Georg Blume | Desde la publicación de su exitoso El capital en el siglo XXI, el francés Thomas Piketty se ha convertido en uno de los economistas más influyentes del mundo. Sus tesis en favor del reparto de los ingresos y la riqueza despertaron el pasado año un debate en todo el mundo. En una conversación con Die Zeit, interviene con contundencia en el debate europeo sobre la deuda.
–¿Podemos alegrarnos los alemanes de que ahora también el gobierno francés defienda los dogmas de la política de austeridad alemana?
–De ninguna manera. Ese no es un motivo de alegría ni para Francia ni para Alemania, y menos aún para Europa. Por el contrario, tengo un gran temor de que los conservadores, en especial en Alemania, estén a punto de acabar con Europa y la idea de Europa. Y esto por una alarmante falta de memoria histórica.
–Nosotros, los alemanes, nos hemos confrontado con nuestra historia.
–¡Pero no en lo que se refiere a la cancelación de la deuda alemana! Para la Alemania de hoy debería ser importante recordarlo. Eche una mirada a la historia de las deudas públicas: Gran Bretaña, Francia y Alemania estuvieron en la misma situación que la Grecia actual, sus deudas eran incluso mayores. La primera lección que puede extraerse de la historia de la deuda pública es que no nos enfrentamos a un problema novedoso. Siempre ha habido muchas posibilidades de amortizar las deudas. Y no sólo una, como Berlín y París quieren hacer creer a los griegos.
–¿Pero no deberían pagar sus deudas?
–En mi libro se relata la historia de la renta y el patrimonio, incluidos los públicos. Al escribirlo se me hizo patente que Alemania es el perfecto ejemplo de país que nunca ha pagado sus deudas públicas. Ni tras la Primera ni tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sí hizo que otros las pagaran, por ejemplo, tras la guerra franco–alemana de 1870, cuando exigió a Francia un alto pago y lo recibió. Debido a eso, el Estado francés sufrió el peso de las deudas durante decenios. Lo cierto es que la historia del endeudamiento público está llena de ironía. Pocas veces responde a nuestra idea de orden y justicia.
–¿Y no podemos concluir de ahí que hoy no podemos hacerlo mejor?
–Cuando oigo hoy decir a los alemanes que su comportamiento con respecto a las deudas es muy ético y creen firmemente que hay que pagarlas, pienso: ¡están de broma! Alemania es el país que nunca ha pagado sus deudas. En eso no puede dar lecciones a otros países.
–¿Quiere recurrir a la historia para presentar como ganadores a los países que no pagan sus deudas?
–Alemania es precisamente un estado así. Pero espere, la historia nos muestra dos posibilidades para que un estado altamente endeudado pague sus deudas. Una, la ejemplifica el reino británico en el siglo XIX, tras las costosas guerras napoleónicas: es el método lento, el que hoy se le recomienda a Grecia. El país fue arañando entonces dinero para la deuda mediante una rigurosa gestión presupuestaria. Es cierto que funcionó, pero se prolongó durante un tiempo extremadamente largo. Durante cien años, los británicos destinaron entre el 2% y el 3% del rendimiento de su economía a amortizar la deuda, más de lo que gastaban en escuelas y educación. No tenía por qué ser así, y tampoco tendría por qué serlo hoy. El segundo método es mucho más rápido.
Alemania lo ha puesto a prueba en el siglo XX. Consta esencialmente de tres componentes: inflación, un impuesto especial al patrimonio privado y recortes de la deuda.
–¿Quiere ahora decir que nuestro milagro económico se basa en los recortes de la deuda que hoy negamos a los griegos?
–Exacto. Al final de la guerra, en 1945, el Estado alemán tenía una deuda de más del 200% de su producto nacional. Diez años después poco quedaba de eso, la deuda de estado estaba por debajo del 20% del producto nacional. En esa época, Francia consiguió llevar a cabo una maniobra parecida. Pero nunca hubiéramos alcanzado una reducción tan rápida de la deuda con las medidas de política presupuestaria que en la actualidad se le recomiendan a Grecia. En lugar de ello ambos países emplearon el segundo método, con los tres componentes mencionados, incluido el recorte de la deuda. Piense en la Conferencia sobre la Deuda, de Londres, en 1953, en la que se anuló el 60% de la deuda exterior alemana, y además se reestructuraron las deudas de la joven República Federal. Hermann Josef Abs firma el Acuerdo de Londres sobre la deuda, el 27 de febrero de 1953. Eso sucedió debido a la idea de que las elevadas compensaciones exigidas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial fue uno de los motivos que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. Esta vez se quiso perdonar a los alemanes sus pecados. ¡Tonterías! Eso no tuvo nada que ver con puntos de vista éticos, sino que fue una decisión racional de política económica. Entonces reconocieron, correctamente, que tras grandes crisis que tienen como consecuencia un elevado endeudamiento, en algún momento se llega al punto en que hay que volver la vista hacia el futuro. No se puede exigir a las nuevas generaciones que paguen durante lustros los errores de sus padres. Los griegos han cometido sin duda grandes errores. Hasta 2009, los gobiernos de Atenas han estado falseando las cuentas del Estado. Pero la joven generación de griegos no es hoy más responsable de los errores de sus padres que la joven generación de alemanes de los años ’50 y ’60. Ahora tenemos que mirar hacia delante. Europa se fundó sobre el olvido de la deudas y la inversión en el futuro. Y no sobre la idea de la penitencia eterna. Hemos de recordar esto.
