Un testigo relata la represión a los bancarios
Esta mañana fui con mucha reticencia a una reunión de trabajo que tenía en la editorial Punto de Encuentro. ¿Por qué la reticencia? Porque la librería-editorial está ubicada en Avenida de Mayo entre Lima y Salta y porque la reunión era a las 10.30, hora en que Macri hablaría ante la asamblea legislativa.
No bien salí al subte me encontré con la fanfarria de granaderos, junto a un escuadrón, tal vez el San Lorenzo en el que hice la columna, tal vez el Junín, ocupando la avenida de Mayo. Supuestamente en algún momento Macri debió haber aparecido por ahí, pero no lo vi.
Se hizo la reunión y me quedé esperando una llamada telefónica: si volvía hacia Boedo, el lugar al que debía ir luego de la llamada me quedaría muy a trasmano.
A eso de las 11.30 llegó un imprentero, además compañero, y quedamos los tres, él, Carlos Benítez y yo, conversando en los altos de la librería, con balcón a Avenida de Mayo, todavía cortada por la policía, pues por ahí se dirigiría Macri hacia la casa de gobierno no bien terminara su discurso.
Calculo que el presi ya estaría promediando de balbucear cuando, en momentos en que miraba hacia la avenida, observando que había diez veces más canas que gente (si bien movilizaron a los empleados municipales la concurrencia del macrismo fue mucho más que paupérrima. Me extrañó que ni siquiera hubiera curiosos en las inmediaciones) Fue entonces que por el centro de la 9 de julio, viniendo del norte, veo llegar una enorme columna de manifestantes de la asociación bancaria que literalmente arrasa con el débil cordón policial ubicado sobre la 9 de julio y encara por Avenida de Mayo en dirección al congreso, donde choca con la policía reforzada por gendarmería.
Cuando digo choca, quiero decir choca. Las piñas duraron unos quince minutos y corresponde decir que la policía cobró. O al menos que los bancarios aguantaron la parada con mucha entereza y dignidad, hasta que desde Congreso llegan un carro hidrante, tres carros de asalto de la Guardia de Infantería y un escuadrón de motos con un chofer y un escopetero por vehículo, esos que vimos en acción en el 2001.
Mientras algunos de los bancarios afectados por los sprays con gas pimienta usados por la policía se reponían en el local de la librería, donde en medio de la trifulca, volteado por un tortazo de un manifestante aterrizó un policía que de inmediato manoteó la cartuchera pero, iluminado por el Papa no sacó el arma, los bancarios se fueron tranquilizando y, siempre en medio de discusiones y conciliábulos con los oficiales de la federal, enfilaron por Lima de regreso hacia el norte.
En tanto, maniobraba sobre la 9 de julio un enorme semirremolque convertido en palco que trasmitía por los parlantes una consigna ejemplar: “Si lo tocan a uno nos tocan a todos”, que deberían imitar no pocos dirigentes sindicales en momentos del sálvese quien pueda habitual en las persecuciones, cuando no existe conducción ni encuadramiento ni dirigentes que copen la parada.
A esta altura, tanto yo como quienes aplaudíamos desde el balcón y las puertas de la librería, habíamos comprendido que la oportuna irrupción de la columna de bancarios le había podrido al presidente su retirada triunfal a lo largo de una avenida de mayo en la que, más allá de policía, prefectura y gendarmería, ni curiosos había.
Pero sucedió más: cuando sorpresivamente, motos, carros de asalto y camión hidrante regresaron de apuro hacia el congreso, conjeturamos que la columna de bancarios había avanzado por Rivadavia, irrumpiendo por alguna de las trasversales, pero la avenida seguía tan custodiada y despejada que en varios momentos temí encontrarme en la terrible instancia de ver pasar al presidente a bordo de un cadillac descapotable. Y harto de esperar la llamada que no se produjo, salí rumbo al subte cuando veo pasar, proveniente de avenida de mayo, tres carros de asalto de gendarmería que se dirigían a Congreso. En consecuencia, movido por la curiosidad, no entré al subte en Lima sino que seguí por avenida de mayo, en última instancia para hacerlo por la estación Sáenz Peña.
No avancé mucho: no bien llegué a Salta, intrigado por los cantos y la música que venían desde el oeste, por encima de las vallas policiales me asomé a la calzada de Avenida de Mayo, por la que se veía avanzar una multitudinaria columna en la que prevalecía el color azul en los carteles y banderas.
Estos no son del pro, me dije, y volví a la editorial para observar desde el priviliegiado palco: la columna de la asociación bancaria había irrumpido en avenida de mayo por alguna de las trasversales de la zona de Plaza Lorea o aun más allá y avanzaba hacia la 9 de julio. Pero era mucho más que la columna que habíamos visto una hora antes: ocupaba más de tres cuadras de la Avenida de Mayo, de cordón a cordón. A su paso, como distraídamente, iban volteando las vallas de la policía.
Detrás de la columna venían la gendarmería, los carros de asalto y el hidrante. La columna dobló por la 9 de julio para dirigirse hacia el semirremolque donde calculo que habrán hecho el acto.
Supongo que a los bancarios les habrá resultado reconfortante que algunos los saludáramos desde las veredas y los balcones, pero tengo que decir que a mí me alegraron no ya el día, sino la semana: no les resultará todo tan fácil como parece a estos vendepatria.
Supongo que a los bancarios les habrá resultado reconfortante que algunos los saludáramos desde las veredas y los balcones, pero tengo que decir que a mí me alegraron no ya el día, sino la semana: no les resultará todo tan fácil como parece a estos vendepatria.
Cumplo la módica misión de difundir la noticia, de la que sospecho habrá apenas hablado Crónica TV, ayudado de las tres fotos que me mandó Carlos Benítez.
Hace ya décadas que no salgo a la calle con la cámara de fotos con la que salíamos con mi amigo Diego, y mi celular es modelo 1780, el mismo que llevó al cadalso María Antonieta, con lo que no me fue posible fotografiar ni filmar nada. Adjunto las pocas imágenes que me mandó Carlos Benítez quien, como reportero gráfico, resulta un editor extraordinario.
Magnífico relato.
ResponderEliminarSin duda alguna, una pesadísima herencia la que el virrey recibió. Tratar de reprimir a cientos, miles de personas que exigen que se respeten sus derechos está resultando muy duro, muy pesado.
Es que los denodados esfuerzos por lograr la "pobreza cero" y muy especialmente "la unión de todos los argentinos" deben estar dejando exhaustos desde el virrey amarillo hasta el último de sus cómplices.
Los argentinos aún no se han dado cuenta de las reales dimensiones y alcances de la ReBolución de la Alegría. Pues terminarán alegrándose les guste o no y aunque eso les cueste la salud y la vida.