G. CICHELO / ARTEPOLITICA
I) Néstor Kirchner y Cristina Fernández han sido herederos de la tradición política setentista. Heredar una tradición no es replicarla ni desconocerla; hacerse cargo del patrimonio setentista es, en el mejor de los casos, elaborar su tragedia. Una consecuencia de dicha elaboración tal vez sea cuestionar uno de los nervios vitales que enhebraron aquellos años: la creencia en una ley inexorable de la historia que naturalmente llevaba las cosas a la crisis definitiva del capitalismo y alumbraba una solución superadora, el socialismo (en sus distintas modulaciones).
Aliada o partera de la historia, la militancia podía vivir su lucha contra las dolorosas injusticias de la explotación capitalista, con un ánimo calado de entusiasmo, optimismo o triunfalismo, en tanto se reconocía enancada en esa corriente que empujaría las cosas, tarde o temprano pero irremediablemente, a un solo puerto, al Hombre nuevo, la sociedad sin clases, un orden económico justo. El progreso como ley histórica.
Qué fácil es decir ahora que aquello habrá estado en la base de la sobrestimación de las fuerzas propias y del menosprecio de las del adversario. Qué posible es entender, de acuerdo a esta cifra, los errores tácticos, las temerarias resoluciones, las precipitaciones que creyeron ver realidades allí donde había embrionarios deseos. Pero qué negligente sería hoy para un movimiento político de masas con voluntad de poder, no leer convenientemente esos impasses.
Una de las conclusiones es, entonces, que la historia de las sociedades no marcha de acuerdo a un plan preestablecido, no “progresa” guiada por un propósito mayor que los sujetos y los hechos tienden a realizar necesariamente, sino que es contingente, incierta y sus logros son frágiles. Las conquistas sociales del peronismo tras el golpe de 1955, las experiencias revolucionarias de los años ’60 en América Latina y los atolladeros del socialismo real en la Unión Soviética y Europa del este, nos advierten hasta qué punto pueden ser delicados y perecederos esos emprendimientos. Nada está asegurado para siempre, por más justicia, por mejores argumentos que sustenten esas transformaciones.
II) El kirchnerismo llega a la instancia de decidir su sucesión, después de doce años de gobierno, habiendo producido un acontecimiento inédito: como ningún otro presidente desde el regreso democrático, Cristina Fernández llega al final de su mandato con un nivel alto de aprobación de gestión, en un contexto de estabilidad económica y con una participación intensa y entusiasta de la militancia. Ha logrado sortear corridas bancarias, innumerables operaciones mediáticas, sublevaciones policiales con saqueos, dos derrotas electorales importantes, crisis políticas en torno de sus vicepresidentes, reveses judiciales locales y extranjeros, etc. Ha capeado estos temporales con inteligencia y movilización popular, pero no sin heridas.
El gobierno nacional enfrenta un endurecido núcleo antikirchnerista profusamente amplificado por los grandes medios y lo hace ante la mirada expectante de un todavía importantísimo sector de la población no interpelado ni interesado por la política (por no decir con un ethos antipolítico). Que siga en pie dominando la escena no consiente la estabilidad de ningún triunfo, dado que la constancia y variedad de los ataques dan cuenta de la naturaleza y el poder de fuego de adversarios que, aún no pudiendo articular durante una década una ofensiva electoral segura, cuentan con recursos y aliados internacionales de enorme envergadura.
El contexto internacional, por otra parte -bajo la infausta estrella de la financiarización de la economía mundial- viene enrareciéndose desde la crisis de 2008. La baja del precio de las comodities causó dificultades por la restricción externa en la necesidad de dólares, ante un panorama muy cerrado en el financiamiento por la presión de los fondos buitre, mientras todavía no existe una fuerte burguesía local que decida invertir vigorosamente y con sentido nacional y así sustituir importaciones.
Asimismo, asistimos en la región a una disputa política por imponer una restauración conservadora y debilitar el bloque, y al mismo tiempo al repliegue de Estados Unidos de Medio Oriente, que puede suponer una atención mayor de sus ojos imperiales sobre Latinoamérica, justo en un momento en que no es descartable un relevo que lleve al partido Republicano –sostenido y financiado por buitres como Paul Singer y los hermanos Koch- nuevamente a la Casa Blanca. Axel Kicillof, al referirse recientemente al encomiable resultado de la renegociación de la deuda externa argentina y la coerción de los fondos buitre, afirmó algo que subraya la naturaleza del peligro: “es un ejemplo demasiado complicado para dejarlo en pie”.
