domingo, 4 de enero de 2015

ESTA BUENO (quien soy yo para decirlo). Copiado de Rosario12

Las chicas de adriana (Fragmento del Capítulo 1)


[...] Los tres travas de Adriana son mi perdición. Nunca estaría con uno pero me excita mucho mirarlos, espiarlos, ver cómo se transforman. Me encanta cuando se ríen, cuando se miran entre ellos y se aprueban, o no, la vestimenta. Cuando se tiran los huevos y la pija para atrás, cuando se pintan entre ellos, cuando se acomodan la peluca, cuando hacen piquito y empiezan lentamente a hablar como minas, como travas. Travas.
Hace mucho que Adriana no las dejaba encerradas afuera . Yo estuve, como siempre, toda la noche filmando el movimiento. Giselle es mi preferida, tiene un cuerpo que parte la tierra, de atrás parece una mina, pelo largo y lacio castaño oscuro, peluca cara. Me encanta ese tapado de piel blanco que usa ahora en días de frío. De los tres travas, es el que menos voz de mina tiene, le sale mal. Me encanta que le salga mal. Un Duna gris con vidrios polarizados, estacionó por Cafferata, cruzando San Lorenzo, de ahí se bajó ella, acomodando su peluca, separó un poco las piernas (como haciendo un arco), metió la mano derecha por adelante y se mandó la pija para atrás, con la mano izquierda se la acomodó. Después se subió mejor la can can; tenía esa minifalda negra que usa casi siempre, símil cuero o cuerina, vaya a saber, todo eso envuelto en el tapado de piel blanco, una tigresa bengala blanca. El Duna retomó la marcha y ella cruzó San Lorenzo, espió adentro del cyber. Miró hacia la esquina de enfrente, donde estaba Juan durmiendo, el linyera del barrio. íJuan! ¿Una pajita, Juan? íJa ja, arriba que ya es domingo! le gritó. Juan ni se enteró. Siguió por Cafferata hasta la vereda de Adriana y le tocó el timbre. De espaldas a la puerta esperó según la secuencia cotidiana: que Adriana escuchara el timbre / se dignara a levantarse del sillón con olor a perro / atravesara con su pachorra el pasillo y abriera la puerta, mientras todo eso, Giselle cantaba "like a virgin" de Madonna, a su manera; se acariciaba el pelo a los lados y meneaba las caderas, laik a veryen tached for de very ferst taim, laik a veryen, guen ior jert bits, next chu main, gona guiv iu ol mai lov boy mai fer is feding fast. Entró como en loop, era la única parte que se sabía de la canción. La repitió unas diez veces y se percató de que Adriana estaba demorando más que de costumbre. Dejó de cantar, se inclinó para adelante y espió por la cerradura para ver si venía, se quedó en esa posición un largo rato, el mismo que demoré en ir hasta la persiana de la habitación del contrafrente para ver en qué andaba Adriana. Dejé la webcam que estaba enfocando a Giselle y me fui rápido (bah, lo rápido que mis ciento sesenta kilos me permiten) para esa persiana que hace un ángulo perfecto hacia la puerta de la cocina de Adriana, una puerta de casa antigua, de madera con cuatro vidrios en la parte superior. Estaba cerrada y adentro estaba oscuro; sólo había luz en una de las habitaciones temáticas del bulo, en la de Betty Boo.
