cambiaron
Martín Rodríguez escribe sobre “Cambiamos”, el diario de
campaña de Hernán Iglesias Ilia, funcionario en comunicación
estratégica del PRO.
campaña de Hernán Iglesias Ilia, funcionario en comunicación
estratégica del PRO.
POR: MARTÍN RODRÍGUEZ
ILUSTRACIONES: MARIANO LUCANO
19 DE MAYO DE 2016
crisis #24
Quizás el mayor hallazgo de “Cambiamos”, el libro de Hernán Iglesias Illa,
sea su capacidad de modular el inconsciente de una nueva burguesía sublevada:
el pasaje que fue haciendo una elite de ex jóvenes desde la vida privada a la vida
pública a partir de la “crisis” y los instrumentos de un nuevo conocimiento de
esa sociedad. Iglesias Illa conoce a su jefe, Marcos Peña, en un asado en
Palermo en 2002 y le impresiona su desafío verde: construir “lo nuevo”
con Mauricio Macri. La usina de esa construcción es la Fundación Pensar.
Si Durán Barba se ufana de algo es que ellos “investigan” la sociedad.
Los focus groups y las encuestas los obsesionan porque les permiten llevarse
la sociedad a sus casas, esa sociedad que imaginan cada vez más libre, menos
atávica con las tradiciones políticas. De este modo, las acciones que más se
repiten en el libro de Iglesias Illa son reuniones: en Parque Patricios, en el Botánico,
en el subsuelo de Balcarce, reuniones de cuatro, de cinco, de siete, de dos, a
veces con Macri, a veces con los “halcones” de la economía, casi siempre solos.
El libro “Cambiamos” dice que cambiaron ellos, enuncia para adentro
el virtual aprendizaje “democrático” del PRO originario. Porque es un experimento
doble: lo que proyectan sobre la sociedad y lo que proyectan sobre sus políticos
(Macri, Vidal, Larreta). Es la historia de la prehistoria: de cómo llegó Macri
al poder, su recta final y el triunfo de ese “laboratorio” por sobre todos
los otros laboratorios que se cansaron de subestimarlos.
sea su capacidad de modular el inconsciente de una nueva burguesía sublevada:
el pasaje que fue haciendo una elite de ex jóvenes desde la vida privada a la vida
pública a partir de la “crisis” y los instrumentos de un nuevo conocimiento de
esa sociedad. Iglesias Illa conoce a su jefe, Marcos Peña, en un asado en
Palermo en 2002 y le impresiona su desafío verde: construir “lo nuevo”
con Mauricio Macri. La usina de esa construcción es la Fundación Pensar.
Si Durán Barba se ufana de algo es que ellos “investigan” la sociedad.
Los focus groups y las encuestas los obsesionan porque les permiten llevarse
la sociedad a sus casas, esa sociedad que imaginan cada vez más libre, menos
atávica con las tradiciones políticas. De este modo, las acciones que más se
repiten en el libro de Iglesias Illa son reuniones: en Parque Patricios, en el Botánico,
en el subsuelo de Balcarce, reuniones de cuatro, de cinco, de siete, de dos, a
veces con Macri, a veces con los “halcones” de la economía, casi siempre solos.
El libro “Cambiamos” dice que cambiaron ellos, enuncia para adentro
el virtual aprendizaje “democrático” del PRO originario. Porque es un experimento
doble: lo que proyectan sobre la sociedad y lo que proyectan sobre sus políticos
(Macri, Vidal, Larreta). Es la historia de la prehistoria: de cómo llegó Macri
al poder, su recta final y el triunfo de ese “laboratorio” por sobre todos
los otros laboratorios que se cansaron de subestimarlos.
