El 9 de diciembre a la tarde, agrupaciones y autoconvocados irán
a despedir a Cristina Fernandez a la Plaza de Mayo, donde ella
descubrirá un busto en honor a Néstor Kirchner. El escritor
Ignacio Molina se la cruzó en un ascensor en el año 2000 y la
saludó de manera antipática. "Para mí, en ese momento, vos eras
una diputada del montón, miembro del partido que había indultado
a los genocidas de la dictadura". En este texto, la despide y cuenta
cómo pasó de la desconfianza al apoyo en estos últimos 12 años.
La única vez que te vi de cerca no me pasó nada bueno. Era una mañana
fría del año 2000; vos ibas a ser entrevistada en un programa de la radio
donde yo era pasante. Subimos juntos en el ascensor. Al apretar el botón
del cuarto piso te saludé con una mueca antipática y mientras te miraba
de reojo se me vino a la cabeza una pregunta que en aquel tiempo, y durante
los diez años anteriores, se escuchaba seguido: “¿Qué harías si te cruzaras
con Videla en un ascensor?” Vos no eras Videla, claro, pero a mí, un post adolescente educado en el rigor político y cultural de los noventa, votante de
partidos trotskistas y víctima de la precarización laboral, tu nombre, Cristina Fernández de Kirchner, no me sonaba con la misma cadencia que ahora.
Para mí, en ese momento, vos eras una diputada del montón, miembro
del partido que había indultado a los genocidas de la dictadura y que había implementado el neoliberalismo en el país. Una dirigente más de la clase
política que nos estaba llevando a la debacle.
En aquel tiempo, meses antes o después de aquella mañana fría, te
cruzaste con David Viñas en un programa de televisión y les pediste
a quienes no estaban conformes con la realidad del país “que participen
donde sea, aunque sea fundando su propio partido político, pero que
participen para cambiar la realidad”. La escena se puede ver en Youtube y,
a la luz de lo que pasaría en los años siguientes, es conmovedora: Viñas
interviene para decir “me resulta un poco panglosiana su perspectiva,
¿sabe? Es de un optimismo que por lo menos a mí me desborda…”.
Y vos le respondiste: “¿Sabe qué, David? Yo tengo la obligación de ser
optimista. Usted tiene la obligación de ser pesimista porque es un
intelectual crítico, pero yo soy una militante política, y quiero cambiar
las cosas y pienso que lo voy a poder hacer”.
A favor de Viñas, y de aquel post adolescente nihilista que te saludó con
una mueca antipática en el ascensor, hay que decir que en ese momento,
con un 25% de desocupación, un gobierno que obedecía las órdenes del
Fondo Monetario Internacional, un peronismo bastardeado y un pseudo
progresismo aliado con el radicalismo de derecha que un año más tarde
se iría en helicóptero dejando decenas de muertos en las calles, la opción
de no tener esperanzas, de no creer en nada y de desestimar a la política
de los partidos tradicionales como una herramienta de cambio era la más
lógica del mundo.
Con el tiempo, aquel viaje en ascensor –que si hubiera tenido cualquier otro protagonista habría quedado confinado a los archivos más escondidos de mi memoria– se fue resignificando en mis recuerdos. Tomó una dimensión
cada vez más grande. Si te narro mi experiencia, Cristina, no es porque
crea que te pueda interesar especialmente, sino porque estoy seguro de
que puede ser similar a la de otros miles de jóvenes y no tan jóvenes que
en el 2003 miraban a Néstor y a vos de reojo y con desconfianza pero
que después, de a poco, fueron encontrando en ustedes al menos una luz
a la que aferrarse para no quedar hundidos en la oscuridad del
escepticismo. Lo primero que me acercó a esa luz fueron sus nuevos
amigos: si varios grupos piqueteros que habían enfrentado las políticas
de ajuste y represión de los gobiernos anteriores ahora se acercaban a
dialogar, y si las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo confiaban en sus
palabras y en sus acciones, entonces ustedes no podían ser tan malos. Y lo
segundo fueron sus enemigos: cada vez que la derecha, los militares,
la Sociedad Rural y las grandes corporaciones económicas decían cosas
como “se viene el zurdaje”, se me iba aclarando el panorama.
A pesar de todo lo que veía de positivo en el gobierno de Néstor y el tuyo,
recién pude definirme como “kirchnerista” sin pudores en el 2008, año en
el que te enfrentaste al salvaje lock out patronal “del campo” y en un discurso
en Plaza de Mayo calificaste al tuyo como “un gobierno popular”. Ese año
entré a trabajar en la redacción de la revista Noticias y pude ver cómo se
fabricaban las notas de tapa y las denuncias en tu contra: se juntaban dos
editores en un escritorio, tiraban títulos, elegían el más escandaloso y en
base a eso inventaban la nota. No duré mucho en esa revista (supongo
que mi negativa a inventar notas o a presionar a los entrevistados para que
digan lo que mis editores pretendían que dijesen y mi firma en una solicitada
a favor de tu gobierno influyeron en la decisión de mis jefes de echarme)
pero me alcanzó para constatar la saña y la perversión con que los mismos
medios que se quejan por una supuesta falta de libertad de expresión
quieren lavarle el cerebro a sus consumidores.