No es un horizonte catastrófico porque nada está ya jugado, pero son señales que merecen atención. En esta coyuntura nacional e internacional, la contienda electoral de octubre próximo se encuentra abierta y polarizada entre el Frente para la Victoria y una opción de derecha, claramente neoliberal, lo que supone un riesgo muy cierto de volver a políticas que debiliten a un Estado Nacional que es el único palo de piedra que puede trabar la boca abierta de un mercado que tritura y expulsa a los sectores populares. Este peligro adquiere en este momento, pese a todos los logros y la consistencia del fin de mandato kirchnerista, visos preocupantes. Y es en este momento –y teniendo en cuenta todos estos elementos- cuando Cristina Fernández ha debido incidir en la sucesión y ha dado su apoyo a una fórmula electoral encabezada por Daniel Scioli.
III) ¿De dónde extrajo las razones de esa opción? Conjeturo: de su lectura de la experiencia setentista, de la elaboración de las consecuencias de aquella apuesta. Cristina Fernández viene introduciendo en sus últimos discursos cada vez más expresiones que llaman a “cuidar los logros”, a “defender lo obtenido”. No digo que ya no hable de profundizar el proyecto, pero es notorio que avizora una etapa en la que será imperioso afirmarse en posiciones lo más seguras posibles para custodiar lo alcanzado hasta aquí, para evitar retroceder, para consolidar determinados bastiones.
Tal vez cuidar y defender sean los verbos de la nueva etapa política. Pido que se me permita una comparación, que expreso con todas las salvedades y dejando en claro las notorias diferencias –sé que los actores y las formas de la confrontación son distintas. Sin embargo, creo que es útil rastrear los posibles parentescos. Rodolfo Walsh participa, hacia fines de 1976 y principios de 1977, en la redacción de una serie de documentos muy críticos respecto de la conducción de la organización Montoneros. Se trata de reflexiones críticas sobre lo que califica como una visión triunfalista de esa conducción (“un notable exceso de optimismo”), visión que la lleva a transformar la realidad a gusto de su identidad política en vez de trabajar aceptando los elementos adversos pero propios de esa realidad para intentar producir cambios (“ganar la representatividad de nuestro pueblo”). Para eso recomienda no precipitarse, pensar en plazos largos. “Tenemos todo el tiempo del mundo”, pero siempre con la prudencia suficiente que permita “poner la correcta distancia entre los objetivos lejanos y la dura realidad actual”.
Walsh escribe estas reflexiones a meses del golpe militar. Está viendo como pocos un horizonte extremadamente riesgoso y advierte que debe rectificarse el enfrentamiento directo, el avance en línea recta contra la dictadura. Su análisis lo lleva a proponer un consejo ante la encrucijada: “Se ha hecho un pronunciamiento prematuro sobre el agotamiento del peronismo y de ese pronunciamiento derivaron decisiones de importancia capital que hoy están sometidas a prueba (…) las masas se están replegando hacia el peronismo que nosotros dimos por agotado (…) se repliegan hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea, los componentes de su identidad social y política”.
En consecuencia, considerando lo oportuno, lo urgente que es “desplazarse de posiciones más expuestas hacia posiciones menos expuestas”, termina aconsejando –lejos de cualquier triunfalismo y evaluando las reales correlaciones de fuerza- que “el partido debió y aún debe replegarse hacia el peronismo”. Propone entonces un regreso táctico hacia un terreno más seguro, aplazando cualquier ofensiva para hacerse fuerte en una resistencia que permita resguardar las fuerzas populares a la espera de un tiempo propicio. Ese terreno en la cultura política argentina ha sido el peronismo. El consejo –lo sabemos- no fue tenido en cuenta y el saldo fue trágico.
Tal vez Cristina Fernández de Kirchner a la hora de decidir su sucesión, haya sentido la fuerte interpelación de aquella tradición, y haya concebido al peronismo como el más seguro y resistente terreno de repliegue.
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