una felicidad engañosa
Iglesias Illa es un periodista y escritor devenido en consultor, que revela a
cuentagotas y día a día, en una escritura minuciosa y tramposa, el secreto
de esta Coca Cola electoral llamada PRO. ¿Por qué tramposa? Porque nos
confunde: no sabemos si son o se hacen. “Cambiamos” muestra el diario
íntimo de una campaña donde cumplieron una prueba imposible: derrotar
al peronismo sin el peronismo. Iglesias Illa es un luterano de Jaime Durán Barba
y de su apóstol: Marcos Peña. Son los luteranistas del liberalismo argentino
ortodoxo. “Jaime” y “Marcos” (así los llama) evangelizaron una tropa capaz
de imprimir mística, discurso, repentismo, contacto directo (vía Facebook)
y una convocatoria de voluntarios que estuvo fuera del mapa de casi todos los
radares académicos: ¿de dónde salieron los miles de jóvenes que quisieron ser fiscales
para Cambiemos? La euforia con la que está escrito “Cambiamos” intenta
retener la zozobra de un triunfo electoral sobre el peronismo cuya decodificación
algunos amigos de izquierda también gozan. Es decir: en la derrota electoral del
peronismo el PRO, y también parte de nuestra izquierda, viven la celebración
de una desterritorialización del voto, un nuevo resquicio crítico por el que respira
el 2001 en la política argentina, una “revolución de la gente”.
La política de los antipolíticos, o, en palabras del autor, una “contracultura”.
Si vivimos estos días colgados de “viejos salarios con precios nuevos”, también
dirán que aún vivimos sobre “viejas estructuras con tiempos nuevos”. Pues bien:
el libro acaba de ser editado, y no lo leemos sobre el clima triunfal sino sobre el
clima de gobierno: despidos, devaluación, baja de retenciones, liberación del cepo
(con un dólar teñido de azul), negociación con los fondos buitres, y un largo
etcétera. Y entonces lo leemos en este contexto ardiente bajo esa trampa:
algunos prejuicios que Iglesias Illa dice que se proyectaron sobre el PRO en la
campaña del miedo se terminaron confirmando. Ese “destiempo” del libro es ya
todo un resultado.
cuentagotas y día a día, en una escritura minuciosa y tramposa, el secreto
de esta Coca Cola electoral llamada PRO. ¿Por qué tramposa? Porque nos
confunde: no sabemos si son o se hacen. “Cambiamos” muestra el diario
íntimo de una campaña donde cumplieron una prueba imposible: derrotar
al peronismo sin el peronismo. Iglesias Illa es un luterano de Jaime Durán Barba
y de su apóstol: Marcos Peña. Son los luteranistas del liberalismo argentino
ortodoxo. “Jaime” y “Marcos” (así los llama) evangelizaron una tropa capaz
de imprimir mística, discurso, repentismo, contacto directo (vía Facebook)
y una convocatoria de voluntarios que estuvo fuera del mapa de casi todos los
radares académicos: ¿de dónde salieron los miles de jóvenes que quisieron ser fiscales
para Cambiemos? La euforia con la que está escrito “Cambiamos” intenta
retener la zozobra de un triunfo electoral sobre el peronismo cuya decodificación
algunos amigos de izquierda también gozan. Es decir: en la derrota electoral del
peronismo el PRO, y también parte de nuestra izquierda, viven la celebración
de una desterritorialización del voto, un nuevo resquicio crítico por el que respira
el 2001 en la política argentina, una “revolución de la gente”.
La política de los antipolíticos, o, en palabras del autor, una “contracultura”.
Si vivimos estos días colgados de “viejos salarios con precios nuevos”, también
dirán que aún vivimos sobre “viejas estructuras con tiempos nuevos”. Pues bien:
el libro acaba de ser editado, y no lo leemos sobre el clima triunfal sino sobre el
clima de gobierno: despidos, devaluación, baja de retenciones, liberación del cepo
(con un dólar teñido de azul), negociación con los fondos buitres, y un largo
etcétera. Y entonces lo leemos en este contexto ardiente bajo esa trampa:
algunos prejuicios que Iglesias Illa dice que se proyectaron sobre el PRO en la
campaña del miedo se terminaron confirmando. Ese “destiempo” del libro es ya
todo un resultado.