Definirme como kirchnerista y valorar todas tus medidas positivas que ya
conocemos (la Asignación Universal por Hijo, la estatización de las
jubilaciones, los trenes, YPF y Aerolíneas, el matrimonio igualitario, la
derogación de la ley de flexibilización laboral, el fortalecimiento de la
industria nacional, la derogación de la ley de obediencia debida y la
atmósfera
que permitió dictar la inconstitucionalidad de los indultos, el plan Procrear,
las millones de personas que pudieron jubilarse sin haber hecho aportes,
el intento de la 125, y un largo etcétera) no me convierte en un fanático
ni me ciega a la posibilidad de ver las falencias y las contradicciones
de tu gobierno (la designación de un presunto implicado en crímenes
de la dictadura como Jefe del Ejército, la negativa a tratar una ley de aborto
seguro y legal, y evitar así que una gran cantidad de mujeres muera por
año en clínicas clandestinas, la ausencia de reformas impositivas y agrarias
más sólidas y estructurales, los cientos de muertes por casos de gatillos
fácil que siguieron produciéndose en los últimos años, tu fortuna económica
personal que me incomoda al tener que defenderte, entre varias otras.)
Pero aun teniendo en cuenta todas esas falencias y contradicciones, habría
que ser bastante necio para mirar alrededor y no darse cuenta de que
fuiste un lujo demasiado grande para este país. Sí, Cristina, fuiste un hecho
fuera de lo ordinario para este país lleno de gente que destila un odio y
una violencia extrema en la calle, en las redes sociales y en los foros de los
diarios; un país en el que muchísimos, al tiempo que te acusan de dictadora,
añoran los golpes de Estado y las dictaduras militares; un país donde millones
afirman que “las negras del conurbano se embarazan para cobrar los planes”;
un país donde gran parte de la clase media y baja puede votar, como en
estas últimas elecciones, en contra de sus propios intereses y a favor de una
runfla de ignorantes, insensibles y mercenarios que no creen en la política
ni en el Estado y que piensan que gobernar es lo mismo que administrar una empresa; un país donde gran parte de la clase alta y la oligarquía se cree
dueña de todo y siente que las clases bajas son un estorbo y volvería
gustosa a la época de la esclavitud con tal de seguir enarbolando una sola
bandera, la de su propia ganancia, a expensas del hambre de los demás.
Sí, Cristina, tus gobiernos y el de Néstor fueron un lujo que muchos no
merecieron y que tal vez los más jóvenes no pueden mensurar en su
plenitud porque no tienen recuerdos de épocas anteriores; tus gobiernos
y el de Néstor fueron un gran paréntesis histórico de doce años tras el cual
volverán a escribirse sin traumas palabras como ajuste y represión. Mañana
este lujo se termina y vos te vas por la puerta grande. Y por eso te despido
hasta pronto y te digo gracias por haber hecho del Estado una herramienta de transformación y no un mero instrumento de los poderosos y las corporaciones, gracias por los derechos y las conquistas, gracias por haber conseguido que
en los últimos años la palabra política haya dejado de ser una mala palabra,
gracias por haber permitido que las discusiones sobre política dejaran de
ser teóricas y utópicas para instalarse en la realidad concreta y cotidiana,
gracias por haber hecho que palabras como justicia y distribución no sean sólo parte de consignas panfletarias…
Mañana te vas, Cristina, y la Argentina que dejás es muy diferente a la
de aquella mañana fría del año 2000 en que subimos juntos en el ascensor.
Y no sólo porque, gracias a los cambios de estos últimos años, Videla murió
en la cárcel y otros cientos de genocidas de la dictadura fueron juzgados y condenados y ya nadie puede cruzárselos en ningún ascensor; también
porque ya no se respira un aire de pesadumbre general ni hay tantos
argentinos olvidados y destinados a pasar hambre a merced de las
reglas del mercado. Y vos y yo tampoco somos los mismos que aquella
mañana. Yo ya no soy un post adolescente descreído de todo que se
interesaba por la política de la misma manera en que se interesaba por
la literatura, como algo muy apasionante pero que no tenía injerencia real
en la vida de los millones de argentinos. Ahora soy un papá responsable
que dejó de sentirse parte de una vanguardia iluminada y escribe novelas
y trabaja de cosas que le gustan. No voy a caer en el facilismo y la
demagogia de decir que eso último te lo debo a vos, pero sí puedo afirmar
que los años de tus presidencias y la de Néstor coincidieron con los años
más felices que viví. Y vos, Cristina, lograste convertir tu “optimismo
panglosiano” en el gobierno más inclusivo y democrático de la historia
argentina. Es cierto que te quedan muchas deudas pendientes y que las desigualdades en el país siguen siendo gigantes; tan cierto como que
para llegar adonde llegaste tuviste que dejar en el camino jirones de tu vida.
Por eso, si hoy tuviera la suerte de subir con vos en un ascensor, ya no te
saludaría con una mueca antipática ni te miraría de reojo ni pensaría en
Videla; si hoy me encontrara con vos en un ascensor no sé si los nervios
y el tiempo me dejarían hablarte demasiado, pero te abrazaría hasta que
se abrieran las puertas y te diría “gracias” al oído y en la última mirada
intentaría darte a entender todo esto que te acabo de escribir.
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