Digo temáticas porque conozco, no porque haya estado con alguna de las chicas de Adriana sino porque una vez tuve que ir. Cuando mi mujer, mi ex mujer, mis hijos y sus mascotas se fueron de acá, me quedé sin muebles y lo que más me molestaba era no tener un escritorio así que me compré uno usado por Mercadolibre, una ganga, pero era muy largo, tenía que adaptarlo al espacio de la habitación de los chicos, ahora de usos múltiples. No me quedó otra que cortarlo pero Claudia también se había llevado las herramientas; tenía dos opciones: llevarlo a La Mattina o pedir una amoladora y cortarlo yo mismo. Llamar a un carpintero no estaba dentro de las opciones, jamás, jamás dejaría entrar a alguien decente a esta casa. Sabía que Adriana tenía una amoladora, conozco su ruido característico y además la filmé trabajando con la suya, ella también vive sola y arregla cosas de noche. No tenía celular, no figuraba en la guía y tampoco recuerdo haber escuchado el particular sonido de los teléfonos fijos. No iba a bajar a tocarle timbre, todo el barrio sabe del bulo de travestis de Adriana, no era opción, ni ahí. Estar en la ventana del living, que también da al patio de ella, esperando que ella salga a su patio y hacer como si nada y saludarla, tampoco era buena idea, yo, que nunca abro las ventanas, de repente un día aparezco ahí ¿pintado?¿fumando? Ni siquiera fumo, ¿mirando el horizonte? Nunca me gustó, ¿tomando alguna bebida? No, ninguna de esas opciones iba con mi personalidad, todo iba a parecer muy raro. Tampoco iba a comprarme una amoladora. Sólo la necesitaría una vez. Me acordé entonces que los días de mucha lluvia y viento Adriana sube a su techo para acomodar los retazos de plástico negro que están pisados por varios ladrillos y que le sirven para tapar las goteras. Cuando ella sube estamos a la misma altura, yo en el primer piso, ella en su techo, es como si nos encontráramos en la calle, es común, normal. Tuve que esperar a que lloviera fuerte. Miré el pronóstico extendido en el sitio WindGURU buscando la fecha de la próxima tormenta y ahí estaba, por suerte estábamos en invierno, dentro de cinco días llovería. Con esa fecha en la cabeza, inventé un comportamiento que sólo aplicaría durante esos cinco días para no despertar sospechas. Dos veces al día, al mediodía cuando sabía que Adriana le daba de comer a sus tres perros, dos gatos (y un loro), y a las siete de la tarde cuando empezaba a limpiar el patio con Fluido Manchester.
Como quien no quiere la cosa, abría la persiana del living, que va del piso al techo con una reja, recorría la casa sin razón aparente durante unos minutos y luego me sentaba en el sillón, con un libro abierto en las manos. De Claudia, y me ponía los anteojos, también de Claudia, porque yo no usaba. Me los ponía para hacer más creíble la situación, se supone que una persona con anteojos es una persona que lee mucho. Al segundo día escucho: íEh, vecino! íCómo lee usted! No esperaba que Adriana me hablara; hace quince años que vivo acá y nunca habíamos intercambiado ni una palabra. Además ella no me conoce, o sí, un poco tal vez de cuando nos cruzamos en el almacén de Tito. Yo, en cambio, la conozco muy bien, sé todo de ella: conozco su voz bruta; sé que se acuesta a las siete de la mañana, cuando sus chicas terminan de trabajar; conozco sus pasos característicos con pachorra por ser tan robusta; su andar amachonado; sé que tuvo muchas novias; que le gusta Sandro; sé que de noche se viste de policía 'para dar miedo' por las dudas de que algún cliente se pase de la raya; sé que tiene cuarenta años aunque parece de treinta; sé que esa casa la heredó de sus padres; sé que estuvo presa; que es hija única; que armó el bulo porque tenía muchas amigas travestis que no tenían dónde trabajar y además era plata fácil; sé que transa con el comando 3060; sé que a sus perros y gatos los fue juntando de la calle; sé qué come, qué le molesta, todo. Hace años que