Hay algo que decir del tono: la excesiva distinción con que trata a Marcos Peña
-siempre tiene la respuesta justa, el ánimo templado, el mail componedor-
también se presume como pequeña astucia: Iglesias Illa sobresale con este libro
de lectura imperiosa, y ese sobresalto debe ser auscultado en un reconocimiento
constante a la autoridad política de Peña. Porque para esta religión soft podría
no haber nada peor que parecer más inteligente que sus jefes.
-siempre tiene la respuesta justa, el ánimo templado, el mail componedor-
también se presume como pequeña astucia: Iglesias Illa sobresale con este libro
de lectura imperiosa, y ese sobresalto debe ser auscultado en un reconocimiento
constante a la autoridad política de Peña. Porque para esta religión soft podría
no haber nada peor que parecer más inteligente que sus jefes.
tiempo de revancha
El libro es, también, un relato de venganza. En palabras del autor: la venganza de
los nerds de la antipolítica contra los politizados pasados de rosca (dentro y fuera
del PRO, porque el PRO también tiene sus políticos clásicos) que siempre los
trataron como a monaguillos a los que a la larga había que explicarles la verdad
de la milanesa. Illa escribe contra los politólogos y etnógrafos del peronismo
bonaerense, contra los consumidores de House of Cards, contra los quintacolumna
de la realpolitik, contra los radicales del “partido centenario” que quieren
escribirle “la Plataforma de Cambiemos” (cuenta con crueldad los detalles
de esas reuniones literarias con los correligionarios), contra los Levy Yeyati y
CIPPEC y todos los campeones nacionales del “hice campaña por el otro candidato
pero voté por usted”, contra los pobristas, contra los cicerones del clientelismo,
contra los massistas que se hacían gárgaras de bala esperando el momento en que
el PRO aceptara la inevitabilidad del acuerdo con Massa, contra los decanos de la
Di Tella que les “dan línea”, contra los sensibles de la UCA que sobrevaloran
los gestos del Papa, contra los progresistas que creían que gracias a Cristina
y los peronismos provinciales tenían al electorado cautivo, contra esa fauna
famélica de sentido que hizo de la política un manual de estilo: rosca, derpo,
territorio, punteros, batalla cultural, y siguen las firmas. Illa escribe contra el
peronismo. Pero su libro es también un libro contra el PRO, explicado como la
proeza de haber hecho algo nuevo con algo tan viejo: con un empresario joven,
mañoso, autoritario, fóbico, prejuicioso e incapaz de identificar y romper los
prejuicios que produce, insensible, hijo de la patria contratista que odia al Estado
y a su máquina de distorsionar una economía argentina siempre a “liberar”.
La humanización de Mauricio Macri, el logro “milagroso” de Durán Barba y los
suyos, una década afinando la psicología de su caudillo cheto, también es la
batalla por imponer el mantra del gradualismo porque, se insiste veinte veces
en el libro, para Durán Barba “de un ajuste puro y duro no se vuelve”.
