martes, 8 de agosto de 2017

EL CODIFICADO, LO QUE VIENE, SEGUN ANFIBIA



¿Porqué tan pocos derraman lágrimas por la desaparición del fútbol por televisión abierta? Con los años, el espectador promedio se transformó en un sujeto adocenado, capturado por el verso de la pasión, escribe Pablo Alabarces. Fútbol para Todos permitió el acceso a ver los partidos y tuvo la oportunidad de terminar con el relato machista, el melodrama y el exceso de teatralización, pero se apoyó en los viejos y peores vicios de la narrativa futbolera. Lo que viene, con la re-privatización, no será otra cosa que lo mismo o peor. Pero pagando.

Y bien: se viene el codificado, se viene. Vuelve. A llorar a Cuba. 
La transmisión por aire del fútbol fue una de las innovaciones más interesantes del período kirchnerista, sin que esto signifique celebrarla de pie y a los gritos como tendió a hacer su rama sunnita. Es probable que en sus errores gigantescos está la razón por la que nadie parece derramar demasiadas lágrimas por su desaparición. En ellos, o en que el espectador promedio del fútbol argentino se ha transformado en un sujeto adocenado, inmerso en una alienación de libro –quiero decir: que podría ser esgrimido como ejemplo perfecto por cualquier defensor de las viejas teorías de la alienación, que evidentemente no debieran haber pasado de moda–; un sujeto capturado por el verso de la pasión, a partir del cual justifica las tonterías más descomunales. Por ejemplo, pagar entre 300 pesos (si ya paga a su vez el servicio de cable) y 1200 pesos (si aún no lo hace) para poder ver en HD las aventuras de Tigre frente a Vélez.

Como es bien sabido, Mauricio Macri había sugerido, en tono de promesa de campaña, la continuidad de la transmisión por aire de los partidos de fútbol. Pocos podían dudar de que no pensaba cumplirla, especialmente cuando, ya presidente, nombró a Fernando Marín a cargo del programa: Marín sólo servía para liquidar activos y transformar empresas sociales en negocios privados, como demostró en Racing Club. Para colmo, al batallar sobre el déficit fiscal y la “pesada herencia”, le costaba poco encontrar en Fútbol para Todos (desde ahora, FPT) un ejemplo fantástico de gastos inútiles heredados. Desde ya que el nuevo pacto con Clarín, al que Macri le entregó el desmantelamiento de la ley audiovisual kirchnerista en pocos días, tenía que involucrar al fútbol y la televisación, aunque fuera mediante la retorcida maniobra con la que se consagró a Fox y a Turner como nuevos beneficiarios.

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Los hechos son conocidos: por un lado, la adjudicación la hace una AFA libre de toda influencia del pasado y entregada a la nueva administración a través del pacto Macri-Angelici-Moyano. Por otro, la oferta de Fox incluye tanto la alianza con TyC en la producción como la cancelación del juicio que ésta le había entablado a la AFA por la creación de FPT junto al gobierno de Cristina. En definitiva: Clarín mejora su posición, en tanto regresa con todos los beneficios y sin los costos de aparecer pegado a la propiedad directa. Lo que sigue será facturación directa e indirecta: por la codificación y por la transmisión, abierta o codificada, por cable.

Y sigue también un negocio descomunal para todas las partes, salvo para la mayoría de los clubes. El reparto inequitativo se mantiene, haciendo caso omiso de las experiencias más aventajadas (la inglesa y la alemana, donde el reparto también toma en cuenta el desempeño deportivo y no meramente la condición de “grandeza”) y el punto de partida sigue siendo una deuda francamente impagable, que los dirigentes sólo saben cómo aumentar. El panorama es espantoso, si no fuera desopilante. FPT fue creado en 2009 con el argumento central de la deuda de los clubes. Ocho años después, esa deuda no hizo sino aumentar: el kirchnerismo llenó de dinero a los clubes a cambio de ningún control, ninguna regulación y ninguna supervisión. La consecuencia sólo podía ser más deuda, unos cuantos procesados (de ambos lados del mostrador: Aníbal Fernández y también Luis Segura) y, lo peor, el desprestigio general del programa. Como dije arriba, fácilmente caracterizado como un gastadero inútil.
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Es posible que sólo encontremos novedades por el lado de los soportes. Se sabe que la multiplicación de las plataformas está volviendo obsoleta la transmisión a los viejos televisores: de allí que hasta Twitter está experimentando con la transmisión de eventos deportivos a los celulares con cierto éxito (¡golf en el celular!). Por eso, habrá que ver cómo se diseña un negocio cuyo viejo modelo (cobrar el codificado y el codificador hasta en los bares) ya peca de obsolescencia. Por el lado de los contenidos –y muy especialmente, la gramática de esos contenidos: los modos del relato televisivo–, pudimos ver en este largo año de transmisión por los canales privados que nada nuevo hay bajo el sol: desde Marcelo Araujo para aquí, no se ha inventado nada. Ni siquiera modificaron esos zócalos insoportables con publicidad, que aparecen cuando la acción transcurre justo ahí, en la banda inferior de la pantalla.