me dedico a espiarla: a Adriana y sus chicas. Entonces me habló y quedé mudo, sabía mucho sobre ella como para hacerme el que recién la conocía, ¿qué cara habré puesto?, ¿cómo habré reaccionado? Por suerte, había distancia, ella en planta baja y yo en el primer piso, tuve tiempo para concentrarme en el papel de lector y responderle un: sí, está interesante la historia. Seguido de un comentario sobre lo que estaba haciendo ella, no vaya a ser que me pregunte de qué se trataba la historia porque no tenía ni la más pálida idea. Le dije algo así como qué lindos perros, me encantan. Mentira, pero es la primera cosa que se me ocurrió para que se enganche a hablar de ella misma y no de mí. Sí, ¿te gustan? Me los fui trayendo de a uno de la calle. A los gatitos también. Sí, ya sé. Ya sé todo, cómo habrá sido mi cara de hacer como que no conocía eso que me estaba contando. Faltaba para la tormenta pero no importaba, la conversación había sido un éxito, para qué esperar. Ahora, a seguirle la conversación e inducirla a ofrecerme su amoladora. Le conté que estaba haciendo tiempo para que un amigo me pasara a buscar porque necesitaba cortar el escritorio, que si tuviera una amoladora lo haría yo, pero como no tenía. Y escuché lo que quería. Me la ofreció, me dijo que bajara a buscarla, le dije que justo en ese momento no podía. Ni en pedo. Quedamos para el domingo a la tarde, que es cuando no hay nadie en la calle. Fui. Daba miedo tocar ese timbre antiguo, tenía la perilla rota, se veían los cables de adentro, lo toqué. La carcasa era blanca llena de grasa, la típica que se junta de tanto manoseo. La puerta de aluminio, con unos pedazos de cartón arriba que hacían de vidrios, abajo estaba algo abollada, las patadas de Giselle, de Azul y Yenny. El olor a perro y gato, mezclado con Fluido Manchester y perfumes baratos ya se sentía perfectamente. Esperé y no me atendía. Subí de nuevo a mi casa y esperé un rato parado al lado de la persiana abierta hasta que pasó y le dije: te toqué timbre. No anda ese timbre de mierda. Bajé de nuevo. Pasá, pasá, cuidado con las cacas, estos bichos de mierda cagan en todos lados menos donde deberían, disculpá, recién estoy limpiando, me quedé dormida. El pasillo de cincuenta metros parecía un tren fantasma pero con onda. A lo largo de las paredes descascaradas se veían, cual pintura rupestre, varias bocas marcadas con lápiz labial rojo, fucsia, marrón. Con diferentes aperturas: piquito, pete, normal. También había rastros de purpurina. En el piso, cacas de perro, pedacitos del envoltorio brillante de los forros, papel higiénico mojado, tachas de alguna ropa de las chicas, algún invisible para el pelo, para las pelucas, mejor dicho. Al fondo, otra puerta, la famosa puerta de chapa que tanto hace renegar a la vecina del segundo, y finalmente el patio, el conocido patio pero ahora desde otra perspectiva. Qué raro era todo, estar en un lugar tantas veces filmado desde el primer piso, visto una y otra vez durante cinco años. Los perros, tema aparte, sólo quería mencionar lo de las piezas temáticas. Las conocí por eso, por tener que ir a buscar la amoladora. Cual guía turística, orgullosamente me explicaba y enseñaba su casa. Lo único que no conocía eran las famosas piezas donde ocurría el otro show, donde mi cámara no llegaba más que a captar los sonidos. Esta primera es la Imperio del Sol, mirá qué linda. No era linda pero yo a todo le decía que sí. La habitación era una división minúscula de otra habitación mucho más grande que a su vez contenía otras tres piezas más, de iguales dimensiones que la Imperio del Sol, menos la de Betty Boo que era más grande porque tenía una cama redonda. Como eran habitaciones truchas, compartían un mismo techo de media sombra negra. La Imperio del Sol tenía una cama improvisada y una mesita de luz hecha al tun tun, la pared izquierda roja con dos cuadritos con imágenes orientales, y la derecha era blanca con un perchero. La