Por Andrés Malamud* :: @andresmalamud
Sergio Massa, la figura más refulgente de la política argentina desde Francisco De Narváez, acaba de eclipsarse quizás definitivamente. ¿Por qué cayó? La gente quiere saber.
Una primera hipótesis sugiere que no cayó sino que nunca subió. En diciembre de 2012 tuve la oportunidad de tejer escenarios con el mejor formado de sus lugartenientes. Él, como todo el entorno, desesperaba por que Sergio “jugase”. Del arrastre de Massa como diputado dependían los intendentes amigos: sin él perderían la elección de concejales arriesgando la destitución. Pero la jugada no era sólo defensiva: ganándole al kirchnerismo, razonaban, la elección presidencial sería un trámite. Algunos ya repartían ministerios. Mi análisis de que todas las opciones de Massa eran malas no cayó bien. Lo que argumenté era simple: ni una diputación ni una intendencia son buenas plataformas presidenciales; el camino a la Rosada debe hacer escala en una gobernación. La irritación fue notable. Sólo un borgeano senador siguió el raciocinio hasta sus últimas consecuencias: “tenemos que aceptar que quizás a Sergio no le convenga lo mismo que a nosotros”. La diáspora estaba predestinada.
Pero supongamos que el sueño era posible y analicemos las causas del brusco despertar.
Primero, una elección legislativa no es ejecutiva. El diputado Francisco De Narváez arrasó en las elecciones bonaerenses de 2009. Le ganó al mismísimo Néstor Kirchner. Hoy lidera un bloque unipersonal. Graciela Fernández Meijide y Lilita Carrió también triunfaron en elecciones intermedias pero no repitieron su desempeño en las decisivas. Los votantes son expresivos cuando hay poco en juego, pero estratégicos cuando se juega por plata. Interpretar 2013 como antesala de 2015 fue digno de principiantes.
Segundo, una elección provincial no es nacional. “El país votó por un cambio” y “voto castigo al Gobierno”, titularon los diarios el 28 de octubre de 2013. “Massa arrasó y se abre una nueva etapa política”, fantasearon. Contaron mal. En 17 distritos ganaron los oficialismos locales. El FpV triunfó en la mitad de las provincias. El fin de ciclo fue un espejismo conurbano-porteño. Parafraseando a Frank Underwood, la provincia de Buenos Aires está muy sobreestimada.
Tercero, un intendente no es un gobernador. Los veinte mosqueteros del Frente Renovador gobernaban millones de personas pero ninguna provincia. Massa dependía de ellos para inaugurar obra pública, nombrar empleados o entregar subsidios, y ellos dependían de recursos que no recaudan. En Argentina el federalismo tiene dos niveles, no tres.
Cuarto, el Frente Renovador carece de anclaje en el mapa político. En marzo de 2014 mostramos, con Ernesto Calvo, que Massa se encontraba en el centro del espacio opositor: en lugar de posicionarse cerca de los demás peronistas aparecía rodeado por un semicírculo en el que sobresalían Binner, Sanz, Cobos, Alfonsín y Macri. Nos preguntamos entonces si estaría en el eje de la coalición opositora o en su línea de fuego. La estrategia del Frente Renovador consistía en rapiñar dirigentes de todos los cuadrantes, pero la falta de anclaje sugería que la fluidez del reclutamiento estaba anticipando la de la fuga. Quien comenzó sentado a la mesa acabó en el menú.
Quinto, el problema de la manta corta. El FR tenía su base en veinte municipios bonaerenses, pero una candidatura presidencial requiere mucho más. El problema es que los socios fundadores ya se habían repartido el gobierno. A medida que nuevos dirigentes se subían a la promesa de victoria, las porciones del botín disminuían. Y cuando las promesas se licuaron y la manutención de los municipios quedó en riesgo, los intendentes hicieron lo de siempre: jugar sobre seguro y asegurarse la reelección. Así, la pesadilla de Massa se desplazó de los jueces sacapresos a los ministros sacaintendentes.
Sexto, la tenaza gobierno-oposición. El FR apostó a la ancha avenida del medio y se encontró en un angosto callejón sin salida. La recuperación política del gobierno y la alianza opositora UCR-PRO secaron sus fuentes de abastecimiento. Sí, los partidos cuentan. En escenarios de incertidumbre, ordenan los mapas mentales y crean lazos de identificación colectiva. Tanto el PJ como la UCR demostraron resiliencia, mientras el PRO reclutaba fuera de la política en vez de rapiñar adentro. La desesperación cundió entre los estrategas del FR, pero artificios como el Tajaí generaron más burla que empatía. Vélez fue el canto del cisne.
Y el séptimo día Massa descansó. Ya no había nada más que hacer.
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