Por Martín Rodríguez
El ministro de Transporte es un kirchnerista de feedlot, alimentado de raje para que contrapese a Scioli.
Hace unos años, junto a los periodistas Diego Sánchez y Federico Scigliano, entrevistamos al legendario Alberto Kohan en su oficina de Retiro. Con el Movicom modelo Dynatac (el famoso “ladrillo”) de fondo en su vitrina, sentado, afable, bronceado y sosteniendo esa sonrisa republicana, dijo en un momento una frase letal: no existe la soledad del poder, existe la soledad después del poder. Y se vanagloriaba de haber contrapesado ese terror con los amigos de toda la vida y el amor inquebrantable de su mujer. El amor después del amor. Es cierto: más difícil que llegar al poder, es dejar el poder. Esa tarde junto a Kohan ocurrieron varias imágenes: estaba solo en su oficina, nos abrió él la puerta al entrar, y al salir, bajó a abrirnos y lo vimos perderse, rengueando, por una avenida Libertador llena de gente con sus blackberrys, Motorola, Samsung o lo que fuera de ese 2011, mientras uno de los artífices de la revolución conservadora se perdía anónimamente.
El ministro de Transporte es un kirchnerista de feedlot, alimentado de raje para que contrapese a Scioli.
Hace unos años, junto a los periodistas Diego Sánchez y Federico Scigliano, entrevistamos al legendario Alberto Kohan en su oficina de Retiro. Con el Movicom modelo Dynatac (el famoso “ladrillo”) de fondo en su vitrina, sentado, afable, bronceado y sosteniendo esa sonrisa republicana, dijo en un momento una frase letal: no existe la soledad del poder, existe la soledad después del poder. Y se vanagloriaba de haber contrapesado ese terror con los amigos de toda la vida y el amor inquebrantable de su mujer. El amor después del amor. Es cierto: más difícil que llegar al poder, es dejar el poder. Esa tarde junto a Kohan ocurrieron varias imágenes: estaba solo en su oficina, nos abrió él la puerta al entrar, y al salir, bajó a abrirnos y lo vimos perderse, rengueando, por una avenida Libertador llena de gente con sus blackberrys, Motorola, Samsung o lo que fuera de ese 2011, mientras uno de los artífices de la revolución conservadora se perdía anónimamente.
Alfonsín y Menem, dos presidentes fuertes, no tuvieron los herederos que quisieron. Quizás porque no hay mejor herencia que heredarse a sí mismo. Pero Angeloz, un radical conservador y popular, estaba a la derecha del estadista gramsciano. Y Duhalde, más conservador que Menem, ergo: menos liberal, ergo: a su izquierda, fungía del candidato natural contranatura del menemismo. No eran los “elegidos”… y perdieron.
Kirchner eligió a Cristina, su socia y compañera, pero ahora Cristina, en el desenlace del ciclo, se encuentra sin libreto. Algo más de historia: Duhalde había elegido a Kirchner en un descarte de candidaturas, sabiendo como pocos cuál era la verdadera personalidad del patagónico pero creyendo que la dependencia completa en los votos que el peronismo bonaerense le daba iba a funcionar como condicionamiento perpetuo. Hasta ahora, podríamos decir que los presidentes electos cuando eligen un “otro” de su partido… pierden. Reelección o muerte. Pero Cristina debe elegir. La temperatura de su liderazgo fue tan alta, sin mediadores, como si tuviera la reforma constitucional hecha, sin “re-re”, que el resultado de la elección de un candidato propio, de una Dilma, se volvió imposible. Todos son menos. Hoy, el FPV tiene dos candidatos: el “natural”, Daniel Scioli, y el kirchnerista de feedlot, Florencio Randazzo, alimentado de raje para que contrapese la ola naranja. Veamos igual.
Kirchner eligió a Cristina, su socia y compañera, pero ahora Cristina, en el desenlace del ciclo, se encuentra sin libreto. Algo más de historia: Duhalde había elegido a Kirchner en un descarte de candidaturas, sabiendo como pocos cuál era la verdadera personalidad del patagónico pero creyendo que la dependencia completa en los votos que el peronismo bonaerense le daba iba a funcionar como condicionamiento perpetuo. Hasta ahora, podríamos decir que los presidentes electos cuando eligen un “otro” de su partido… pierden. Reelección o muerte. Pero Cristina debe elegir. La temperatura de su liderazgo fue tan alta, sin mediadores, como si tuviera la reforma constitucional hecha, sin “re-re”, que el resultado de la elección de un candidato propio, de una Dilma, se volvió imposible. Todos son menos. Hoy, el FPV tiene dos candidatos: el “natural”, Daniel Scioli, y el kirchnerista de feedlot, Florencio Randazzo, alimentado de raje para que contrapese la ola naranja. Veamos igual.
Randazzo, para muchos, es el Vaca Muerta de la ideología, un yacimiento de convicciones encontradas que promete ahora la continuidad más pura del modelo. Pero la presidenta en Rusia dijo que no tiene favoritos, luego pidió “baño de humildad” (bajó a todas las “candidaturas irónicas”) y la cercanía presidencial con Randazzo parece la opción por el más débil para emparejar la competencia interna del FPV. Scioli suma intendentes, sindicalistas, gobernadores con un movimiento sigiloso casi a espaldas de la gran escena mediática del propio oficialismo, con su propia escena mediática.
Pero ahora que se simplificó la opción de precandidatos surge una pregunta: ¿a quién se parece más Randazzo, a Scioli o a Cristina? “A Massa”, diría uno. Esa puede ser la síntesis del “otro candidato” del FPV, un venal político que quiere convencer que la posesión de una ambición y una audacia irreconocibles en el elenco kirchnerista (siempre más obediente y miedoso) prueban la existencia de algo que a Scioli le falta (según este credo): convicciones ideológicas. Randazzo se parece más a Scioli de lo que le gustaría no sólo porque es portador de una versión del peronismo más clásica, sino porque es un político decidido a construir poder, al igual que Scioli, y menos acostumbrado a que esa construcción de poder se base en la seducción de palacio, en la obsesión sobre cómo es mirado por el panóptico de Olivos. Por ahora no le queda otra que hacer de puro. Pero, ¿a la izquierda de Scioli? Más que en las definiciones es en la agresividad gestual y oral donde muestra una diferencia. La palabra abstracta (“corporaciones”) le sirve para organizar un discurso para Carta Abierta. Cristina, en tal caso, se asegura para DOS un camino difícil: parirás con dolor, Daniel.
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