sábado, 27 de diciembre de 2014

FUERA, DE LA HISTORIA OFICIAL


SIMÓN RADOWITZKY - (1891 – 1956)
UN MALDITO EXCLUIDO DE LA HISTORIA OFICIAL

Nació en la aldea de Santiago, provincia de Kiev, Rusia, el 10 de noviembre de 1891.
No existen demasiados datos sobre su infancia. De su juventud, sólo se tiene el dato cierto de su incuestionable formación ideológica anarquista.
Antes de llegar a la Argentina, se sabe que perteneció al grupo ácrata dirigido por el intelectual Petroff, juntamente con los conocidos revolucionarios Karaschin (el del atentado en el funeral de don Carlos de Borbón), Andrés Ragapeloff, Moisés Scutz, José Buwitz, Máximo Sagarin, Iván Mijin y la conferencista Matrena, todos apellidos muy conocidos y odiados por las policías de muchos países. También hubo pruebas de que habría participado en los disturbios de Kiev, en 1905, y6 que por ello fue condenado a seis meses de prisión.
Llegó a nuestro país en marzo de 1908, instalándose en Campana donde se empleó como obrero mecánico en los talleres del Ferrocarril Central Argentino. Luego pasó a Buenos Aires, donde trabajó en herrería y mecánica.
Recién aparece en nuestra historia en 1909, pero en forma drástica, violenta, e imborrable. En ese mismo año, la situación económica y social de nuestro país hacía que la vida para el sector obrero fuera durísima. Además, las ideas del socialismo y el anarquismo estaban influyendo notablemente entre los más oprimidos. Lo mismo ocurría con estas ideas en el resto del mundo.
El 1º de mayo de 1909, Buenos Aires preparaba su jornada del Día de los Trabajadores: los socialistas harían su acto obrero a las tres de la tarde (Alfredo Palacios), y los anarquistas se concentrarían en Plaza Lorea, para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín, y de allí, hasta la Plaza Mazzini. La policía según la prensa, estaba más preocupada por el segundo acto, que por los socialistas.
Hacia las dos de la tarde, la Plaza Lorea se hallaba muy poblada: abundaban los carteles de “¡Guerra a la burguesía!”, “¡Mueran los burgueses explotadores!”, las banderas rojas y los estandartes anarquistas que portaban italianos, rusos y catalanes, entre otros.
En avenida de Mayo y Salta apareció de improviso un coche: era el coronel Ramón L. Falcón, en ese momento, Jefe de Policía. Los manifestantes lo reconocieron y comenzaron los insultos; nunca quedó claro en qué momento comenzó la agresión entre los obreros y la policía. Lo cierto fue que el resultado terminó siendo una de las más trágicas represiones que padeció nuestro país: fueron recogidos tres cadáveres y cuarenta heridos graves, de los cuales, dos morirán poco después.
Asimismo, se allanaron los locales y los domicilios de los anarquistas más implicados. Falcón trató por todos los medios de adjudicar el comienzo del enfrentamiento al grupo obrero; y por supuesto, fue apoyado por sus superiores.
Los anarquistas tampoco se quedaron quietos: lograron la unión de los socialistas y llamaron a un “Paro General”, que sólo se levantaría con la renuncia del Jefe de Policía, Falcón.
La respuesta del presidente Figueroa Alcorta fue: “Falcón va a renunciar el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial”.
Para esos días se llevó a cabo una extraordinaria manifestación de duelo, formada por 60.000 obreros que acompañaron al cementerio de la Chacarita los restos de los compañeros caídos. Esto conmovió mucho a la opinión pública
Pero fue otro hecho el que sacudió aún más a la sociedad argentina: desde la tragedia de Plaza Lorea, en mayo de ese año 1909, muchas fueron las amenazas que rodearon al coronel Falcón. Los anarquistas lo tenían en la mira.
El 14 de noviembre de 1909, cuando Falcón, acompañado por su joven secretario Alberto Lartigau, de 20 años, se dirigía por la Avenida Callao rumbo al sur, un muchacho de aspecto extranjero comenzó a correr a toda velocidad detrás del vehículo del Jefe de Policía. Al doblar el coche por Quintana, el desconocido se acercó y arrojó un paquete al interior del mismo. Medio segundo después se produjo la terrible explosión que terminó con la vida de Falcón y Lartigau.
Ese desconocido era Simón Radowitzky, quien en un principio intentó huir pero luego fue apresado, estando herido en el costado derecho del pecho. Viéndose rodeado, se entregó gritando dos veces ¡Viva el anarquismo!, según relataron los policías que lo detuvieron.