los nerds de la antipolítica contra los politizados pasados de rosca (dentro y fuera
del PRO, porque el PRO también tiene sus políticos clásicos) que siempre los
trataron como a monaguillos a los que a la larga había que explicarles la verdad
de la milanesa. Illa escribe contra los politólogos y etnógrafos del peronismo
bonaerense, contra los consumidores de House of Cards, contra los quintacolumna
de la realpolitik, contra los radicales del “partido centenario” que quieren
escribirle “la Plataforma de Cambiemos” (cuenta con crueldad los detalles
de esas reuniones literarias con los correligionarios), contra los Levy Yeyati y
CIPPEC y todos los campeones nacionales del “hice campaña por el otro candidato
pero voté por usted”, contra los pobristas, contra los cicerones del clientelismo,
contra los massistas que se hacían gárgaras de bala esperando el momento en que
el PRO aceptara la inevitabilidad del acuerdo con Massa, contra los decanos de la
Di Tella que les “dan línea”, contra los sensibles de la UCA que sobrevaloran
los gestos del Papa, contra los progresistas que creían que gracias a Cristina
y los peronismos provinciales tenían al electorado cautivo, contra esa fauna
famélica de sentido que hizo de la política un manual de estilo: rosca, derpo,
territorio, punteros, batalla cultural, y siguen las firmas. Illa escribe contra el
peronismo. Pero su libro es también un libro contra el PRO, explicado como la
proeza de haber hecho algo nuevo con algo tan viejo: con un empresario joven,
mañoso, autoritario, fóbico, prejuicioso e incapaz de identificar y romper los
prejuicios que produce, insensible, hijo de la patria contratista que odia al Estado
y a su máquina de distorsionar una economía argentina siempre a “liberar”.
La humanización de Mauricio Macri, el logro “milagroso” de Durán Barba y los
suyos, una década afinando la psicología de su caudillo cheto, también es la
batalla por imponer el mantra del gradualismo porque, se insiste veinte veces
en el libro, para Durán Barba “de un ajuste puro y duro no se vuelve”.
gradualismo o barbarie liberal
Una de las piezas clave del libro acontece el miércoles 8 de julio. Esa mañana,
Jaime entra al subsuelo del Hotel 725 y les dice a los suyos “Yo por mí tiraría una
granada aquí”. ¿Qué pasa esa mañana de invierno en el subsuelo de ese hotel? Una
prueba de fuego: deberán convencer a los economistas del peligro de no ser
gradualistas. Iglesias Illa escribe con esperanza: “Como embajador de Pensar
en la campaña y embajador de la campaña en Pensar, llevo varios meses
tratando de convencer a ambos de que están más cerca de lo que creen: ni los que
hacen los planes son unos fríos tecnócratas que desprecian las restricciones políticas
ni los estrategas de la campaña son unos ogros del marketing que desprecian
las restricciones de la realidad.” Durán Barba no les pide que mientan (“porque se
nota”), les pide que crean en “eso”. ¿Qué es eso? El gradualismo. “Si llegamos al
gobierno y tomamos medidas antipopulares, nos vamos a tener que ir
nadando a Montevideo”, dice y se ríen. Es una paradoja: mientras los cuadros de
Pensar profesan la existencia sólida de lo que Durán Barba llama el “nuevo
elector” (un virtual 80 por ciento de personas que votan lo que se les canta),
su movimiento tiene certezas desesperadas: en Argentina nadie se baja de los
privilegios. Ni el “milagro coreano”, ni el “modelo chileno”: el único equilibrio
argentino posible es un equilibrio de tensiones dentro del capitalismo, pero
no una normalidad capitalista. El gradualismo utópico de “Cambiamos” sostiene
la lucha por una nueva racionalidad como si la moderación de sus políticas solo
partiera de un cálculo comunicacional y no de una realidad: la estructura social
argentina, la fuerza social, los niveles de sindicalización y organización que
presentarán (y que están empezando a presentar) batalla, la institucionalidad
democrática (¿qué son las paritarias o la movilidad jubilatoria sino instituciones?)
y los desequilibrios de una economía con viento de frente.
