noviembre 23, 2015
Cuando el lado de uno pierde, la primera tentación es tratar de disminuir, a los ojos de uno mismo, la derrota. Esta vez sería fácil: Con el 99,17 % de las mesas encuestadas, la diferencia entre los dos candidatos es sólo del 2,8 %. Mauricio Macri sumó 12.903.301, y Daniel Scioli 12.198.441 voluntades. 704.860 de diferencia, algo más que los votos en blanco y nulos, en una elección en la que votó el 80 % del padrón.
Si minimizara la derrota, me equivocaría. Hay algo nuevo e importante, y no es que nunca antes se había llegado a un balotaje -algo habitual en otros países latinoamericanos. Tampoco pasa porque es la primera vez que se elige a alguien que no es peronista o radical, aunque eso se acerca.
El punto es que ha sumado un poco más de la mitad de los votos, y ganado legítimamente la presidencia de la Nación, una fuerza con banderas políticas que en todos los países democráticos se clasifican como “centro derecha”. Eso es bastante normal en esos otros países, pero nuevo en Argentina.
Ahora, es necesario tener presente algo: Nada indica que el nuevo gobierno de Macri podrá ser más de “derecha” -lo que eso significa en el mundo actual: desregulación, privatizaciones, apertura indiscriminada a la globalización- de lo que lo fue el de Menem. Ni le será fácil aplicar medidas más impopulares de lo que hizo el de la Alianza. No por sus intenciones -no voy a adivinarlas- sino porque la sociedad no ha sido llevada al punto de aceptar cualquier cosa por la hiperinflación o por el desempleo.
La diferencia esencial con los casos anteriores es política, y los que nos interesamos en la política, los que nos preocupamos por el destino del país, debemos tenerla presente: Mauricio Macri no ha necesitado para llegar a la Presidencia ni de la identidad peronista y los aparatos territoriales y sindicales del justicialismo, como Menem (y, para aplicar políticas distintas, Néstor y Cristina Kirchner); ni de la alianza con una fuerza de centro-izquierda, el FREPASO, como De la Rúa; ni de un discurso vagamente social demócrata y reivindicador de los derechos humanos, como Alfonsín.
Triunfó con un discurso de manual de autoayuda, más o menos como el que hizo anoche. Su estrategia de campaña fue inteligente y eficaz. Y la del Frente para la Victoria… mucho menos. Era un desafío difícil: había que coordinar dos realidades políticas bien distintas: el peronismo territorial, identificado, en general, con la figura de Scioli y el peso simbólico e institucional de la Presidente.
Fue un fallo grave permitir que el adversario se apoderara de la imagen delCambio, y quedar encerrado en la defensa de logros … del pasado. Pero no quiero dejarme llevar por una mirada de publicista: la campaña fue importante, el apoyo de los medios masivos a Macri mucho más, pero no debemos engañarnos a nosotros pensando que los que lo votaron “estaban engañados”.
Sabían que estaban votando el rechazo a la experiencia kirchnerista, mucho más que a favor de Mauricio Macri. Su éxito, y el del PRO, consistió en convertirse en el canal adecuado para expresar ese rechazo. No corresponde, entonces, minimizar la derrota política que significa que la mitad de los argentinos hayan votado a favor de un “porteño creído” (algunos dirán que es una redundancia) y de políticas que traen recuerdos desgraciados de los últimos años de Menem y de la catástrofe de la Alianza. Algo se ha hecho mal.
¿Y ahora? No tengo motivos, desgraciadamente, para cambiar mi opinión previa: El gobierno de Macri, por quienes lo componen y quienes lo apoyan, dentro y fuera de Argentina, es muy probable que siga políticas negativas para los intereses estratégicos de nuestro país: la defensa del empleo, del mercado interno, de la autonomía nacional.
Ojalá me equivoque, pero no me parece probable que nuestra oposición, y las posibles dudas de sectores que votaron a Cambiemos alcancen para impedir un nuevo y gravoso ciclo de endeudamiento. Ya era difícil, en las circunstancias actuales, que no lo hiciera, en escala menor, un gobierno del FpV.
Soy más optimista en lo que hace a la lucha por el salario y las prestaciones sociales. La mínima ventaja electoral del ganador -que, creo, debemos agradecer a esa movilización espontánea y sin dirigentes que se dio después del 25/10-, y una sociedad que no renuncia fácilmente a lo que considera derechos adquiridos, que los ve como un piso mínimo, permite pensar que hay buenas chances. Por supuesto, esta lucha no se hará con declaraciones encendidas en Facebook o en los blogs, ni tampoco con marchas simbólicas de repudio.
Será, como siempre ha sido, llevada adelante por la tarea paciente y realista de los sindicatos. Y de los movimientos sociales con algún grado de organización. Donde las conducciones gremiales no cumplan esa tarea, hoy existen muchas agrupaciones de base en los lugares de trabajo ansiosas de ocupar su lugar.
Desde la política, la tarea será, primero, entender lo que la sociedad exige hoy, y lo que puede llegar a exigir si se desilusiona del gobierno que empieza. Y luego elegir los dirigentes capaces de dar respuestas.
La única observación que se me ocurre ahora es desmentir esa demagogia barata que “los pueblos nunca se equivocan”. Por supuesto que se equivocan, y tienen derecho a hacerlo: están compuestos de seres humanos. Pero tengamos claro que, si se equivocan, es porque primero se han equivocado los que pretenden conducirlos.
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