LA COYUNTURA Y EL FUTURO DE LA ARGENTINA
➢
Introducción.
En el presente documento, la Cátedra Abierta “Plan Fénix” ofrece una
interpretación del proceso socioeconómico del país durante el último cuarto de
siglo, examina algunos dilemas planteados por la coyuntura actual y sugiere
acciones que deberían integrar, a su juicio, la futura agenda de políticas
prioritarias para consolidar un proyecto nacional soberano.
➢ La agenda permanente del Estado
A lo largo de casi una década y media de existencia, el “Plan Fénix” cree haber
sido consecuente en el planteo de un modelo de sociedad que impulse un proceso
de desarrollo con equidad en el que el Estado juegue un rol fundamental en la
dirección general de la economía, el impulso a la producción, la regulación de los
mercados, el fortalecimiento de la democracia, la promoción de los derechos
sociales, la apertura hacia un mayor protagonismo ciudadano y el logro de una
distribución del producto social más equitativa.
Este modelo de sociedad podría caracterizarse como una sociedad democrática y
equitativa, orientada hacia un desarrollo humano más inclusivo y sustentado en
una soberanía política plena y un control autónomo de sus recursos y actividades
productivas, científicas y culturales.
Las ciencias sociales han reflexionado largamente acerca de si capitalismo y
democracia pueden compatibilizarse en el contexto de economías periféricas en
las que el Estado asume un papel clave en el proceso económico, amparando y
haciendo florecer sectores capitalistas a través de esquemas que implican
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importantes transferencias de ingresos y riqueza. También han puesto en
discusión si la democracia podría ser compatible con la equidad social,
asegurando la vigencia de mecanismos de representación, participación
ciudadana y más genéricamente, gobernabilidad, que permitan canalizar y
satisfacer demandas por una distribución más justa del producto social. Asimismo,
han puesto en duda que un proceso capitalista fundado en la progresividad,
equidad distributiva y mayor inclusión social, pueda tener lugar bajo condiciones
de ajuste estructural extremo, apertura irrestricta, endeudamiento externo crónico
y debilitamiento del Estado.
En el trasfondo de esta ecuación, lo que se plantea es la congruencia de
cuestiones que, históricamente, no solo han dado contenido básico a la agenda
social y estatal, sino que, en su mutuo despliegue, han generado una tensión
permanente en el modelo de organización de nuestras sociedades. Nos referimos
a las cuestiones de la gobernabilidad, el desarrollo y la equidad distributiva. Como
modo de organización social, las sociedades mercantiles presuponen la vigencia
de reglas y condiciones que viabilicen su funcionamiento eficiente e impidan su
eventual desestabilización. Las primeras se relacionan con la creación de un
ordenamiento que, inscripto en múltiples facetas de la interacción social, generen
un contexto propicio para la expansión de la actividad económica y la acumulación
propias de una economía dinámica. Las segundas se vinculan con la adopción de
políticas y la puesta en marcha de mecanismos de contralor y regulación
orientados a paliar los costos sociales que se originan porque, librados a su propia
dinámica, los mercados agravan las condiciones de precarización y vulnerabilidad
de extensos sectores pauperizados y generan no solo situaciones de inequidad,
sino también potenciales focos de violencia y explosión social que conspiran
contra un ordenamiento social deseable. Por eso, el papel del Estado abarca
todos esos planos, ya que no existe progreso económico duradero sin
gobernabilidad, ni es aceptable una gobernabilidad sustentable sin equidad social.
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➢ Dos modelos en pugna
En el año 2001 publicamos nuestro primer documento señalando la cercanía de
una crisis que se produciría en el país a raíz de la aplicación de un modelo que,
inexorablemente, nos llevaría al desastre económico, político y social como
finalmente ocurrió.
En ese entonces, escribimos:
“Es preciso desterrar las ilusiones del pensamiento, que sólo argumenta a partir de
un futuro que nunca llega mientras que el presente muestra una trágica realidad.
Es imprescindible realizar un diagnóstico preciso de la naturaleza de la crisis para
apoyar, sobre esta base, su tratamiento y una política que permita reanudar el
crecimiento, recuperar capacidad de decisión y erradicar los males sociales que
nos agobian. […] No existen paliativos desde el frente de la política social para
semejantes calamidades, debido a dos motivos: la creciente escasez de recursos
y el hecho de que el sistema se ha convertido en una infatigable fábrica de pobres,
desempleados y excluidos.”