habitación Griega estaba mejor, también la misma cama y misma mesita pero las paredes pintadas con guardas azules, una estatuita de la Venus de Milo y dos columnitas blancas con una planta de plástico. La Tecno tenía mucho brillo, bolitas de espejos colgando desde la media sombra y paredes plateadas con gemas transparentes pegadas y móviles caseros hechos con CD. La de Betty Boo es la VIP, esta cama redonda la hice yo, justamente con la amoladora, ¿viste qué bien me quedó? Y eso que tiene sus revolcadas ¿eh?, acá vienen los que fantasean con niñas, jaja, las hacen vestirse de colegialas o de bebés, generalmente son viejos los que piden eso. De VIP no tenía nada, era un asco, todas eran un asco. Esta era toda rosa. Desde la media sombra que hacía de techo, justo desde el centro de la cama, chorreaba un tul blanco (o que en algún momento lo fue) hasta el piso, donde había muchos almohadones: violeta, fucsia, blanco; uno enorme con la imagen de Betty Boo, ositos y muñecas de todo tipo. En la mesita de luz, esposas de peluche, cadenas, aceite lubricante, tijera. Las habitaciones estaban impregnadas de olor a sexo, a pata, a bolas, a culo. Me acordé de los campamentos de la secundaria, de las carpas. Y esta es la cocina y mi living, a este sillón lo forré yo. Adriana era MacGyver, quizás habría aprendido a hacer esas cosas en la cárcel. El sillón era de animal print cebrado, espantoso. Tenía pelos de perro y un olor a humedad terrible. (Dame la amoladora que me quiero ir, ya conozco esta parte). Che, yo re colgada mostrándote mi casa, ¿estás apurado? No, no, está bien, muy lindo, bien acondicionado todo. Vos sabías que esto era un bulo, ¿no? Todo el barrio lo sabe y vos no sos nuevo. Eh, sí, algo de eso decían en el edificio. La vieja del segundo me tiene a tras perder, es una yegua frígida, jajaja, cuando hay quilombo me tira cosas, agua, cohetes, me grita, jajaja está re loca. ¿Quién? Una flaquita de rulos, grande, de edad. Ah, sí, sí, la turca. Se reía a carcajadas, nada femenino, tenía buena dentadura y al parecer, ninguna caries. La piel blanca, pecosa, sin una arruga, ella siempre tenía una sonrisa, los ojos verdes parpadeaban constantemente. Antes de que me empezara a preguntar por mí, le dije que me tenía que ir. Tomá, usála y devolvemelá cuando terminés, usála tranquilo, no hay apuro. Perfecto. Me fui, los perros me saltaban, me dejaron sus patas marcadas en la remera, en el jean, perros de mierda. La puerta está abierta, yo me quedo acá. Gracias... Adriana me llamo. Adriana, gracias. Yo, Sergio. Muy amable, ni bien termine te la devuelvo. Huí. Por suerte nadie me vio salir de ese portal.
Entonces, contaba que la puerta de la cocina estaba cerrada y adentro estaba oscuro y sólo había luz en la de Betty Boo. Giselle querida, tendrás para rato. Volví a la habitación del frente a seguir observándola. No habían pasado ni cinco minutos y ella seguía espiando por la cerradura de la puerta. Se paró de nuevo. Su cara se había puesto algo rígida, ya no cantaba, se mordía los labios, cerraba y abría los puños, miraba para los costados y murmuraba. El timbre no anda, Giselle querida, íque golpee, por el amor de Dios! Empezó a patear la puerta mientras tocaba el timbre y lo que ya conté antes: íAdrriiii! íAdriana! Adriana, abrime, soy la Giselle. El primer "llamado" fue con la voz producida, controlada, pero después de gritar varias veces se le zafó la cadena y salió su voz de hombre. Fue gracioso. Ahora ladraban todos los perros juntos.
Desde la otra ventana de la habitación, donde se ve el ventiluz de la cocina del departamento de arriba, se filtraba la voz de mi vecina y el humo de su Derby. Clara. Cantaba una canción de Violeta Parra, siempre canta canciones de ella:
Millelche está triste con el temporal / los trigos se acuestan en ese barrial / los indios resuelven después de llorar hablar con Isidro, con Dios y San Juan / con Dios y San Juan / con Dios y San Juan.