Jaime entra al subsuelo del Hotel 725 y les dice a los suyos “Yo por mí tiraría una
granada aquí”. ¿Qué pasa esa mañana de invierno en el subsuelo de ese hotel? Una
prueba de fuego: deberán convencer a los economistas del peligro de no ser
gradualistas. Iglesias Illa escribe con esperanza: “Como embajador de Pensar
en la campaña y embajador de la campaña en Pensar, llevo varios meses
tratando de convencer a ambos de que están más cerca de lo que creen: ni los que
hacen los planes son unos fríos tecnócratas que desprecian las restricciones políticas
ni los estrategas de la campaña son unos ogros del marketing que desprecian
las restricciones de la realidad.” Durán Barba no les pide que mientan (“porque se
nota”), les pide que crean en “eso”. ¿Qué es eso? El gradualismo. “Si llegamos al
gobierno y tomamos medidas antipopulares, nos vamos a tener que ir
nadando a Montevideo”, dice y se ríen. Es una paradoja: mientras los cuadros de
Pensar profesan la existencia sólida de lo que Durán Barba llama el “nuevo
elector” (un virtual 80 por ciento de personas que votan lo que se les canta),
su movimiento tiene certezas desesperadas: en Argentina nadie se baja de los
privilegios. Ni el “milagro coreano”, ni el “modelo chileno”: el único equilibrio
argentino posible es un equilibrio de tensiones dentro del capitalismo, pero
no una normalidad capitalista. El gradualismo utópico de “Cambiamos” sostiene
la lucha por una nueva racionalidad como si la moderación de sus políticas solo
partiera de un cálculo comunicacional y no de una realidad: la estructura social
argentina, la fuerza social, los niveles de sindicalización y organización que
presentarán (y que están empezando a presentar) batalla, la institucionalidad
democrática (¿qué son las paritarias o la movilidad jubilatoria sino instituciones?)
y los desequilibrios de una economía con viento de frente.
no los dejen solos
“Cambiamos” funda la épica de las asesorías argentinas porque su libro tiene el
ritmo de las pulsaciones duranbarbistas: el PRO es un partido político de políticos
a los que no se los puede dejar solos. No se los puede dejar sin red discursiva.
Ni Macri, ni ese otro gran personaje secundario que es Miguel Del Sel, pueden
correr el riesgo de la improvisación porque “piensan mal y hablan peor”.
Los asesores y ghost writers del PRO hacen a los políticos. Lo saben y les encanta
que se sepa: Iglesias Illa formula una nueva mitología política en base al “afuera”
de la política no solo por el supuesto fracaso de la política clásica sino porque sus
políticos no tienen nada adentro. El vacío de estos personajes públicos es la
“oportunidad”. Hay una escena: en un almuerzo para contener a Miguel Del
Sel le preguntan por qué está ahí, por qué se postula, por qué quiere “ser”: y el
humorista dice después de un largo silencio que porque “odia la corrupción”.
La escena es tensa no por la emoción de su respuesta (describe que se le llenaron
los ojos de lágrimas), sino por el esfuerzo al que obliga la pregunta: ¿tiene una
respuesta Miguel Del Sel? ¿Las lágrimas no ocupan también ese vacío desolador,
la ausencia de una respuesta que lo mortifica?
ritmo de las pulsaciones duranbarbistas: el PRO es un partido político de políticos
a los que no se los puede dejar solos. No se los puede dejar sin red discursiva.
Ni Macri, ni ese otro gran personaje secundario que es Miguel Del Sel, pueden
correr el riesgo de la improvisación porque “piensan mal y hablan peor”.
Los asesores y ghost writers del PRO hacen a los políticos. Lo saben y les encanta
que se sepa: Iglesias Illa formula una nueva mitología política en base al “afuera”
de la política no solo por el supuesto fracaso de la política clásica sino porque sus
políticos no tienen nada adentro. El vacío de estos personajes públicos es la
“oportunidad”. Hay una escena: en un almuerzo para contener a Miguel Del
Sel le preguntan por qué está ahí, por qué se postula, por qué quiere “ser”: y el
humorista dice después de un largo silencio que porque “odia la corrupción”.
La escena es tensa no por la emoción de su respuesta (describe que se le llenaron
los ojos de lágrimas), sino por el esfuerzo al que obliga la pregunta: ¿tiene una
respuesta Miguel Del Sel? ¿Las lágrimas no ocupan también ese vacío desolador,
la ausencia de una respuesta que lo mortifica?
