INTRODUCCIÓN (1845, Sarmiento, Facundo)
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el
ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la
vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un
noble pueblo!
Tú posees el secreto, ¡revélanoslo! Diez años aun después de tu trágica
muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al
tomar diversos senderos en el desierto, decían: "¡No! ¡no ha muerto! ¡Vive
aún! ¡El vendrá!"
¡Cierto!. Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en
la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su
complemento: su alma ha pasado a este otro molde más acabado, más
perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse
en Rosas en sistema, efecto y fin.
La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta
metamorfosis en arte, en sistema y en política regular, capaz de
presentarse a la faz del mundo como el modo de ser de un pueblo
encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires de un genio que
domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano,
bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta
Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu
calculador, que hace el mal sin pasión y organiza lentamente el despotismo
con toda la inteligencia de un Maquiavelo.
Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el
título de grande que le prodigan sus cortesanos? Sí, grande y muy grande
es, para gloria y vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares
de seres degradados que se unzan a su carro arrastrado por encima de
cadáveres, también se hallan a millares de almas generosas que en quince
años de lid sangrienta no han desesperado de vencer al monstruo que nos
propone el enigma de la organización política de la República. Un día
vendrá, al fin, que lo resuelva, y la Esfinge Argentina, mitad mujer por lo
cobarde, mitad tigre por lo sanguinaria, morirá a sus plantas, dando a la
Tebas del Plata, el rango elevado que le toca entre las naciones del Nuevo
Mundo.
Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la
espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo
forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo,
en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que estan pegados.
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