viernes, 3 de julio de 2015

YRIGOYEN, EL MANTENIMIENTO DE LA TIERRA FISCAL Y SU SUBDIVISION


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Hipólito Yrigoyen es uno de los hombres más influyentes en la historia 
del país. El yrigoyenismo, como el rosismo antes, como el peronismo 

después, ha sido considerado uno de los movimientos populares 
más extensos y más profundos en la historia nacional. La marca 
del líder del radicalismo fue la de la creación del primer 
movimiento de masas con participación electoral.
 También, la del fin del régimen oligárquico e incluso la de la primera
 intervención estatal a favor de los trabajadores en un conflicto con
 la patronal.
Nacido el 12 de julio de 1852 en una Buenos Aires vencida en la 
Batalla de Caseros, hijo de vascos y nieto de un seguidor de 
Rosas ahorcado por sus opositores, Juan Carlos Hipólito del Sagrado
 Corazón de Jesús Yrigoyen tuvo en el joven Leandro N. Alem, su tío,
 el modelo político a seguir.
Militó con él de muy chico en el Partido Autonomista de Adolfo Alsina y, por
 recomendación suya también fue nombrado, con sólo 20 años,
 Comisario de Balvanera. Lo siguió también en su ruptura con el 
autonomismo, siendo electo diputado provincial, más tarde diputado 
nacional por el roquismo y alejado de la fuerza dominante, hacia fines
 de la década de 1880, hizo sus pasos hacia la conformación de una nueva
 fuerza política: la Unión Cívica, posteriormente, Unión Cívica Radical.
Profesor de colegio, luego pequeño hacendado, dedicó sus energías y 
dinero a la política, aunque no dejó de tener numerosas e informales 
relaciones amorosas, fruto del cual nació una hija, Elena, la única reconocida.
A partir de 1890, descreído del régimen existente, participó 
activamente de las revoluciones cívicas, 1890, 1893 y 1905. Su crecimiento 
como líder vino de la mano de la ruptura política con su tío, quien se
 suicidaría en 1896. No obstante el fracaso de las insurrecciones organizadas,
 la presión del intransigente radicalismo y de las luchas obreras llevaron
 a la apertura electoral hacia 1912, con la Ley Sáenz Peña. Primero
 fueron los triunfos provinciales y, finalmente, en 1916, sobrevendría el gran
 cambio: por primera vez se elegía por voto 
secreto y masculino un presidente en el país.
El primer mandato de “el peludo” o “el vidente”, duró hasta 1922.
 En 1928, con el radicalismo ya claramente dividido en personalistas 
y antipersonalistas, alcanzó su segundo mandato, que terminaría 
abruptamente en 1930, con un golpe militar encabezado por José Félix 
Uriburu. Yrigoyen fue detenido y confinado en la isla Martín García.
 Fallecería en Buenos Aires, el 3 de julio de 1933.
Lo recordamos en esta oportunidad con las palabras que dirigiera al
 gobernador de Santiago del Estero el 17 de septiembre de 1920 
advirtiéndole sobre el retraso que implicaría para su provincia la venta en un 
solo lote de un millón setecientas mil hectáreas de tierras fiscales, que el 
gobernador se proponía vender para afrontar las dificultades financieras. 
Tal medida significaba caer en el concepto anacrónico del latifundio
 que retarda el progreso, sustrayendo esas grandes extensiones de toda 
útil y vigorosa labor colectiva”. También se refería a las ventajas de disponer 
de la tierra pública en el momento oportuno “en la proporción más subdividida 

Santiago del Estero, 17 de septiembre de 1920, en Gabriel del Mazo
 (comp.), El pensamiento escrito de Yrigoyen, Buenos Aires, 1945, pág. 85-86.
Mantenimiento de la tierra pública
Ha llegado a conocimiento de este gobierno el decreto de V.E. ofreciendo
en venta en un solo lote un millón setecientas mil hectáreas de tierras
fiscales. La trascendencia de este acto, impulsado, sin duda, por los
 más sanos propósitos, me deciden a hacer conocer a V.E. la opinión que
le merece al Poder Ejecutivo nacional, considerando, a la vez, que de no
 proceder así, faltaría a un alto deber de solidaridad nacional y aún de
consideración personal a V.E.
La venta de esa grande extensión de tierra fiscal salvará acaso las dificultades
 financieras de esa provincia y permitirá al gobierno de V.E. llenar las
 necesidades públicas a que se alude en el decreto, pero ninguna de
 esas ventajas compensarían las consecuencias que ha de acarrear a la
provincia una enajenación de esa importancia, por remunerativo que llegara
a resultar su precio.
La tierra pública, empleada como elemento de trabajo, es el más poderoso
 factor de civilización, de ahí que una nación del grado de cultura a que ha
llegado la nuestra, no deba desprenderse de sus tierras sino para entregarlas
a la labor de muchos, a la colonización intensa y a la radicación de hogares
 múltiples. De otra manera, se cae en el concepto anacrónico del latifundio que
 retarda el progreso, porque especula a sus expensas, sustrayendo esas
 grandes extensiones de toda útil y vigorosa labor colectiva.
Felizmente y tras grandiosos esfuerzos, estamos en pleno renacimiento de
 vida y de valores nacionales; pero no hemos llegado todavía a la hora en que
 convenga desprenderse de la propiedad raíz que ha de fundamentar los
 mayores desenvolvimientos de la nacionalidad. Bueno es disponer de la tierra
pública en la proporción más subdividida posible, pero es necesario hacerlo en
 tiempo y razón para alcanzar todos los beneficios que justamente deben esperarse
de la riqueza nativa.
Estos conceptos han inspirado la política seguida por el gobierno nacional que,
como V.E. sabe, la llevó a cabo con éxito, reivindicando las grandes extensiones
 que se habían sustraído al patrimonio de la Nación y a la aplicación que
 sociológica y científicamente debe dárseles. La enajenación en esa forma
 satisface objetivos fiscales, pero no económicos, y las mismas obras de progreso
 que V .E. debe realizar, se resentirán de inmediato del empobrecimiento de la
provincia a que la condena el hecho de disponer de esas tierras que deberán
 determinar su engrandecimiento futuro.

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