Clara es otro personaje del edificio. Jubilada de Telecom. Trajo a su mamá Mafalda a vivir con ella porque ya está viejita y sola, tiene su familia en España, ella emigró cuando tenía veintiséis años, en 1948. Sus padres la querían casar con alguien bien.
¿Qué pasa, Mafaldita? Arriba, arriba ífeliz domingo! íHay que vivir la vida! ¿Querés un traguito? Le decía Clara desde el ventiluz de la cocina, con el codo derecho apoyado sobre el borde y sosteniendo un vaso de vino blanco. En el almacén de Tito compra tetra de Uvita o Mar de Arenas. ¿Qué te pasa, Mafaldita? ¿Vivir la vida? Lo que me queda de vida, ¿cómo que qué pasa? Me despertaste. íAh! ¿Pero no estabas sorda vos? Vos escuchás lo que te conviene ¿eh?, en el sueño habrás dicho "olí vino y me desperté" jajaja. ¿Yo te desperté? ¿No los travas que están haciendo quilombo afuera, ni los perros de mierda que están ladrando?
¿Qué hacés levantada, Clara? Tiró la colilla del pucho por el ventiluz y meneándose y cantando su canción se acercó a su mamá. Vivo la vida, madre querida, la que me diste vos, madrecita, madrecita de cabellera blanca, canitas españolas, ojitos claros y cerebro algo olvidado. La abrazó y empezó a bailar y cantar otro tema "Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me ha dado la marcha de mis pies cansados / Con ellos anduve ciudades y charcos / Playas y desiertos montañas y llanos / Y la casa tuya, tu calle y tu patio." ¿Pies cansados? Mafalda apenas movió un pie, el que tenía sin la pantufla. Salí, salí, ¿no ves que estoy toda enclenque? ¿Pies cansados vos? Si hubieses sido bailarina te creo.
Sé que Clara de joven era un hembrón. Ahora tiene canas como la madre, el pelo hasta los hombros, ojos rasgados color miel y una piel blanca bien cuidada. Delgada. La escucho especialmente a la siesta cuando mira el informativo con su mamá y le inventa noticias todo el tiempo; se aprovecha de su sordera. Tiene muy poca vida social, sé que le encantan las películas. Tres veces nomás la escuché llorar, justo en la semana en que su hija Vanesa se estaba mudando con el novio. Se arrepentía de todo, de haberla tenido, de haber trabajado toda su puta vida en Telecom, de haber comprado ese departamento de mierda donde sólo escucha perros y travestis que viven bien. Mejor hubiese sido haber aceptado el trabajo de bailarina en Pichincha, como siempre le decía su mamá, y no clavarse soltera con una hija, que ahora la abandonaba sin más. Se veía sola dentro de veinte años, en un geriátrico, sorda, con mal de Alzheimer como la vieja, con baba, perdida. Estaba muy arrepentida esa vez. Después se le pasó; al final la hija no es tan forra, viene a visitarla, no era tan trágica la cosa. Cantaba al son de los perros. Gracias a la vida que me ha dado tanto. ¿Cuándo vas a dejar ese pucho? Ayayay, Clara. Uno tiene hijos, los cuida y después hacen lo que quieren. íVivo la vida! íeshpañola! íJoder! Me quedé
viendo las películas de anoche y recién terminaba de ver esa en la que trabaja este actor de ojitos claros, castaño, el que hizo también una donde está la otra piba española morochita, linda piba. Bueno, no importa, terminé de ver esa película y empezaron las chicas de Adriana a gritar como marranas y golpear esa puerta de mierda y todavía no entraron y para completar empezaron los perros y el loro y la vieja de acá al lado a ladrar "callen a esos perros por favor". Recién escuché que les tiró agua. ¿Quiénes? Las chicas de Adriana. Todavía no les abrió y están en la vereda, escuchá. ¿Qué chicas de Adriana? íLos travas! íLos trabucos, los travestis, mami! íLos travestis que garchan todas las noches acá en el bulo de Adriana, la de acá abajo, má! Ah, ¿la que tiene olor a perro? Sí, esa. Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Norma, la del departamento de al lado de Clara, tiraba agua hirviendo por la ventana. íCallen a esos perros, por favor! Voy a llamar a la policía. La imagino en la cocina preparando su trampa: carne con vidrio. Los voy a matar a estos perros de una buena vez, ícansada me tienen! Osvaldo, íno te pensás levantar vos a ayudarme? ¿No escuchás todo el quilombo? Tenemos que hacer algo. Llamá a la policía, no sé, algo, serví para algo alguna vez. íDale, querido!
