por Susana C. Otero
En la extensa pampa bonaerense abundan relatos de fuegos fatuos, historias de aparecidos, figuras fantasmales, de conjuros y pactos con mandinga.
De esas almas que viven penando, hay una que se ha reproducido una y otra vez en la boca de los paisanos, y en cada lugar suelen darle un sabor propio.
Nos referimos a la viuda, claro que esta viuda que hoy nos ocupa no ha de ser cualquier viuda.
Esta, ha de ser una viuda muerta de amores por la infidelidad de su esposo, la traición es lo que hace a esta mujer firmar un pacto con el coludo y la venganza ha de comenzar con el marido al que persigue y espanta, volviéndolo loco y enfermizo hasta su muerte. Si ya ha ido a vivir con su amante, hace que la abandone y se le sigue presentando hasta que su consorte, aterrorizado, enferma y muere sin causa aparente.
Una vez cumplida su venganza marital, la viudita no conforme, se dedicará a cumplir su feroz ataque a los demás infieles del lugar, porque en su contrato con el maligno, así estaba escrito.
Dicen que dicen
que era una tarde gris de domingo y que la Rosaura había recorrido el pueblo por tres días buscando al Jacinto, pero el mozo no había dado señales de vida.
La joven esposa había visitado a cuanto vecino conocía, pero nada.
Ella bien sabía las dotes de Don Juan del marido y otras veces había llegado tarde, cuando el sol estaba alto, pero tres días eran demasiados
Rosaura, tiempo atrás fue una de las más bonitas mujeres del poblado, pero últimamente había bajado tanto de peso que estaba irreconocible, su cara tenía ahora un gesto adusto y sus ojos ya no brillaban como años atrás para conquistar al Jacinto, sin dudas, él era el culpable debido a los sinsabores a los que acometía a la muchacha.
Jacinto era un vago, timador y muy mujeriego y Rosaura estaba cansada de las peleas, los desplantes y las noches en vela.
Ella, carcomida por los celos, la desesperanza y el desconsuelo iba a tomar el toro por las astas.
En la mañana del lunes el pueblo era un corrillo, cuando Jacinto apareció le dieron la noticia, su mujer en un acto de locura, se había quitado la vida.
Como es de suponer, pueblo chico infierno grande, la novedad corrió como reguero de pólvora y no había paisano que no comentara la desgracia. El lugar elegido era el boliche de Anselmo, donde entre caña y agua ardiente daban rienda suelta a la lengua
Con el transcurrir de los meses, Jacinto parecía haberse olvidado del infortunio y pronto andaba como si nada, azuzando a cuanta chinita se le cruzaba por el camino. No tardó mucho tiempo en unirse en pareja con una muchacha a la que apodaban la gringa por tener el cabello color oro y los ojos azules como el mar.
Los chismes iban y venían.
Entre los amigos de juerga, ambos asiduos concurrentes al boliche de Anselmo, estaban Nazareno y Tobías.
Esa noche entre copa y copa comentaban y no faltaban las chanzas subidas de tono, como que la gringuita lo estaba chupando al Jacinto y lo desmejorado que andaba.
Otros opinaban que debía ser su conciencia, pero lo cierto es que un buen día al Jacinto lo encontraron sin vida y lo más extraño era la mueca de espanto que mostraba su cara.
Aquel día, el boliche estaba concurrido, ya nadie podía dejar de comentar, pero Anselmo sabía y entre copa y copa les advirtió: -¡ha sido la viuda!, es que la Rosaura se ha cobrado su cuenta-.
Desde un rincón el Nazareno pidió otra caña y se rascó la barba: -vamos amigo, yo no creo en esas cosas, no sea supersticioso, los muertos, muertos son-.
El bolichero siguió sirviendo a los parroquianos cuando Tobías sentado frente al Nazareno inquirió: -vamos Anselmo, ¿qué sabes vos de viudas y aparecidos, no me digas que has visto alguna?-.
Anselmo parsimonioso volvió detrás del mostrador, se sirvió una caña doble, miró a los presentes y volviendo la mirada hacia la mesa donde se encontraba Nazareno y Tobías, la bebió de un trago, apoyó la copa produciendo un fuerte ruido sobre el mostrador, caminó sigiloso pensando cómo iba a introducir su relato, tomó una silla, se sentó a horcajadas frente a la concurrencia y dijo: -la historia que les voy a relatar jamás pensé contarla, pero creo que lo sucedido lo amerita.
Era yo un muchachito y mientras no tenía conciencia el amor y los mimos de mi madre hacían que mi felicidad fuera inconmensurable.
Pero, cuando tomé conciencia y advertí el sufrimiento de mi mama, ahí, cambió mi historia.
Mis padres, viéndoles a la distancia, conformaban una bella pareja, la estampa de mi Tata era la de un personaje guapo y pintoresco, de rasgos varoniles y al parecer con mucha aceptación entre las mozas del lugar, mi madre, supo hacer suspirar a más de uno, pero ella no tenía ojos más que para su hombre.
Claro que mi padre era un personaje donjuanesco, que siempre estaba de conquista y al que no le importaban si las chinitas eran casadas, viudas o solteras.
Como podrán imaginar el comportamiento de mi Tata era motivo de grandes peleas que mi madre afrontaba a diario, pero por más que él prometía una y otra vez que no sucedería más, a los pocos días nuevamente estaba en boca del pueblo. Esas andanzas las festejaban los hombres y señalaban con dedo acusador las mujeres, algunas por despecho y otras porque veían el silente sufrimiento de mi madre.
Cuando tomé conciencia del tormento que atravesaba mi viejita, contaba yo seis, siete u ocho años.
Por ese tiempo, mi padre solía desaparecer por días, ella debía asumir el trabajo de ambos para sostener la casa, la mala sangre, las reyertas y las tareas rudas comenzaron a deteriorarla física y mentalmente.
Muchas veces la sorprendía hablando sola, solía gritar a viva vos: -"Quedate tranquilo, pronto voy a cumplir mi promesa"-.
Su cuerpo, antes lozano y juvenil se tornó enjuto y desgarbado, pero lo que más la desdibujaban eran sus facciones, ya no diría triste, sino más bien macilentas y siniestras, claro que eso, nunca mermó su amor de madre.
Su calvario no duró mucho más, se suicidó entrando el invierno.
Mi Tata por esos días, parecía desorientado pero ciertamente no se alejó de sus correrías, solo que ahora, por las noches, solía dormir en casa.
Su nueva conquista era una maestrita que al verlo viudo lo consolaba.
Recuerdo mi tristeza y soledad. Por las noches solía despertarme sobresaltado y angustiado
fue allí donde la vi, la figura etérea de mi amada madre a los pies de la cama algo le reprochaba a mi padre
Ese suceso se repitió por noches y noches, después su inolvidable perfume quedaba impreso en la casa, yo solía verla a hurtadillas por la rendija de la puerta que no sé porque, mi padre no atinaba a cerrar
En fin, tiempos tristes, mi padre siguió el camino de mi madre, no sin antes en un ataque de locura arrebatarle la vida a la maestrita
Con el tiempo, muchos dijeron haber visto el espectro de mi viejita y lo más curioso fue que muchos de los amigos que festejaban y acompañaban las andanzas de mi padre fueron dejando esta vida sin causa aparente-.
Terminado el relato, el silencio en el boliche era espectral, Nazareno y Tobías sin mediar palabras, con sus caras alteradas salieron del lugar y nunca más los volvimos a ver.
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