Lamentablemente, nuestras predicciones se cumplieron y en diciembre de 2001, el
país estalló. La enorme devaluación producida al año siguiente imposibilitó aún
más el pago de la deuda pública, que llegó a representar el 166% del PBI, además
de crecer la inequidad y el desempleo. Bajo tales circunstancias, se ahondó la
crítica situación del sistema productivo y colapsó el orden jurídico, en tanto la
situación social alcanzaba su máximo nivel de deterioro histórico. En términos
institucionales, el país quedó al borde de la desintegración.
Nuestra posición de entonces constituyó una clara embestida contra el modelo
neoliberal instalado en la Argentina que culminó en la década del 90, inspirado en
el Consenso de Washington. El país, más que ningún otro, había adoptado este
modelo sin cortapisas, al punto de convertirse en el discípulo dilecto de los
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organismos multilaterales de crédito que difundían la fe en la “mano invisible” del
mercado. Según una versión caricaturizada de sus postulados, la maximización
del interés individual maximizaría el bienestar colectivo. La sociedad y la economía
requerían un ajuste, luego del cual sobrevendría la “revolución productiva” cuyo
derrame produciría una mejor distribución del ingreso.
A pesar del generalizado fracaso y descrédito del neoliberalismo, los riesgos
actuales de su retorno, sea con su anquilosado discurso o camuflado bajo una
renovada prosa, siguen presentes, por lo que este documento reafirma los
principios que planteamos en aquella coyuntura y sienta las bases de un proyecto
de país diferente.
Las políticas predominantes en los 90 en la Argentina, provocaron una profunda
desintegración productiva, social y regional de la estructura económica nacional,
reeditando orientaciones de la última dictadura. De este modo, se promovió el
ensamblaje de productos sobre la base de insumos y partes importadas y, a la
vez, la desintegración del entramado industrial tuvo como contrapartida un
incremento significativo de los niveles de concentración y extranjerización.
➢ Alcances de la recuperación poscrisis
Luego de la crisis generada por el fracaso del neoliberalismo, comenzó a perfilarse
un nuevo proyecto político, económico y social que comenzó a establecer las
bases para una necesaria transformación. Se inició entonces un proceso que
priorizaba la inclusión social y la ampliación de ciudadanía, confiando en que
existían posibilidades y capacidades para generar una estructura productiva
compleja y diversificada, incorporar valor en la explotación de los recursos
naturales, integrar el territorio nacional a través del pleno desarrollo de sus
regiones y su incorporación al mundo afirmando el derecho del país a decidir su
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propio destino. Se reconoció el papel decisivo de la ciencia y la tecnología en el
proceso de transformación, y se intentó aprovechar la disponibilidad de los
enormes recursos materiales del país y la capacidad de gestión disponible para
emprender una gran empresa de desarrollo nacional. Este ambicioso programa se
cumplió a medias, ante la ausencia de una estrategia de desarrollo productivo
clara para alcanzar y sostener sus metas.
La mejora en el sector externo, inicialmente derivada de la suspensión de pagos
de la deuda externa y de la inmediata contracción de las importaciones tras la
devaluación, se consolidó posteriormente a raíz de la reducción del
endeudamiento tras una exitosa renegociación, de una leve mejora en los precios
y demanda internacional de buena parte de nuestras exportaciones y de un
modesto proceso de sustitución de importaciones. Estas circunstancias
posibilitaron una salida relativamente rápida de la crisis y una recomposición de
las reservas de divisas. Los superávit gemelos, fiscal y de cuenta corriente,
contribuyeron a restablecer la autonomía del estado nacional y a liberar al país de
la tiranía del “riesgo país” y de la subordinación a las condicionalidades impuestas
por el Fondo y los mercados financieros. De esta manera, el país consiguió
romper con el imaginario neoliberal y adoptar medidas de envergadura político,
contestatarias de poderosos intereses locales y foráneos. Es evidente que bajo las
circunstancias de extremo endeudamiento y condicionalidad de la política
económica doméstica imperantes hasta fines de la década de 1990, la
reestatización del sistema previsional o la nacionalización de YPF habrían sido
imposibles: pero, al mismo tiempo, fue necesaria una firme voluntad política para
concretarlas.