Siempre fue rara esta vieja perversa. Nunca me voy a olvidar de la vez que fui, sin saber, a la retacería donde trabaja, tenía que comprar tela para las cortinas de la pieza de los chicos y para el
tapizado del sillón, que se lo encanutó Claudia. Cuando cortaba la tela, los ojos se compenetraban en el tajo, lo disfrutaba. Saboreaba la división de la tela, lo hizo lento, con placer. Realmente me dio miedo, qué freak es la gente.
íCarrrrne, perros, van a callarse de una buena vez! íOsvaldo! íAyudáme! Buscá un foco ahí en el último cajón y rompélo, que queden chiquititas las partes. ¿Qué están haciendo? ¿Y qué te parece a vos, Manuel? Un domingo a las siete de la mañana. íTanto ruido van a hacer! Pará un poco, Norma, íestás loca vos! íCómo que estoy loca! íAcaso soy la única a la que le molestan las risotadas de esos degenerados enfermos vestidos de mujeres! ¿Eh? ¿A ustedes no? íOsvaldo! Respondéme. íQué pollerudo que sos, cuñado, y vos, loca de mierda, enferma! No le vas a tirar esa carne a esos perros. Norma gritaba, de espaldas a Manuel. Vos estás loco, Manuel, me tenés cansada vos también, por qué no te vas a vivir solo y me dejás con Osvaldo, cansada estoy de verte la cara, esa cara de pelotudo que tenés. A vos también te molestan los travestis, siempre me lo dijiste así que no te hagás el santo ahora, ¿o tenés el deseo reprimido de la tía Luisa cuando te disfrazaba de mujercita para tomar el té con ella?
Manuel la agarró del pelo enrulado y la zamarreó. Osvaldo intentó separarlos y miró fijo a Manuel. Sus labios. íQué me mirás la boca, pedazo de trolo! Norma se acomodó, giró y miró los labios de su hermano Manuel. Se los tocó para confirmar lo que sospechaba. íTenés los labios pintados, Manuel! ¿Qué estás diciendo, loca? Manuel dudó un segundo y se acordó de que era posible. Giró a toda velocidad y volvió a su habitación. Norma lo siguió. El no alcanzó a cerrar la puerta y Norma entró.

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  1. Los autores






    Las Chicas de Adriana nació como novela colectiva a instancias del taller literario de Marcelo Scalona. Sobre el argumento propuesto por una de las talleristas (Cecilia Mohni) los autores escribieron un capítulo semanal durante el año 2012. Luego de una corrección grupal coordinada por la escritora Andrea Ocampo que duró más de un año, la obra fue publicada por Homosapiens (Rosario) y hoy forma parte de la colección Ciudad y orilla. Los autores de esta novela sobre tres travestis que intentan sobrevivir en una ciudad que parece no querer cobijarlos son: Nicolás Aimetti, Silvia Estevez, Gabriela Gervasoni, Marcela González García, Mónica Mercedes González, Claudia Malkovic, Natalia Massei, Pablo Mengascini, Cecilia María Mohni, Soledad Plasenzotti, Silvina Potenza, Cintia Sartorio y Ariel Zappa.

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