja que el tiempo y las encuestas – que, como todos nosotros, las lee, tras, supongo, asegurarse que no son operaciones – vayan “acomodando” las ambiciones. Me dicen que la estrategia individual de uno de estos aspirantes, con algún apoyo sindical, ya es la de instalarse como el “vice K” de Scioli.

3) Ha promovido en los últimos tiempos una relación cordial entre la dirigencia kirchnerista más vinculada a ella misma y la dirigencia territorial del peronismo, en general inclinada a la candidatura de Scioli. No creo que sea porque es el “que más mide”. Es una razón, ojo; fue, estimo, la que la llevó a apoyar en varias oportunidades la candidatura de Filmus, no un soldado K ni tampoco carismático, en la Capital. Pero creo que CFK sabe que los resultados de las encuestas de hoy, aún las mejores, no tienen relación necesaria con los de las que se harán en seis meses. Pienso que tiene claro que la perduración del kirchnerismo será en el seno del peronismo o no será.

Me molesta sonar muy oficialista – tengo “cosa” con el Batallón Chupamedias – pero tengo que decir que es la estrategia más inteligente, llevada adelante por quien está en condiciones de hacerlo. Estimo que este camino desemboca necesariamente en las Primarias Abiertas, que movilizarán a los aparatos y militantes del peronismo. Las heridas que deje… serán curadas rápidamente por el candidato(s) de la oposición, y la necesidad de todo activista político de activar.

El único elemento, me parece, que podría restar importancia a las PASO sería un acuerdo previo explícito entre la Presidente y el gobernador Scioli, si él aparece en marzo como el candidato claramente mejor instalado. (Menciono en particular a Scioli porque no es concebible que él se baje, si no se desmorona en las encuestas. Hay ya demasiados apoyos comprometidos). En la primera parte analicé los pro y contra de un acuerdo como ese.

Ahora, sólo me queda dirigirme al sector de la militancia K – numeroso – que tiene “cosa” con Scioli. Y del cual mi amigo Artemio López se ha convertido en vocero. Para ellos va el recuerdo de un caso, nada especial en sí mismo, pero que es un ejemplo muy elocuente de las debilidades de un enfoque.

Allá por los años 1975, 76 – los argentinos estábamos preocupados por otras cosas, y no prestábamos atención – los Democrátas se estaban preparando para volver al gobierno de los EE.UU., después del desgraciado final de Nixon y la breve presidencia de Ford. Uno de los precandidatos que se lanzó a sí mismo – con un libro modestamente titulado “¿Por qué no el mejor?” era el gobernador de Georgia, Jimmy Carter.

En ese tiempo ya los votos del Sur, que acompañaban a los Demócratas desde la Guerra Civil, se estaban pasando a los Republicanos. Pero el hecho fundamental es que la dirigencia de ese partido era, en una aplastante mayoría, de la Costa Este. Se formó una coalición informal pero muy motivada con el lema ABC “Anyone but Carter” (“Cualquiera menos Carter“).

Bueno, como esos experimentados políticos deberían saber, Cualquiera no es un buen candidato. Jimmy Carter llegó a Presidente, y tal vez la dirigencia demócrata tenía razón (aunque en América Latina Carter salvó vidas): después de él vino Reagan.

Entonces, amigos, no se molesten en hablar mal de Scioli. Eso satisface a la minoría militante y da material para los publicistas de la oposición, que ya lo tienen. Pero no influye en los resultados electorales. La única forma de evitar que Scioli sea el candidato es que construyan uno mejor o apoyen al rival más fuerte. Si esperan que lo haga Cristina… puede ser que sigan esperando. Tal vez ella sí leyó a Maquiavelo.

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