miércoles, 2 de septiembre de 2015

LECTURA DEL CONURBANO Y OTRAS YERBAS

El conurbano nació en los ´90,

 del blog de abel

septiembre 1, 2015
villa miseria oculta
Puede ser que algunos sientan – Manuel Barge, Fabián Rodríguez – que el título de este posteo es una provocación. No es así. Es algo que tomé de la nota de José Natanson – para mí, el mejor periodista argentino – que quiero acercarles. Y es solamente uno de los aspectos – no el más importante – que J. N. marca, con respeto, del Gran Buenos Aires. Le agrego un breve comentario al final.
Aunque alberga a casi un cuarto de la población nacional y condensa exacerbados los tres hechos malditos de la clase media argentina (pobreza, inseguridad y peronismo), el Gran Buenos Aires carece de una identidad propia. Si la filiación puede definirse en función del barrio (tempranamente construido en torno al tango y el club de fútbol), el partido (matancero, lomense, sanisidrense) e incluso el cordón (en el Oeste está el agite), el conurbano no constituye un núcleo de pertenencia claramente definido. Como un incómodo pivote que no es ni capital ni interior, un poco urbano y todavía un poco rural, aparece en los medios bajo la forma de una amenaza que cerca –en sentido literal y metafórico– a la ciudad de Buenos Aires, donde brillan las luces. 
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Quizás por eso, y aunque resulte asombroso, hasta bien entrada la década del 90 prácticamente no hay referencias al conurbano en la literatura, el cine o el rock. Con algunas contadísimas excepciones, como las enormes primeras novelas de Jorge Asís, el éxito de teatro Made in Lanús y algún blues perdido de Pappo o Manal, el conurbano no se recorta como una geografía con entidad propia sino apenas como una extensión aspiracional de la capital. Recién cuando comienza a hacerse evidente lo que Adrián Gorelik llama el fin de la ciudad expansiva, en el sentido de la capacidad de la ciudad para integrar en condiciones dignas tanto nuevos espacios como nuevos contingentes poblacionales, el conurbano adquiere soberanía.
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Esto se refleja en la música popular, con la explosión del rock barrial a través de bandas como Divididos, La Renga o Los Piojos, el género tropical, que asume explícitamente su condición de exclusión con la cumbia villera, y sobre todo el cine, con el boom del nuevo cine argentino en películas de realismo sucio estilo Pizza, birra y faso, El bonaerense y Mundo Grúa, o costumbristas nostálgicas tipo Luna de Avellaneda, entre muchas otras. La literatura llegó más tarde, con los relatos de Juan Diego Incardona, Vivir afuera de Fogwill, y Kryptonita de Leonardo Oyola, y en cierto modo con Las viudas de los jueves, que mostró la otra cara de la otra cara del conurbano: el fondo de terror escondido detrás del falso paraíso de los countries.
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Pese a esta debilidad simbólica, el Gran Buenos Aires ocupa el centro de la vida política argentina. El peronismo, se sabe, nació con el aluvión de masas suburbanas que marcharon sobre la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, y una vez en el poder desplegó una serie de políticas de inclusión urbana (desde la estatización de los servicios de agua, ferrocarril y gas para garantizar su extensión con tarifas bajas a los sectores populares a los créditos blandos del FONAVI) y medidas de enorme trascendencia territorial, entre las que se destaca la decisión de construir el nuevo aeropuerto no en el rico corredor norte, donde vivía la mayoría de sus potenciales usuarios, sino en Ezeiza, como forma de revalorizar al sudoeste postergado y reequilibrar la geografía del conurbano (y donde, 24 años después, se producirá el regreso de Perón y el principio del fin del peronismo peronista). 