El macrismo tiene otro relato, pero ese relato no resulta el negativo del relato
kirchnerista. El relato macrista sugiere la desintegración de cualquier relato, la
fumigación sobre los resquicios de densidad simbólica que haya dejado el
paso del kirchnerismo por el poder. Es la operación de los billetes: cataratas por
próceres, ñandúes por próceres. Turismo por historia. Es decir: economía. El
macrismo pone un perro a juguetear en el sillón de Rivadavia porque entiende
que su problema no está en reivindicar a tal o cual personaje histórico, no es la
vuelta del liberalismo, no es reemplazar a Luis Alberto Romero por
Norberto Galasso, sino la disolución del debate mismo. ¿Pero hay relato? Hay relato.
¿Y cuál es? Es la economía. Si el peronismo nos quería felices (quería niños felices,
niños que reciben los regalos de Evita), si el kirchnerismo nos quería intensos
(jóvenes que aprenden a leer a Clarín y se reclutan como militantes), el macrismo
nos quiere alegres. La alegría es inmaterial. La alegría, como figura en esa hada
madrina llamada Wikipedia, “se simboliza con el color cian o amarillo, este
también se compara con optimismo o placer, porque si hay alegría hay
optimismo”. El kirchnerismo, para encubrir sus fallas en la economía o para
ampliar la medición de su “éxito”, proponía algo más que economía. Proponía
memoria (museos, televisión educativa), cultura gratuita (CCK, Tecnópolis).
El Estado podía ser parte de la oferta de consumos, por lo menos en las ciudades
y sus periferias. Un Estado paralelo, que competía con el mercado. El PRO te quiere
dejar en paz, te saca lo más que puede el Estado de encima y entonces: solo tiene
para ofrecer economía. En esa fortaleza anida su debilidad: ¿tendrá economía
para todos?
kirchnerista. El relato macrista sugiere la desintegración de cualquier relato, la
fumigación sobre los resquicios de densidad simbólica que haya dejado el
paso del kirchnerismo por el poder. Es la operación de los billetes: cataratas por
próceres, ñandúes por próceres. Turismo por historia. Es decir: economía. El
macrismo pone un perro a juguetear en el sillón de Rivadavia porque entiende
que su problema no está en reivindicar a tal o cual personaje histórico, no es la
vuelta del liberalismo, no es reemplazar a Luis Alberto Romero por
Norberto Galasso, sino la disolución del debate mismo. ¿Pero hay relato? Hay relato.
¿Y cuál es? Es la economía. Si el peronismo nos quería felices (quería niños felices,
niños que reciben los regalos de Evita), si el kirchnerismo nos quería intensos
(jóvenes que aprenden a leer a Clarín y se reclutan como militantes), el macrismo
nos quiere alegres. La alegría es inmaterial. La alegría, como figura en esa hada
madrina llamada Wikipedia, “se simboliza con el color cian o amarillo, este
también se compara con optimismo o placer, porque si hay alegría hay
optimismo”. El kirchnerismo, para encubrir sus fallas en la economía o para
ampliar la medición de su “éxito”, proponía algo más que economía. Proponía
memoria (museos, televisión educativa), cultura gratuita (CCK, Tecnópolis).
El Estado podía ser parte de la oferta de consumos, por lo menos en las ciudades
y sus periferias. Un Estado paralelo, que competía con el mercado. El PRO te quiere
dejar en paz, te saca lo más que puede el Estado de encima y entonces: solo tiene
para ofrecer economía. En esa fortaleza anida su debilidad: ¿tendrá economía
para todos?
Por lo pronto “Cambiamos” es un libro de autoconsciencia liberadora de toda
“culpa”: a Iglesias Illa le encanta subrayar el uso del GPS para moverse en el
Gran Buenos Aires, la dieta paleo o las frutas y bebidas light de las reuniones,
detalles que se imprimen como el negativo del “chori”, el “vino” o el mito del
parroquiano puntero que se mueve como pez en el agua del Conurbano.