Una oportunidad perdida

Nombrar a Marcelo Araujo no es invocar su nombre en vano. Entre el viejo modelo AFA-Clarín-TyC, el posterior FPT y el que se viene, las discontinuidades fueron únicamente de acceso, y hasta ahí: se dejó de pagar el codificado, pero la televisión digital (la TDA) no pudo aún superar una influencia menor, lo que obligaba a los espectadores a seguir pagando el cable si querían ver los partidos aunque fuera por la Televisión Pública (para no hablar de DeporTV, que no sale en el aire). La aparición de Araujo como director periodístico de FPT en 2009 (duró hasta 2014 en el staff) permitía preguntarse varias cosas sobre la coherencia ideológica del kirchnerismo, pero ninguna sobre la orientación del programa: iba a ser, y fue, puro conservadurismo periodístico y televisivo. En nombres: de la mano de Araujo aparecieron sujetos de la envergadura narrativa de Tití Fernández y Marcelo Benedetto. Cuando el modelo Araujo pareció crujir (especialmente, porque ya no reconocía a simple vista a ningún jugador que no fuera Riquelme), FPT convocó como estrella a Sebastián Vignolo, que combina todos los defectos de Araujo, Niembro, Closs, Macaya y hasta José María Muñoz, pero ninguna de sus virtudes (con mucha condescendencia).

La pluralidad de voces declamada como objetivo por el kirchnerismo supuso, en el monopolio televisivo del fútbol, la chatura y coherencia más radical: la enunciación se llamó Fox Sports. Lo que FPT puso en el aire fueron las gramáticas televisivas y los ripios orales de Fox. Los exabruptos nacional-populares de Javier Vicente no significaban innovación, sino apenas un acento local. Que, por cierto, faltó de modo grosero: siendo la Televisión Pública argentina, sus tonadas siguieron siendo exasperantemente porteñas. La única afirmación federal era su clip de apertura, decorado con la clásica iconografía multi-paisajística “de Ushuaia a La Quiaca” que ya hemos visto en todas las publicidades de Quilmes. Jamás un acento provinciano osó violentar la monotonía porteña de las voces periodísticas –en el mismo momento en que jugaban equipos de más provincias que en los viejos Nacionales de los años ‘60 y ‘70.
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Todo esto, claro, para no hablar de las groserías de género. FPT tuvo la oportunidad de dar vuelta como un guante el relato periodístico: por el contrario, ratificó todos sus vicios, y entre ellos su machismo. Sólo cuando comprobaron que habían olvidado cumplir la cuota de género, convocaron a dos voces femeninas: Viviana Vila para comentar, Ángela Llerena para hacer campo. Ninguna relatora, no fuera cosa. Y para rematarla, las dejaron afuera del plantel enviado a la Copa de Brasil 2014: el último día le pagaron unos viáticos a Lerena, como para solucionar tamaña omisión.

Antes de eso, un Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 2013, Viviana cubría un partido, por lo que se le concedió la lectura de un texto alusivo en el entretiempo. Pero, mientras transcurría el gesto de corrección política –qué mejor que un texto hablando de los derechos y las luchas femeninas, en boca de una mujer, durante un programa futbolero–, el director de cámaras no tenía mejor idea que ir enfocando mujeres, todas ellas bellas y jóvenes: demostrando que, a pesar de todo, la mirada y la administración seguía siendo del macho, invariablemente limitado al principio “mirá qué fuerte que está esa mina”.

Unos meses después, Fútbol para Todos decidió promocionar su página web y la posibilidad de acceder a los partidos on line: lo que permitía, según decía el locutor, que la señora pudiera seguir viendo la telenovela (sic) mientras los tipos veían los partidos en la computadora.

En resumen, persistieron todos los vicios del relato televisivo previo: la narración melodramática, el abuso del plano detalle, la teatralización y el histrionismo de los actores resaltado sobre el juego propiamente dicho, la parafernalia tecnológica que exhibe el exceso de puntos de vista; el lenguaje coloquial y grosero, el chiste grueso y sexualizado, ciertos giros incluso racistas. La posibilidad de construir un relato novedoso, desligado de los condicionamientos mercantiles de la industria cultural, se perdió.