Al dejar el hospital Fernández, Radowitzky fue trasladado a la Comisaría 15º donde se lo sometió a todo tipo de interrogatorios, pero él sólo dijo: “Que era ruso y que tenía 18 años de edad”. No dio ningún detalle del atentado.
Para la policía y el ejército lo sucedido fue una verdadera afrenta, y por eso, para ellos no habrá perdón para el asesino.
Militares, políticos y funcionarios pedían el castigo ejemplar: la pena de muerte, pero la circunstancia de que el imputado fuera menor de edad, determinaba un alivio en la pena.
La policía y la prensa comenzaron una campaña que decía que Radowitzky mentía; sostenían que era mayor de lo que decía. En estas circunstancias apareció un tal Moisés Radowitzky que dijo ser primo del imputado y presentó la partida de nacimiento que ratificaba los 18 años de Simón.
Después de haber estado detenido 14 meses en la Penitenciaría Nacional, fue trasladado al Penal de Ushuaia, donde soportó todo tipo de abusos. A pesar de ello, siempre mostró un buen comportamiento y despertó la simpatía de sus compañeros, quienes lo describían como “el ruso místico”. Cuando sus compañeros anarquistas denunciaron, mediante artículos en la prensa, los abusos a los que se había sometido al penado (daños a su integridad física, psíquica y moral), se ordenaron investigaciones, y se probó que lo dicho era cierto, pues los agentes carceleros fueron sumariados y desplazados de sus trabajos. Es conocida la respuesta que irónicamente daban los guardacárceles al preso cuando éste solicitaba algo para leer: “Tomá la Biblia”. Para sus compañeros anarquistas, Radowitzky se convirtió en el “mártir” del movimiento, y con el tiempo no dejaron de ayudarlo. En noviembre de 1918 lo apoyaron en su intento de fuga (logró escapar pero una patrulla chilena lo devolvió al penal), y luego, aproximadamente entre 1925 y 1928 comenzaron una campaña que tuvo por objetivo liberarlo. Los anarquistas no habían olvidado lo sucedido en los Talleres Vasena ni las muertes de la Patagonia, pero insistían ante Yrigoyen.
Los artículos de Ramón Doll influyeron mucho en el cambio de actitud de la sociedad hacia el delito cometido por Radowitzky, quien en definitiva había llevado a cabo la acción, movido por sus más íntimas convicciones.
El 14 de abril de 1930 fue indultado por el presidente, pero debido al malestar que existía todavía en la policía y en las fuerzas armadas, fue obligado a desembarcar en Montevideo. Las dictaduras que se produjeron en Argentina y Uruguay también lo perjudicaron: primero, se le ordenó el arresto domiciliario y luego, se lo obligó a dejar Uruguay. Pasó un breve lapso preso en la isla de Flores, frente a Carrasco (hasta marzo de 1936).
Ante la imposibilidad de poder continuar con su tarea ideológica, (otro tipo de trabajo le era vedado, ya que tenía sano sólo un pulmón) viendo que ya aquí no podría serle útil al movimiento que jamás lo abandonó, decidió seguir su lucha en España, donde la guerra civil le presentaba una nueva perspectiva. Desilusionado por la complicada situación de los anarquistas en España (donde vio a comunistas matando, en la retaguardia, a militantes anarquistas y del POUM) decidió cruzar los Pirineos, pasar a Francia, y desde allí, trasladarse definitivamente a Méjico.
Desde Méjico pudo hacer periódicos viajes a Estados Unidos, visitar a sus parientes y a la vez, intercambiar impresiones con organizaciones anarquistas de este país. En Méjico, el poeta uruguayo Ángel Falco lo empleó en el consulado uruguayo del cual era titular. Radowitzky cambió su apellido y pasó a llamarse simplemente “José Gómez”, y compartió su pieza de pensión con una mujer, la única que se le conoció en su vida.
Así fueron transcurriendo sus 16 últimos años: entre el trabajo, las charlas y conferencias con los compañeros de ideas y su hogar.
Hasta que el 4 de marzo de 1956, cuando tenía 65 años de edad, murió de un ataque cardíaco. Sus amigos le pagaron una sepultura sencilla.
Después de diciembre de 2001, cuando se generalizan en la Argentina las asambleas populares, una de ellas realiza un operativo tapando los carteles de la calle Ramón Falcón con otros que recuerdan al anarquista Simón Radowitzky. Pero, en tanto su nombre se asocia a la violación del orden y a transformaciones sociales, los viejos carteles de la nomenclatura catastral fueron repuestos y el nombre de Simón regresó al silencio.

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