Porque dice: sí, somos los chetos nerds bailando Tan Biónica y no conocemos
la jerga ni los yeites, pero les ganamos. La frase final es contundente: “Hoy
ganamos los boludos.” Pero para completar esa autopercepción primero
completó la percepción de ese “otro” que podría ser cualquier nativo de clase media
sobre-ideologizado y con una relación que suponen solo fetichista con la política.
Y que además tendría ante el peronismo una fascinación defectuosa: lo adora
por su oscuridad. El peronismo que se describe en “Cambiamos” supone que es lo
que los antiperonistas dicen que es. Es decir, el concepto que mi amigo politólogo
Pablo Touzon talló como “goriperonismo”: que la conversión al peronismo
supone la inversión positiva del discurso negativo gorila (un viva el chori
o viva el clientelismo). El “boludo” que usa Iglesias Illa para sí, en verdad,
lo proyecta primero sobre los otros. De ese modo, el peronismo que gobernó desde
2002 y sacó a la Argentina de su peor crisis, se describe solo como el mapa de la
mente de un politólogo que bardea en twitter y que se hace peronista porque ama
la carne, la fiesta, el sexo y el mito.
“culpa”: a Iglesias Illa le encanta subrayar el uso del GPS para moverse en el
Gran Buenos Aires, la dieta paleo o las frutas y bebidas light de las reuniones,
detalles que se imprimen como el negativo del “chori”, el “vino” o el mito del
parroquiano puntero que se mueve como pez en el agua del Conurbano.
Porque dice: sí, somos los chetos nerds bailando Tan Biónica y no conocemos
la jerga ni los yeites, pero les ganamos. La frase final es contundente: “Hoy
ganamos los boludos.” Pero para completar esa autopercepción primero
completó la percepción de ese “otro” que podría ser cualquier nativo de clase media
sobre-ideologizado y con una relación que suponen solo fetichista con la política.
Y que además tendría ante el peronismo una fascinación defectuosa: lo adora
por su oscuridad. El peronismo que se describe en “Cambiamos” supone que es lo
que los antiperonistas dicen que es. Es decir, el concepto que mi amigo politólogo
Pablo Touzon talló como “goriperonismo”: que la conversión al peronismo
supone la inversión positiva del discurso negativo gorila (un viva el chori
o viva el clientelismo). El “boludo” que usa Iglesias Illa para sí, en verdad,
lo proyecta primero sobre los otros. De ese modo, el peronismo que gobernó desde
2002 y sacó a la Argentina de su peor crisis, se describe solo como el mapa de la
mente de un politólogo que bardea en twitter y que se hace peronista porque ama
la carne, la fiesta, el sexo y el mito.
En el extremo de esta lógica del “nuevo elector” que vota lo que quiere se pone
en juego otro reto: si el “populismo para armar” de la década pasada intentó
reconstruir la figura imaginaria del Pueblo achicando la Nación, esta nueva escena
social comprendida como una atomización radical amplía las fronteras de otro
sueño imposible: ¿una política que hace todas las cosas “concretas” que la gente
quiere? ¿Achicar el Estado y la Nación para agrandar al vecino? Entre el margen
de error mínimo que les arroja su economicismo, su vocación de desintegrar relatos
y su oferta del político-pastor que escucha a cada “vecino” contienen un trípode que
parece espinoso: o frenan la inflación y generan empleo o se hunden.
en juego otro reto: si el “populismo para armar” de la década pasada intentó
reconstruir la figura imaginaria del Pueblo achicando la Nación, esta nueva escena
social comprendida como una atomización radical amplía las fronteras de otro
sueño imposible: ¿una política que hace todas las cosas “concretas” que la gente
quiere? ¿Achicar el Estado y la Nación para agrandar al vecino? Entre el margen
de error mínimo que les arroja su economicismo, su vocación de desintegrar relatos
y su oferta del político-pastor que escucha a cada “vecino” contienen un trípode que
parece espinoso: o frenan la inflación y generan empleo o se hunden.
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