La promoción e inclusión de extensos sectores marginados por la crisis pasó a ser
una orientación central en esta etapa, a través de políticas de empleo, protección y
seguridad social. Por su profundidad y alcances, estas políticas condujeron en
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esos años a una reducción de la pobreza, a la creación de 5 millones de puestos
de trabajo, a las transferencias condicionadas de recursos (como la Asignación
Universal por Hijo), a la incorporación de 2,5 millones de personas al sistema
previsional y a un amplio sistema de subsidios, además de la intervención estatal
en las negociaciones salariales. Todas ellas son señales inocultables de una
estrategia que favoreció la inclusión social y mejoró la distribución del ingreso.
No obstante, la tendencia creciente de las tasas de actividad y de empleo
obedeció al incremento de las tasas de actividad de las mujeres. Y pese a que las
tasas de actividad permanecieron elevadas y estables entre 2002 y 2010, luego
comenzaron a descender. Por su parte las tasas de empleo que crecieron
fuertemente desde 2002, se estabilizaron a partir de 2008 y luego empezaron a
descender, con lo que comenzó a crecer la tasa de inactividad.
Dentro de la PEA se observa la persistencia del trabajo precario, es decir, de
empleos sin garantías de seguridad y estabilidad, tendencia favorecida por la
subcontratación y tercerización con que los empresarios procuran transferir el
riesgo frente a las contingencias del mercado, reducir el costo de la fuerza de
trabajo evadiendo el pago de la seguridad social, controlar y disciplinar a los
trabajadores ante la amenaza, real o virtual, del despido. Además, frente al
impacto de la crisis y el freno del empleo privado, creció fuertemente el empleo
público sobre todo en las actividades terciarias y de servicios.
En materia institucional, se adoptaron decisiones trascendentales en la
normalización de la justicia y la promoción de los derechos humanos. Tras más de
dos décadas de virtual inactividad judicial, salvo el histórico juicio a las juntas
militares, y pese a los denodados esfuerzos de los movimientos sociales en
defensa de los DD.HH., no se había logrado que el Estado asumiera el
compromiso de sancionar judicialmente a los responsables de los gravísimos
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delitos llevados a cabo por la dictadura militar. Recién en los últimos diez años el
Estado adoptó una política deliberada en esta materia, para así recuperar la
memoria histórica, la verdad y la justicia. Sus acciones se orientaron a la
identificación y sanción de los responsables de los delitos cometidos, dándoles el
carácter de delitos de lesa humanidad y hoy se trata de juzgar a los
corresponsables civiles.
➢ Coyuntura actual
Si bien durante el período 2003-2011 la economía argentina experimentó una fase
de crecimiento acelerado, subsiste la estructura productiva desintegrada que se
concretó en los años 1990 y que, visiblemente o de manera latente, tienden a
generar desequilibrios internos o externos que comprometen el objetivo de
crecimiento con inclusión social.
A partir de 2011, tras ocho años de fuerte recuperación, el ritmo de crecimiento de
la economía argentina se redujo considerablemente. Una serie de circunstancias
generaron un clima más complejo que en el ciclo expansivo anterior: 1) la
contracción de la demanda de nuestras manufacturas consecuencias de la crisis
iniciada en EE.UU. y Europa, que se extendió a todos los mercados ; 2) la
significativa remisión de utilidades por parte de las filiales de firmas extranjeras
radicadas en el país –predominantes en la cúpula empresaria argentina–, utilizada
como mecanismo de alivio de la crisis en los países centrales; 3) un proceso de
fuga de capitales que se disparó desde la crisis mundial de 2008, frente al que se
reaccionó tardíamente; 4) la crisis económica y las políticas contractivas que han
detenido el crecimiento de nuestro principal socio comercial, Brasil; y 5) la
inflación, provocada por una compleja combinación de factores: el papel cumplido
por los formadores de precios en la puja distributiva, niveles de inversión que no
siempre acompañaron una demanda expansiva, remarcaciones de precios en
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línea con movimientos cambiarios especulativos y expectativas negativas
amplificadas desde algunos medios de comunicación. También contribuyó
decisivamente a esta reversión, el déficit en divisas generado en las cuentas
externas del comercio energético, que hasta 2010 habían resultado superavitarias.
Por otra parte, el exitoso proceso de renegociación que reestructuró y redujo la
deuda externa, es enfrentado actualmente por un reducido porcentaje de
acreedores que no ingresaron en el canje de deuda. Los denominados “fondos
buitres”, son claramente representativos de un segmento del sistema financiero
internacional que busca optimizar su renta, exhibiendo un poder que no sólo
afecta intereses nacionales, sino que captura políticamente a los propios países
centrales, como Estados Unidos e Inglaterra, contando con la protección de sus
sistemas judiciales.