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El colega inglés David Rowe, hoy profesor en Australia y que ha trabajado por años el problema de la transmisión de deportes por televisión como problema cultural, afirma que la televisación estatal y pública de los eventos deportivos –y no solo los deportivos– presenta cuatro ventajas:

1. Por supuesto, el acceso, en tanto no limita esa posibilidad al poder adquisitivo o la ubicación geográfica: el deporte circula por televisión abierta, gratuita y de acceso universal.

2. Ligado a lo primero, la estabilidad y confianza en la transmisión, que deja de estar sujeta a decisiones meramente basadas en la maximización de la ganancia o a la relación costo-beneficio.

3. Y además, la posibilidad de la innovación y la calidad: en tanto desligada de la lógica mercantil de la ganancia, la televisación pública puede apostar por la experimentación, por la mejora en la calidad de imagen y relato, por apuestas estéticas indiferentes al rating. Las posibilidades técnicas deben sujetarse a esta lógica estética, y no como mera hipérbole y efectismo, como ya señalamos: la cámara puesta al servicio de la calidad narrativa, y no de decidir si Barros Schelotto putea o tiene caries.

4. Entonces, consecuentemente, debe permitir la crítica y la diversidad de modo radical: el pluralismo de voces entendido como gesto radical, una radicalidad que incluya, si fuere necesario, la crítica del propio emisor –por ejemplo, la AFA o el gobierno nacional o las políticas sobre violencia, de las que se evitó cualquier mención.

De todas esas posibilidades, Fútbol para todos prefirió ninguna: se quedó con la continuidad, la repetición, el conservadurismo estético y narrativo. Apenas innovó en un aspecto: como las publicidades se limitaban a propaganda estatal, se añadieron algunos cortos dedicados a aspectos poco conocidos de los clubes de fútbol –sus niños, su personal auxiliar, sus instalaciones– o apenas celebratorios de sus historias. Y durante las transmisiones, en algunos partidos, la conversión de un gol se conectaba, en pantalla partida, con su festejo en un hogar de fans en algún lugar lejano del país –recordemos que la mayor parte del fútbol argentino ocurre en Buenos Aires. En una palabra: sus innovaciones se limitaron a redundancias del populismo más esquemático, tanto que hasta Turner puede copiarlo sin mayores problemas ideológicos.
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Pero aquí está el problema central, porque incluye al machismo: la televisación del fútbol es pura construcción y reproducción de sus peores taras. No sólo de los lugares comunes del lenguaje –es posible que la última metáfora inteligente la haya inventado Víctor Hugo en su célebre transmisión de 1986, y fue por radio, no por televisión– sino también de la imagen. Celebración aguantadora del “ponga huevo” y del desgarramiento, de la jetsetización y el chismorreo, de la trampa presentada como picardía, del propio periodismo deportivo vuelto celebrity. Cuando esa transmisión fue estatal, tenía múltiples posibilidades y algunos peligros. El kirchnerismo desechó todas las primeras y cayó en todos los últimos. De toda la lista que propone David Rowe, sólo se aceptó la del acceso. No hubo una sola innovación técnica o estilística (o lingüística), no hubo un mínimo atisbo de crítica o autocrítica (no hubo un solo spot dedicado a la violencia, como si ella no hubiera existido), siguió organizada por el ráting y las decisiones del “mercado” –el riverboquismo como última posibilidad del pensamiento.

Por supuesto, no esperemos milagros de Fox, si no los tuvimos hasta ahora.

Lo que viene, lo que viene

Relean los párrafos anteriores: eso es lo que tendremos por delante, que es lo que tenemos por detrás, con la salvedad de que las mujeres han vuelto a ser expulsadas del vestuario masculino que es el relato televisivo (y radial) futbolístico. Sumémosle el costo del codificado, y tendremos lo que nos espera en la próxima década, única diferencia con la pasada.

La conclusión obvia debiera ser la convocatoria a un boicot de los espectadores, que nadie parece estar muy interesado en lanzar, como si pagar para escuchar a Vignolo y ver a Boca fuera el máximo deseo para un argentino macho promedio.

Vuelvo sobre esa vieja palabra: alienación. Frente a esta expropiación del acceso, habiendo probado otra posibilidad –con todos los problemas que señalé, pero al menos gratis–, la única razón por la que no ha aparecido una movilización de hinchas reclamando por la medida y anunciando un boicot de masas es ésa: la alienación futbolera está a punto de caramelo.

La otra solución roza –incursiona en– lo delictivo: dedicarnos en forma masiva a la piratería de señales de Internet. Por eso, me temo, esta columna no puede recomendar Rojadirecta.com o sitios por el estilo. Además, para lo que hay que ver. Personalmente, le sacaré el polvo a mi viejo hinchismo por el Arsenal de Londres. Otro día cuento por qué me hice hincha de los Gunners.

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