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El trazado cuadricular de Buenos Aires, nítida herencia de la ciudad colonial, permitió ir sumando progresivamente a los suburbios al núcleo original formado en torno del puerto, hasta que la crisis de la “ciudad inclusiva” disparada por el agotamiento del modelo estadocéntrico e industrialista puso fin a este proceso homogeneizador. Las primeras villas, situadas en terrenos vacíos del ferrocarril, basurales y márgenes inhabitados de los ríos, comenzaron a aparecer a mediados de los 50: si su trazado laberíntico original reflejaba su concepción transitoria, los barrios precarios que se fueron formando más tarde comenzaron a reproducir el trazado amanzanado de la ciudad. Todo un signo de los tiempos: en simultáneo con el quiebre del imaginario social de integración vía trabajo y movilidad ascendente, la villa dejaba de lado su provisionalidad y, transformada en asentamiento, asumía su condición permanente: la esperanza ya no se cifraba en salir de ahí sino en el sueño improbable de una regularización. 
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Algunos años más tarde nacían los dos no-lugares más expresivos de la otra cara de la fractura social: los shoppings, que a diferencia de su modelo original norteamericano no se situaron exclusivamente en los suburbios sino en el corazón mismo de la ciudad, y los countries, que impusieron un freno a la expansión horizontal de Buenos Aires ocupando con sus superficies cercadas el cuarto cordón. El 27 de junio de 1996 Carlos Menem inauguró los once carriles con peaje de la nueva Panamericana, lo que permitió multiplicar las urbanizaciones privadas facilitando el acceso (aunque poco después el tránsito se haría imposible) al tiempo que simbolizó el abandono de la apuesta al transporte colectivo vía ferrocarril en función del transporte automotor individual. 
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Diciembre de 2001 encontró una vez más al conurbano en el centro de la política. Sus barrios empobrecidos, sobre todo los situados a la vera de la ruta 3, estuvieron en el origen de los movimientos piqueteros, cuya inteligencia en los meses más calientes de la crisis consistió en llevar los problemas y dramas del Gran Buenos Aires al centro de la ciudad. En este sentido, no debe ser casual que el momento más dramático de todo el ciclo de protesta (el asesinato de Kosteki y Santillán) haya comenzado en uno de los puentes que unen –y separan– a la capital del conurbano. A veces la historia procede con precisión de relojero.
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Pero el proceso tenía también un costado paradójico. Socialmente pauperizado, el conurbano se fortalecía políticamente: la reforma del 94, que eliminó el Colegio Electoral y estableció la elección directa del presidente, potenció su relevancia electoral, al tiempo que los intendentes, verdaderos mini-presidentes con reelección indefinida, ganaron autonomía: la descentralización iniciada por la dictadura y profundizada durante los 90 transfirió a los estados municipales resortes en materia de salud y educación y luego, con el giro asistencialista de la política social, el control de la ayuda social, desde las cajas PAN alfonsinistas al plan Trabajar menemista y el Jefas y Jefes de Hogar duhaldista.
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En este panorama de bancarrota social y agitación política se produjo el ascenso del kirchnerismo como nuevo eje de poder bonaerense. Aunque el crecimiento económico y la reconstrucción de la autoridad presidencial lograda a partir del 2003 le permitieron al Estado nacional reabsorber, a través de organismos como el ANSES y políticas como la Asignación Universal, parte de las facultades sociales delegadas a los municipios, el poder de los intendentes se había consolidado, como demuestra el ascenso, quemando etapas, de algunos de ellos a la escena política nacional. Frente a este nuevo paisaje, el kirchnerismo inició una estrategia de articulación directa con los municipios a través de la ayuda social y la obra pública, que le permitió evitar la construcción de un sub-sistema provincial sustraído de su control como había ocurrido con el duhaldismo durante los 90. La nueva pax conurbana fue condición del inédito cuadro de gobernabilidad política y estabilidad económica de la última década.
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Pero por debajo de este mar sereno sucedían muchas cosas. Aunque el conurbano aparece ante la opinión pública como una colección de feudos azotados por el clientelismo y el voto cautivo frente a la supuesta racionalidad e independencia de criterio del informado votante porteño, lo cierto es que detrás de la fachada monolíticamente peronista se cocinan caldos espesos: aparatos supuestamente inconmovibles que fracasan rotundamente (en 2009 y 2011), elecciones más competitivas de lo que se piensa y un faccionalismo peronista que habilitó recambios: de hecho, tras los resultados de las PASO de agosto al menos 8 de los 24 intendentes del Gran Buenos Aires no podrán ser reelegidos.