Otro aspecto problemático es que no se consiguió modificar sustancialmente el
perfil histórico de fuerte dependencia tecnológica de la industria argentina,
manifestada en un crónico déficit de un número significativo de sectores y
empresas. Es posible que la importante inversión que ha hecho el país en materia
de desarrollo científico, tecnológico e innovación pueda contribuir, en parte, a
paliar esta situación. Pero, en un contexto muy complejo, dado el alto grado de
extranjerización y concentración que muestra la economía, es necesario
implementar una estrategia productiva más profunda a partir de la definición de un
perfil industrial de largo plazo. Ese perfil debe apuntar a promocionar la
innovación en aquellos sectores donde la Argentina presenta ventajas
comparativas potenciales, y a fortalecer la competitividad de las economías
regionales y de los sectores con fuertes capacidades de generar empleo.
Por cierto, la insuficiencia de divisas y la inflación afectan la evolución de la
economía. Frente a la restricción externa el gobierno decidió establecer un
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régimen de administración restringida de los movimientos de divisas. Por un lado
fijó límites a la compra de moneda extranjera por parte de diversos tipos de
demandantes locales (posteriormente esto se flexibilizó, permitiendo el acceso de
pequeños ahorristas a la compra de divisas); por otro, creó una rigurosa
administración de las divisas con destino a importaciones, que aun así continuaron
incrementándose en los últimos años. Con el mismo propósito de mejorar el
balance de divisas, el gobierno también estableció mecanismos que benefician a
tenedores dispuestos a regularizar sus tenencias en moneda extranjera, aun
cuando los resultados de esta política no fueron los esperados. Resulta, por lo
tanto, indispensable enfrentar estos problemas movilizando los recursos propios,
reduciendo los mecanismos de evasión y elusión impositiva conectados
estrechamente con la fuga de divisas, y promoviendo mecanismos de retención
productiva del excedente.
➢ Asignaturas pendientes
Al igual que en 2001, y ratificando las orientaciones que planteamos entonces,
solo pretendemos actualizar y difundir nuestra posición respecto de los ejes
centrales que deberían orientar las políticas estatales a la luz de la experiencia de
la última década, de las circunstancias que presenta la actual coyuntura y de las
perspectivas del país para enfrentar el desafío de resolver las cuestiones del
desarrollo y la equidad, partiendo de la premisa de que el desarrollo económico
debería correlacionarse positivamente con la equidad social.
La cuestión del desarrollo es tan antigua como el sistema capitalista y su
problematización nace, precisamente, con el surgimiento y expansión de una
economía de mercado. Pero, en tanto sistema productivo y más allá de sus
problemas de acumulación y reproducción, el capitalismo es un verdadero modo
de organización social, que genera relaciones de poder y determina en gran
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medida el lugar de cada individuo en la estructura social, así como el alcance de
sus derechos al bienestar y a una vida digna. Por eso, el desarrollo no es solo una
cuestión económica sino que abarca múltiples aspectos de la existencia social.
El tránsito al desarrollo es necesariamente idiosincrático y se modela en el cruce
entre las condiciones generales del proceso de acumulación capitalista a escala
mundial y las condiciones particulares del conflicto social en cada país; no hay por
ello modelos rígidos. Cada país debe intentar promover su propia versión. Un
primer aspecto a dilucidar es qué esquema de división social del trabajo debe
establecerse entre el Estado, el mercado y la sociedad civil en la producción de
bienes y servicios, así como en la regulación de la actividad socioeconómica.
A diferencia del neoliberalismo, que propugna un estado prescindente y confía en
que la mano invisible del mercado asigna óptimamente los recursos de una
sociedad, consideramos que el Estado tiene un rol irrenunciable en el diseño e
implementación de políticas que aseguren el pleno empleo, la competitividad de
los mercados, la renovación de la infraestructura física del país, la inversión
pública y privada, la transformación de la matriz energética y productiva, el
desarrollo e incorporación de tecnologías de punta en los procesos productivos y
la promoción de los mercados externos para la producción nacional. Debe,
además, procurar altas tasas de inversión, una cuenta corriente equilibrada, una
reducción significativa de la inflación y un fortalecimiento de las condiciones de
financiamiento de la actividad estatal.
