POR UN IMPUESTO BANCARIO EUROPEO
Por Thomas Piketty *
Alemania tiene razón al querer hacer pagar una parte del costo del desastre actual a los bancos y otras instituciones financieras que le prestaron dinero a Grecia, a veces a tasas muy altas. Pero hay que hacerlo de manera ordenada, justa y controlada, mediante un impuesto europeo específico a los bancos, y no a costa de un default parcial del Estado griego.
¿Cuál es la diferencia? Es totalmente distinto. El problema del default es que resultará imprevisible en sus consecuencias. Se comienza mediante una reducción del valor de todos los títulos griegos en un porcentaje dado, digamos el 50 por ciento: los que prestaron 100 recibirán sólo 50 (reducción o haircut del 50 por ciento, para utilizar la expresión consagrada). Pero como los bancos se pasan el hierro caliente miles de veces, a menudo con múltiples contratos de seguros que los unen entre sí (sobre todo los famosos CDS, Credit Default Swaps, instrumentos que permiten in fine jugar a la lotería respecto de la probabilidad de un default griego) y los actores que poseen deuda griega a veces ni siquiera lo saben (por ejemplo, en estos últimos años numerosos ahorristas tomaron paquetes de deudas europeas en sus contratos de seguro de vida y pocos leyeron la letra chica), nadie sabe quién va a terminar pagando la cuenta. No hay ninguna razón para creer que el reparto del esfuerzo será justo: en materia financiera, los jugadores más importantes suelen estar mejor informados y se deshacen de los productos tóxicos a tiempo. Y, sobre todo, hay varias razones para pensar que los efectos en dominó en los balances bancarios producirán movimientos de pánico en el sistema financiero europeo, incluso quiebras en cadena. Más aún si los mercados comienzan a anticipar que una misma estrategia de default y de haircut salvaje se aplicará a la deuda de otros países con dificultades.
Las grandes instituciones financieras, que parecen tan poderosas, en realidad son extremadamente frágiles: no poseen casi nada por ellas mismas. Sus balances ponen en juego activos y pasivos colosales (1 billón de euros para un banco medio, es decir, el 500 por ciento del PBI griego) pero sus fondos propios suelen ser muy frágiles (digamos 10.000 millones de euros). Un default griego podría causar desastres terribles.
Francia y el Banco Central Europeo (BCE) tienen razones para no desear el default. Pero la solución francesa, basada en una contribución puramente voluntaria de los bancos, tiene pocas chances de imponerse. A grandes rasgos, la idea es llamar a algunos amigos banqueros para pedirles gentilmente que retengan por más tiempo que el previsto la deuda griega y que les renueven el préstamo, sin especificar la moneda de cambio. Los problemas europeos no se arreglarán de este modo. Francia debería apoyar la fuerte y legítima voluntad alemana de “hacer pagar a los bancos” para negociar la creación de una verdadera tasa o contribución bancaria europea que permita hacer que el sector financiero participe en la reestructuración en curso.
La inmensa ventaja de un haircut “fiscal”, a diferencia de un haircut “salvaje”, es que se pueden volver a calibrar la base fiscal y la tasa de contribución, de manera que sólo se haga pagar a los bancos que tienen los medios para hacerlo y se evite todo tipo de pánico. Una tasa de esta naturaleza podría ser el embrión, modesto pero real, de una nueva fiscalidad europea: los impuestos se crean en períodos de crisis, y justamente para responder a una necesidad precisa. Incluso si esto no se ha dicho de manera tan explícita, la propuesta del BCE va en el sentido de crear un verdadero Ministerio de Finanzas europeo (¿se puede tener un Ministerio de Finanzas sin impuestos?).
En concreto, ¿cómo sería un impuesto de este tipo? Si se calcula la contribución sobre la base del porcentaje de los activos griegos que se encuentran en manos de las diferentes instituciones financieras, entonces la tasa sería exactamente equivalente al default y produciría los mismos efectos nefastos. Algunos bancos, que poseen muchos activos griegos pero poca liquidez, podrían quedar en rojo. Por lo tanto, para asegurarse de que sólo aporten los bancos que tengan los medios para hacerlo, se podría decidir que la tasa se base sólo en los beneficios. La contribución bancaria sería entonces un suplemento europeo del impuesto a los beneficios y el inicio potencial de un verdadero impuesto europeo a las empresas. Es posible imaginar una solución intermedia que se apoye en parte en estas dos bases fiscales. O bien una base que se apoye en los fondos propios de cada banco, lo que tendría muchas ventajas para una regulación financiera y prudencial. En cualquier caso, este es el debate europeo que hay que dar.
* Publicado en el libro La crisis del Capital en el siglo XXI (editorial Siglo Veintiuno).
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