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Volvamos al principio. Formateado a través de una larga serie de reformas que fluyeron sin planificación, el conurbano ni siquiera tiene límites precisos: los 24 partidos que lo integran pueden pertenecer a una región educativa, una sección electoral, un departamento judicial o una región sanitaria diferentes. Mientras que desde hace medio siglo la capital mantiene sus límites geográficos intactos y sus habitantes por debajo de los tres millones, el conurbano se ha ido expandiendo hasta duplicar su extensión y triplicar su población, que hoy araña los diez millones de personas.
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En este contexto, resulta notable que la cuestión territorial se encuentre prácticamente ausente del debate político. El poder militar, que durante casi dos siglos marcó el pulso del país, le imprimía cierta dimensión territorial a la política: para los militares, un país es antes que nada un espacio y un perímetro cuya seguridad hay que garantizar mediante desplazamientos que no reparan en arraigos ni pertenencias. Apenas concluida la dictadura, fue Raúl Alfonsín quien, con su proyecto de trasladar la capital a Viedma, formuló el último intento por corregir de un solo golpe el desequilibrio territorial de Argentina. Menem nunca se ocupó del tema y el kirchnerismo repensó el territorio a través de la integración de la periferia nacional por la infraestructura, con la incorporación de provincias como Chaco, Formosa y Corrientes al gasoducto del NEA, la articulación de la Patagonia con el sistema eléctrico interconectado y la construcción de nuevas rutas. 
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Por eso resulta interesante la propuesta de Daniel Scioli de crear un Ministerio de Ciudades y Territorios, como el que funciona en Brasil desde que la Constitución de 1988 estableció el “derecho a la ciudad” en su catálogo básico, que contribuya a revisar la organización geográfica del país. Si se concreta, la primera tarea del organismo, quizás antes que cuestiones más presentes en el debate público, como los reclamos de los productores agropecuarios de la zona núcleo, debería ser la creación de alguna instancia de coordinación entre el gobierno de la ciudad, el de la provincia y los 24 municipios que –con la excepción notable del Ceamse y la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo– hoy se encuentran funcionalmente desconectados, incluso para gestionar cuestiones tan necesariamente conectables como ¡el transporte! 
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Pero para eso será necesario emprender casi diríamos una batalla cultural, que complemente el imaginario mediático del conurbano con uno que, sin caer en la nostalgia pava de “cuando los chicos salían a jugar a la vereda”, ponga el foco en esa civilización hecha de reivindicaciones plebeyas e imaginación popular que todavía late debajo de la barbarie del clientelismo, las cámaras de seguridad y los escombros de todas las crisis“.
La mirada de Natanson, claro, es desde la Ciudad Autónoma; y desde ese “no lugar” que es la academia. Por eso mismo, Manolo, Fabián, aporta la claridad del que lo ve desde afuera. Que es distinta, ni mejor ni peor, que la que tiene el que lo siente de adentro.
Para mí, tiene la lucidez de darse cuenta que lo cultural es necesario para darse una identidad común. Con los aparatos y los códigos políticos no basta; son necesarios el rock, el cine, las novelas. Por eso elegí el título del posteo.
Ahora, como soy un tipo práctico y “realpolitik”, subrayé lo del Ministerio de Ciudades y Territorios que planea Scioli. No porque crea que un organismo burocrático resuelva nada por sí mismo. La clave es que los fondos que el Estado Nacional canaliza, y va a seguir, canalizando a los municipios incorporen un pensamiento planificador desde la Nación. No es que los intendentes van a hacer lo que el señor ministro diga; seguro que no. Habrá – algo conozco de burocracias – un tira y afloja entre los técnicos, sus planes regionales y la realidad y los intereses locales.

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