El futuro modelo productivo debe basarse en una visión renovada y actualizada
del viejo modelo de sustitución de importaciones, que no considera las nuevas
orientaciones de la producción de bienes en el mundo actual y es incapaz de
enfrentar la “restricción externa”. Es preciso sustituir el futuro, no solo el pasado.
Anticiparse a los cambios previsibles impuestos por el avance de la ciencia y la
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tecnología, incorporando en el tejido productivo las actividades que lideran el
desarrollo, para abastecer el mercado interno y exportar.
Al igual que las economías avanzadas y emergentes, es preciso ser protagonistas,
en condiciones no subordinadas y en eslabones con sustancial valor agregado,
dentro de la división internacional del trabajo intraindustrial (a nivel de productos
no de ramas) y la formación de cadenas transnacionales de valor. Nada impide
que Argentina cuente con una o más empresas terminales en la industria
automotriz, para integrar las cadenas de valor con motores y componentes
avanzados y, al menos, erradicar el creciente déficit externo del sector. Lo mismo
puede afirmarse en las industrias vinculadas a las tecnologías de la información y
la producción de bienes de capital.
Deben incrementarse las exportaciones de manufacturas y servicios, incluso en
las actividades de mayor contenido de valor agregado y tecnología. Estos bienes y
servicios constituyen la mayor parte y el componente más dinámico del comercio
internacional. Las ventajas competitivas en las actividades de frontera, no están
determinadas por la dotación actual de factores sino por la decisión política. La
audacia debe ser un elemento esencial de la estrategia de desarrollo industrial,
para integrar el territorio y las cadenas de valor. El país cuenta con los medios y
capacidades necesarias para ello.
Resulta fundamental fortalecer el protagonismo y el entramado de las empresas
nacionales, en todas sus dimensiones, Pymes y grandes. No se construye un
empresariado nacional y el desarrollo del país, delegando el protagonismo en las
filiales de las corporaciones transnacionales. No hay empresarios nacionales sin
un Estado desarrollista ni desarrollo sin empresarios nacionales. En ningún lado el
desarrollo ha tenido lugar sobre otras bases que la soberanía, el impulso privado y
las políticas públicas. Es necesario un nuevo régimen de inversiones extranjeras,
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como los de China y Corea del Sur. Se trata de asociar a la inversión extranjera al
proceso de transformación, orientándola a la incorporación de tecnología, la
ampliación de los mercados externos y la vinculación con empresas locales. Sobre
estas bases, las filiales dejan de ser causa para ser parte de la resolución de la
restricción externa. Para estos fines es preciso erradicar el vocablo de uso
frecuente “atraer inversiones”, que implica que el origen de la inversión es
esencialmente extranjera, cuando, en la realidad, la fuente fundamental del
financiamiento es el ahorro interno y la construcción de una estructura productiva
que garantice un resultado sólido de la cuenta corriente del balance de pagos.
Urge, entonces, ampliar las bases del cambio tecnológico y la innovación propias,
vinculando la educación con la capacitación de los recursos humanos necesarios
para las ciencias básicas y la tecnología. Los gastos de investigación y desarrollo,
en las empresas, las universidades, los organismos públicos pertinentes, son las
inversiones de mayor impacto en el desarrollo económico y social.
En el contexto externo, la Argentina deberá continuar afianzando la estrategia de
integración al conjunto de la región de que forma parte histórica, cultural,
geográfica y políticamente. Durante este primer tramo del siglo XXI, América
Latina ha decidido desempeñar un rol distinto, en el orden internacional, que el
que le había sido asignado históricamente. El proceso de integración en el ámbito
del MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC, que enfrenta serias amenazas, debe
ser concebido de modo que los países reduzcan su vulnerabilidad frente a la
globalización y transnacionalización, procesos que comprometen la capacidad de
decisión autónoma de los Estados nacionales. Estas tendencias, instaladas por el
propio desarrollo del capitalismo a escala planetaria, exigen preservar, un espacio
propio de decisión, deliberada y responsable, como condición sine qua non para
minimizar los efectos regresivos o desestabilizadores de esos procesos sobre el
funcionamiento de las sociedades nacionales.
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Somos conscientes de que la multiplicidad de objetivos planteados genera
tensiones que dificultan su logro en el corto plazo y que la coyuntura actual no
favorece una rápida superación de los desafíos que enfrenta el proceso de
desarrollo, sea por la restricción externa, el relativo deterioro de los términos del
intercambio de nuestra producción, el menguante nivel de divisas, el impasse en la
situación de la deuda pública y un marco de expectativas desfavorables. Pero,
precisamente por estas circunstancias, resulta fundamental definir el rumbo y el
escenario al que se apunta, con plena conciencia de que el país cuenta con los
recursos naturales y el capital social necesarios para colocarlo en niveles de
desarrollo superiores al actual.
