En abril de 1964 desapareció en las montañas de Orán, provincia de Salta, el Comandante Segundo, jefe de la guerrilla guevarista en Argentina. “Que su nombre siga tan ignorado como el pedazo de selva que esconde sus huesos era previsible para Jorge Ricardo Masetti. Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia”, escribió Rodolfo Walsh en el prólogo de Los que luchan y los que lloran. El Fidel Castro que yo vi. Ese libro, escrito en apenas cuatro meses, consagraría a Masetti como uno de los mejores cronistas de guerra del siglo veinte. A los 27 años, fue el primer periodista argentino que entrevistó a Fidel Castro y al Che Guevara. Trabajaba en radio El Mundo y, para hacer su reportaje —“la mayor hazaña individual del periodismo argentino”, en palabras de Walsh—, subió dos veces en forma clandestina a Sierra Maestra, entremetiéndose entre la maraña de los diez mil soldados enviados por el dictador Fulgencio Batista para aniquilar a los rebeldes.
La experiencia cubana lo marcó a fuego. Ya no alcanzaba con contar la realidad; había, además, que transformarla: “La Habana fue quedando abajo, atrás, pequeña, con sus rascacielos y su cimbreante malecón. Creí que una vez fuera de ella, sin policías secretos, ni chivatos, ni agentes del FBI debajo de las alfombras, me sentiría alegre, satisfecho. Pero no era así. Me encontré dentro de mí con una extraña, indefinible sensación de que desertaba”. Cuando volvió al país, fue a visitar a los padres del Che. Les hizo escuchar en un grabador su entrevista al joven Guevara, devenido comandante del victorioso ejército rebelde en Cuba. Celia de la Serna, la madre del Che, nunca olvidaría ese gesto. Lo acogió como si fuera su propio hijo.
Los Masetti y los Guevara viajaron juntos a Cuba cuando triunfó la revolución. En La Habana, Jorge fundó Prensa Latina, primera agencia internacional de noticias del continente. Entre los periodistas que lo acompañaron, además de Walsh, estaban Rogelio García Lupo, Juan Carlos Onetti, Aroldo Wall, Lenka Franulic, Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza, Eleazar Díaz Rangel, Edgar Tríveri y Ángel Boan. El objetivo era competir con los monopolios internacionales de la información. Su lema, el rigor en la información y un profesionalismo sin concesiones: “Las oraciones cortas y desprovistas de palabras innecesarias y la ausencia de toda adjetivación deben ser las características distintivas de las informaciones de Prensa Latina”, establecía el manual de estilo que escribió para la agencia.
A menos de un año de su creación, Prensa Latina ya tenía veinte filiales en América Latina y emitía doscientos despachos diarios. “Nosotros somos objetivos, pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparcial, porque no se puede ser imparcial entre el bien y el mal”, decía Masetti. Lo cual no dejó de traerle problemas, que lo llevaron a una primera renuncia. Pero tendría su revancha: convocado por el mismísimo Fidel Castro, se puso al frente de Prensa Latina en los decisivos días de la invasión a Playa Girón. El 19 de abril de 1961, sentado en su oficina, garabateó con su letra ilegible las palabras que dictaba por teléfono el presidente Osvaldo Dorticós. Apenas cortó la comunicación, corrió al teletipo para transmitir al mundo “la primera derrota del imperialismo”.
Una nueva arremetida de los comunistas lo dejaría definitivamente fuera de la agencia. Pero no permanecería mucho tiempo desocupado: por pedido de Fidel y el Che, viajó a Argelia a contactar a los líderes del Frente de Liberación Nacional. Coordinó el envío de armas a los rebeldes en un barco que regresó a La Habana cargado de huérfanos y heridos de guerra.
A su regreso a Cuba, se incorporó a la milicia. A mediados de 1962, estaba listo para su siguiente misión: liderar la vanguardia del plan insurreccional del Che para América Latina. La experiencia fue efímera y el resultado estuvo muy lejos del esperado: su incipiente Ejército Guerrillero del Pueblo fusiló a dos de los suyos, otros dos desertaron, tres murieron de hambre y otro perdió la vida al caer en un barranco. Sólo dos combatientes llegarían a poder enfrentarse a los gendarmes argentinos.
Masetti desapareció en la selva. El hambre, una amebiosis avanzada y un fuerte dolor en la zona lumbar le impedían caminar. Se quedó en un recodo del río Piedras junto al joven Atilio Altamira, mientras el resto de su tropa iba en busca de víveres. Pero aquellos hombres murieron o fueron capturados y nadie volvió para auxiliarlo. “Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del Comandante Segundo empuña un fusil herrumbrado”, escribió Walsh.
En 1966, un capataz de la zona encontró dos esqueletos que coincidían con las características de los guerrilleros desaparecidos. Uno estaba atado a un árbol, llevaba un Rolex colgando de la muñeca, restos de barba cobriza y varios impactos de bala. De su testimonio se deduce que Masetti habría sido fusilado por la Gendarmería Nacional. “Maldito… maldito… hijo de perra… fusílenme… fusílenme… Durante días y noches grité lo mismo. Durante días y noches anhelé esa muerte que se nos había dejado pispear. Durante días y noches me revolqué maldiciendo el momento perdido. Porque sé que ahora ya no tengo más valor. Que no me mataré solo… que ya nada puedo hacer por nadie ni por mí…”, había escrito en su obra dramática La noche se prolonga.
El cuerpo de Jorge Ricardo Masetti, el Comandante Segundo del EGP, nunca apareció.
Esta es su historia.Hernán Vaca Narvaja:
Masetti, el periodista de la revolución.
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2017. 384 páginas.
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