Por JORGE BEINSTEIN / MAÍZ*
A raíz de la llegada Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.
Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por más a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores. La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso destructivo.
Si estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino,incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la propia derecha [1]. Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.
En la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.
El concepto de lumpenburguesía
Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera señalando que “en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego; desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa” [2]. La aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada” [3]. Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia navegando entre la usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la ari stocracia financiera” [4].
Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”[5].
Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914.La permanencia de los Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de un componente parasitario indisociable (aunque no hegemónico en ese ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso pero muy rentable: por un lado alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas, por ejemplo las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban producir desastres. Esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.
El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera vez hacia fines de los años 1950 a través de algunos textos de “Ernest Germain”, seudónimo empleado por Ernest Mandel, en referencia a la burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970 por André Gunder Frank, generalizándolo a las burguesías latinoamericanas [6]. Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías centrales: estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas (burguesías degradadas).
Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus componentes principales, los productos financieros derivados equivalían a unas dos veces el Producto Bruto Mundial en el 2000, y unas 12 veces en 2008; por su parte la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la naturaleza de la elites económicas del planeta, la desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).
Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad, los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante. Escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde por ejemplo el Deustche Bank acumula actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros derivados[7], papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea, del otro lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares[8], equivalentes a 3,4 veces el Producto Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del muy probable desplome de esa masa de papeles, mientras tanto los grandes lobos de Wall Street juegan alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.
América Latina
América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las elites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la “modernización” regional (es decir su integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes “oligarquías” seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa” en pequeños países casi sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas, advenedizos no completamente admitidos por las viejas elites hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.
En torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacían lo propio con el sector financiero. Al mismo tiempo se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes la “nacionalización” de una porción significativa de las elites dominantes con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.
Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos rodeados a su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un gran grupo mediático. Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de las elites pero que si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden el camino del descenso.
Aunque cuando estudiamos a esas elites rápidamente descubrimos que su dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación, un negocio inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etc., por su parte para llegar a los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etc. y ser exitoso en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.
A comienzos del siglo XX la elites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales industrializados, en aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante [9]. Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las elites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente desplazadas perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones. Por su parte los Estados Unidos en retroceso geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados como en Brasil o Venezuela o derrocados como en Paraguay o Argentina, Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial), pero no es así; en realidadestamos ingresando en una nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra.
Las éĺites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.
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