Una de las condiciones para avanzar en la dirección señalada es construir un
Estado que pueda asumir los desafíos planteados. No basta, para ello, con
adoptar políticas coherentes para superar gradualmente las condiciones
macroeconómicas señaladas. También se requiere recobrar la centralidad del
Estado, introduciendo nuevas formas de apertura y participación ciudadana en la
gestión pública, propias de un Estado abierto y una democracia deliberativa, que
mejore la calidad de las instituciones. Es necesario un Estado que anticipe,
planifique y programe, con sentido estratégico, las políticas a adoptar con relación
a los distintos aspectos de la gobernabilidad, el desarrollo y la equidad distributiva.
Un Estado que establezca rutinariamente procesos de selección según
capacidades, concursos periódicos, carrera funcionarial y mayor capacidad de
gestión. Un Estado que introduzca, de manera permanente, el seguimiento, control
y evaluación de sus políticas, proyectos y resultados, abriendo sus repositorios de
datos al escrutinio de la ciudadanía y fortaleciendo, de este modo, la participación
cívica, la transparencia y la democracia deliberativa, con un funcionamiento
eficiente de las instancias y mecanismos de responsabilización y la
institucionalización de juicios de responsabilidad en la gestión.
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La vigencia del orden constitucional y el respeto a los derechos humanos,
configuran un cuadro institucional positivo para encarar la resolución de los
problemas de la coyuntura. En la hora actual, se requiere una firme voluntad
política para continuar el proceso iniciado después de la última gran crisis,
actuando simultáneamente en una gran variedad de frentes.
Dentro de la agenda de cuestiones que demandan urgente atención, la reforma de
los mecanismos de regulación del sistema financiero no tiene aún el lugar central
que merece. El sector financiero del país registra serias deficiencias que se
arrastran desde hace varias décadas. Las positivas reformas recientes a la Carta
Orgánica del Banco Central, sin embargo, no son suficientes para superarlas.
Debería considerarse al sistema bancario como un servicio público para el
desarrollo y no, simplemente, una actividad comercial más que debe ser regulada.
El Estado debe poder regular la actividad bancaria para que atienda no sólo las
actividades de bajo riesgo y alta rentabilidad, sino a aquellas de relevancia desde
el punto de vista para la transformación productiva hacia el desarrollo y la inclusión
social. Teniendo en cuenta que los depósitos en el sistema no son propiedad de
los bancos sino de los ahorristas, bajo responsabilidad y garantía del Estado, es
éste quien debe garantizar que el ahorro nacional constituya una palanca de
progreso. En tal sentido, es de suma importancia la investigación parlamentaria en
curso sobre el papel central que ha tenido la banca extranjera en la fuga de
capitales no declarados por parte de sectores de altos ingresos hacia guaridas
fiscales. El monto y la significación de esta sangría de recursos merece la atención
de la opinión pública, y una acción regulatoria que elimine la posibilidad de estas
prácticas financieras predatorias.
Del lado de los ingresos fiscales, la estructura tributaria sigue siendo regresiva, por
lo cual será necesario incrementar la participación de los impuestos sobre los
ingresos y el patrimonio dentro del cuadro de recursos fiscales. En tal sentido, el
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pago de impuesto a la renta por parte de las empresas debería considerarse como
anticipo del que corresponda a las personas físicas involucradas (socios,
accionistas, y otros.). También además deberán ser reducidas o eliminadas las
exenciones y liberalidades actualmente vigentes.
Otras medidas imprescindibles incluyen la fijación de una nueva escala progresiva
en el impuesto a las ganancias, la actualización de la imposición a las
exteriorizaciones de riqueza de los contribuyentes y la revisión de los alcances y
tasas de los impuestos al consumo, para reducir su incidencia sobre los sectores
sociales más humildes. Las políticas fiscal y parafiscal en materia de comercio
exterior deberán considerarse como herramientas fundamentales de la política
económica del país.