–El final de la Segunda Guerra Mundial supuso una ruptura civilizacional. Europa parecía un campo de batalla. Hoy es diferente.
–Sería un error rechazar la comparación con la época de posguerra. Tomemos la crisis financiera de 2008–2009: ¡no fue una crisis cualquiera! Fue la mayor crisis financiera desde 1929. De modo que tenemos que establecer estas comparaciones históricas. Esto es también aplicable al producto nacional griego: entre 2009 y 2015 se ha reducido un 25%. Esto es equiparable a la recesiones en Alemania y Francia entre 1929 y 1935.
–Muchos alemanes creen que los griegos no han comprendido sus errores hasta hoy y simplemente quieren continuar con su elevado gasto público.
–Si en los años ’50 os hubiéramos dicho a los alemanes que no os habías responsabilizado lo suficiente de vuestros errores, todavía estaríais saldando vuestras deudas. Afortunadamente fuimos más inteligentes.
–El ministro de Finanzas alemán parece creer, por el contrario, que una salida de Grecia de la eurozona podría consolidar Europa más rápidamente.
–Si empezamos por expulsar a un país, se agudizará la grave crisis de confianza en la que hoy se encuentra la eurozona. Los mercados financieros apuntarían enseguida al siguiente país. Sería el comienzo de una larga agonía con la que corremos el riesgo de sacrificar el modelo social de Europa, su democracia, su civilización incluso, en el altar de una política conservadora, irracional, con respecto a la deuda.
–¿Cree usted que los alemanes no somos lo bastante generosos?
–¿Generosos? ¿De qué me está hablando? Hasta ahora Alemania ha salido ganando con Grecia al conceder al país créditos a un interés muy elevado, comparativamente hablando.
–¿Qué es lo que usted propone para resolver la crisis?
–Necesitamos una conferencia sobre toda las deudas de Europa, al igual que tras la Segunda Guerra Mundial. Una reestructuración de la deuda es inevitable no solo en Grecia, sino en muchos países europeos. Ya hemos perdido seis meses con las totalmente turbias negociaciones con Atenas. La idea del eurogrupo de que Grecia consiga en el futuro un superávit presupuestario del 4% y saldar con él sus deudas en los próximos treinta o cuarenta años está aún sobre la mesa. Es decir, que en 2015 se consiga un superávit del 1%, en 2016 el 2%, en 2017 un 2,5%. ¡Es una locura! Eso no sucederá. De ese modo estamos aplazando el necesario debate sobre la deuda hasta las calendas griegas.
–¿Y qué vendría después de un gran recorte de la deuda?
–Es necesaria una nueva institución democrática europea que determine el nivel de deuda tolerable que impida un repunte de las deudas. Podría ser, por ejemplo, una cámara parlamentaria constituida a partir de los parlamentos nacionales. No se puede arrebatar a los parlamentos las decisiones presupuestarias. Socavar la democracia en Europa, como hace hoy Alemania al insistir en aplicar los automatismos regulatorios impulsados sobre todo por Berlín, es un gran error.
–Su presidente, François Hollande, acaba de fracasar con su crítica al pacto fiscal.
–Eso no mejora las cosas. Si en los últimos años en la Comunidad Europea las decisiones se hubieran tomado de manera democrática, en toda Europa tendríamos una política de austeridad menos estricta.
–Pero en Francia ningún partido está por la labor. La soberanía nacional se considera sagrada.
–De hecho hay más gente que se plantea la cuestión de una refundación democrática de Europa en Alemania que en Francia, con sus numerosos devotos de la soberanía. Además, nuestro presidente se sigue manteniendo preso del fracaso del referéndum sobre la Constitución Europea en Francia. François Hollande no comprende que con la crisis financiera las cosas han cambiado mucho. Tenemos que superar los egoísmos nacionales.
–¿Qué egoísmos nacionales ve que operen en Alemania?
–Me parece que Alemania está hoy muy marcada por la reunificación. Durante mucho tiempo se ha temido que eso provocara un retroceso económico. Sin embargo, luego, la reunificación funcionó muy bien, gracias a un modelo social operativo y unas estructuras industriales intactas. Pero el país está tan orgulloso de este éxito que da lecciones a todos los demás países. Esto es un poco infantil. Naturalmente, comprendo lo importante que ha sido la exitosa reunificación para, por ejemplo, la historia personal de la canciller Angela Merkel. Pero ahora Alemania tiene que cambiar de idea. De lo contrario, su posición con respecto al problema de la deuda será un gran peligro para Europa.
–¿Qué aconseja a la canciller?
–Aquellos que hoy quieren expulsar a Grecia de la eurozona acabarán en el basurero de la historia. Si la canciller quiere asegurarse un puesto en la historia, como el que se ganó Kohl con la reunificación, debe entonces aplicarse para llegar a un acuerdo en la cuestión griega, además de impulsar una conferencia sobre la deuda a partir de la cual empezar desde cero. Pero a continuación con una nueva disciplina presupuestaria, mucho más estricta que antes.
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