También exige revisión la legislación ligada a aquellos aspectos de la tributación
asociados al proceso de globalización que, a través de la banca global y los
demás agentes del negocio off-shore, promueven la evasión y elusión fiscal, la
fuga de capitales y el lavado de dinero. Deberá fortalecerse la administración
tributaria y las restantes áreas del Estado para enfrentar este grave desafío,
elevando la eficacia de su conducción y coordinación. Al respecto, deberá librarse
con Brasil y los restantes miembros de la UNASUR una lucha común en todos los
foros globales para lograr la desaparición de las “guaridas fiscales” y la limitación
de las acciones deletéreas generadas en el campo fiscal por finanzas globales
sustancialmente desreguladas.
La lucha contra la evasión y elusión impositivas deberá encararse con renovado
vigor, dada su significativa incidencia sobre la recaudación tributaria. Para ello,
será preciso diseñar y poner en marcha nuevas herramientas tecnológicas y
metodológicas en materia de recaudación fiscal, que impacten sobre el volumen
de ingresos fiscales. También debería contemplarse la introducción de normas
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legales, o incluso constitucionales, que destierren definitivamente, o limiten
seriamente, la posibilidad de conceder blanqueos, condonaciones o moratorias en
situaciones comprobadas de evasión fiscal.
El análisis del gasto público está inserto en este proceso de mejora del sistema
fiscal, lo que se logrará con la mejor calidad en la elaboración del presupuesto y
desde luego de su transparencia y control.
Uno de los roles fundamentales del Estado nacional es morigerar los impactos
regresivos que el capitalismo produce sobre la distribución del ingreso y la riqueza,
dada la propia lógica de sus mecanismos de generación y apropiación del lucro en
la actividad económica. Para reducir tales desigualdades, las políticas públicas
han ensayado desde transferencias monetarias condicionadas hacia sectores
sociales vulnerables, hasta medidas de protección social, producción de bienes
públicos o desgravaciones tributarias. Pero a pesar del esfuerzo desplegado, de la
inversión realizada y de los numerosos planes y proyectos establecidos, persisten
problemas de pobreza, desigualdad y marginalidad que exigen, sobre todo,
mejorar la calidad y la gestión de los cuantiosos recursos invertidos en estas
políticas compensatorias. Sin pretender abarcar la totalidad de las cuestiones que
exigen solución, aludiremos a las políticas de empleo, vivienda, salud y educación.
Algunos de los desafíos para las próximas décadas son incrementar el empleo
productivo, reducir el desempleo y el trabajo no registrado, luchar contra la
precarización bajo todas sus formas y adoptar reformas laborales que garanticen
la estabilidad y la seguridad en el empleo. Una menor desigualdad en el trabajo
dependerá no sólo de los ingresos, sino también de la mejora en las condiciones
de trabajo y de empleo.
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La lucha contra la desigualdad demanda una acción articulada en varios frentes:
aumento del nivel de empleo productivo; reducción del desempleo y de la
precariedad; reconocimiento de los derechos colectivos de los asalariados y
libertad sindical; generalización de los convenios colectivos de trabajo; institución
de un salario mínimo, ajustable periódicamente según los índices de inflación; y
garantía de un “ingreso ciudadano”, al margen de una contribución individual a la
actividad económica.
El problema de la vivienda exige un conjunto de políticas que combatan la
especulación sobre los valores del suelo y prioricen la función social de la
propiedad. La política estatal debe estimular la construcción y el financiamiento de
viviendas dirigido a los sectores de menores recursos. Merecen particular atención
los asentamientos marginales, habitados por sectores urbanos pobres, cuyas
condiciones de precariedad exigen la adopción de políticas integrales que mejoren
sus condiciones de habitabilidad e infraestructura de servicios.
En materia de políticas de salud, la adopción de algunas políticas significativas
(entre ellas, la Ley de Salud Mental, el acceso integral a la reproducción
médicamente asistida y la creación de la Agencia Nacional de Laboratorios e
Institutos de Salud), no han conseguido revertir totalmente un cuadro que sigue
siendo preocupante. La creación de un Sistema Único de Salud, que garantice su
universalidad, gratuidad, integralidad, y su carácter público y equitativo, es una
decisión esencial que se halla pendiente. También se requiere una ley federal de
salud que, entre otras cosas, asegure una creciente intervención del Estado en el
financiamiento de los servicios públicos de salud.
Si bien la descentralización del sistema público de salud ha sido ventajosa en
materia de gestión, ha debilitado los mecanismos del Estado nacional para
monitorear la equidad global del sistema, rol que debería recuperar. Asimismo,
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deben implementarse políticas que reviertan el creciente pasaje de afiliaciones de
las Obras Sociales hacia las prepagas, e impidan los sistemas de seguros
públicos de salud, una forma implícita de financiar al sistema privado como ocurre
en muchos países. Por su parte, la atención primaria de la salud debe ser
concebida y estructurada estratégicamente, para que deje de ser un servicio de
baja calidad destinado a los “pobres”. En el frente epidemiológico deberá prestarse
especial atención a la mayor complejidad del panorama sanitario del país.
En el último decenio, la educación argentina sufrió cambios significativos. El
presupuesto del área supera hoy el 6,4 % del PBI y ofrece una base favorable
para formular políticas educativas congruentes con el objetivo de construir un país
preparado para enfrentar los grandes desafíos de este siglo. Se ha logrado una
mejora sustancial de las remuneraciones de docentes y no docentes; construido
un número importante de nuevas escuelas; entregado gratuitamente libros y
dispositivos electrónicos a estudiantes; dispuesto la obligatoriedad de la educación
secundaria para los jóvenes; incorporado y ampliado la oferta educativa inicial; e
incrementado la inclusión educativa de numerosos jóvenes marginados por
razones económicas y sociales.
Pero los importantes avances ya realizados no deberían ocultar algunas
asignaturas pendientes. La oferta pública de establecimientos educativos para
niños y niñas de entre 45 días y 3 años de edad, es imprescindible en una etapa
tan fundamental para su formación y el logro de una real igualdad de
oportunidades. Por su parte, la estructura correspondiente a la enseñanza inicial y
primaria que se ha extendido a toda la población debería generalizar, como
objetivo prioritario, la doble escolaridad.
La enseñanza media constituye hoy el talón de Aquiles del sistema educativo.
Atender a una población adolescente requiere definir en primer lugar cuál es el
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objetivo de la formación en ese nivel. Su rol debería ser colaborar en el
crecimiento autónomo del adolescente, proporcionándole herramientas teóricas y
prácticas para su formación en libertad, inculcándole un espíritu solidario y un
interés activo por su entorno social, por su país y por la realidad mundial. La
escuela media debe reducir aún más los déficit que generan repitencia y
deserción, fenómenos gemelos que debilitan el papel integrador de la educación
pública y son fuente de discriminación social.
Somos conscientes de que la solución de estos problemas demandará muchos
años y enormes esfuerzos por mejorar la calidad educativa. Entre otras cosas,
exigirá reformar la formación docente, actualmente a cargo, principalmente, de los
Institutos Superiores de Formación Docente. Sus programas requieren
actualización, tanto en materias específicas como en aspectos pedagógicos y
didácticos. Además, en todos los niveles de enseñanza, desde los jardines a la
escuela secundaria, es imprescindible la intervención interdisciplinaria
(trabajadores sociales, psicólogos, sociólogos, etc.) en el proceso de aprendizaje.
En cuanto a la educación superior, si bien se ha expandido el sistema de
Universidades nacionales siguiendo criterios de federalización y equidad, debe
continuar incrementándose la oferta de carreras universitarias de grado y
posgrado, a fin de atender una demanda creciente y diversificada, privilegiando
aquellos estudios que mejoren el perfil científico y tecnológico del país. En tal
sentido, sostenemos la necesidad de realizar modificaciones fundamentales en la
estructura de las universidades, por resultar obsoleto el mantenimiento de
facultades disciplinares, cuando la interdisciplinariedad del conocimiento exige
nuevas formas organizativas de la oferta de estudios superiores.
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➢ Un debate necesario
Los análisis, planteamientos y propuestas desarrollados en este documento,
reflejan los puntos de vista de un grupo plural de académicos universitarios
convocados desde hace casi una década y media por el Plan Fénix.
Anima a este grupo el propósito común de reflexionar sobre la experiencia
histórica del país, mirando hacia el futuro. La Argentina ofrece hoy una plataforma
sólida para consolidar lo logrado, afirmar la justicia social como objetivo y
condición necesaria del desarrollo, resolver la restricción externa, estabilizar la
economía, erradicar la fuga de capitales y reciclar el ahorro interno en la
expansión y transformación de la estructura productiva e integración del territorio.
Aspiramos a que nuestros puntos de vista sean discutidos con la serenidad de la
reflexión y la pasión del compromiso político. Y a que se sumen a este debate las
diversas voces de la sociedad.
Cátedra Abierta Plan Fénix
Noviembre de 2015
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