Y hoy el cuyano Marcelo Padilla, peronista, kirchnerista y muy crítico del kirchnerismo local (bastante frecuente esa combinación, les digo)nos cuenta esto:
“La Argentina vive un remezón cultural y político desde hace por lo menos una década y media. El 2001 marcó un quiebre del que ya se ha hablado y escrito mucho. No obstante, no hay temas cerrados y aunque muchos quieran bajar la persiana, el ojo que mira está ahí, parpadeando ante las multitudes movilizadas o descansando por el lagrimal cuando viene la calma. Del “que se vayan todos” al “ni una menos” hay un río crecido de preguntas sin respuestas, de políticas sin reparaciones, de abismos burocráticos que sobran pero que endogámicos y necesarios han hecho de su existencia su modo de vida.
Voy a empezar de entrada nomás con una afirmación fuerte: la posibilidad de las grandes manifestaciones y los reclamos sociales en todo este periodo que arranca en el 2001 y nos transita, se debe en gran medida a la potencialidad política y a la recuperación de derechos que le imprimió el kirchnerismo a la época. No hay un “ni una menos” sin kirchnerismo y mucho menos sin Cristina, presidenta mujer, símbolo de autoridad y comandancia de un proyecto político que tiene a los incluidos y a los por incluir en la discusión permanente.
La apertura de la fisura del 2001 permitió que la sociedad se movilizara y ganara las calles. Sea para apoyar o para protestar, para reclamar o para celebrar. Para denunciar o para sostener un ideario simbólico. Porque hay Cristina también hay millones de jóvenes empoderados. Y la movilización impresionante de ayer en el país y en Mendoza, especialmente de mujeres con algunos hombres acompañando, fue posible gracias a la confianza y a la autoestima que el pueblo argentino y sus sectores sociales vienen recuperando desde hace varios años.
El miércoles Mendoza se conmovió. Hubo, con el margen de tres horas, 40 mil personas movilizadas de la mañana a la noche. La visita de la presidenta a Maipú y la marcha por la tarde por “ni una menos”, más allá de los tintes partidarios, deben invitarnos a pensar que aquí las cosas están cambiando. Que muchos no quieren perder derechos y muchos otros quieren recuperarlos y decir basta a una matriz cultural que ha chocado contra la vitalidad generacional que va por más y más cambios. Miro a Mendoza desde el día completo y pienso que las pequeñas luchas cotidianas ayer se expresaron masivamente por una provincia sin silencios. Y claro está que no vivimos en ningún paraíso y que no habrá ninguno que deba instalarse como placebo. Los silencios han enfermado y el enfermo grita y luego construye en su recuperación.
Sé que a muchos no les caerá bien la imagen: lo hecho y lo que falta es parte de un proyecto que no se termina en un periodo presidencial. Porque lo que falta y siempre faltará será dicho.
Ahora se habla. Ahora se grita. Ahora se confronta. Ahora se pide. Ahora se permite. Y es que la propia sociedad, más o menos organizada según el reclamo, se lo permite a sí mismo. Se acabó el miedo. Se gastó la alfombra que ocultaba las cenizas. 40 mil personas en Mendoza un miércoles de otoño con el invierno en ciernes no es postal cotidiana; mientras, las voces opositoras rabiosas ven en el cariño a una presidenta a una manada abúlica. No señores. Pongan el grito en el cielo, porque aun así, su cielo será el techo. Que despotriquen contra el cariño y teman el reclamo masivo de miles de mujeres. Gobernar ya no será administrar, no será callar, no será ajustar y echar gente de sus trabajos. Gobernar es abrir el juego para que en él entren todos, propios y extraños.
Las pibas, los pibes, van a dar vuelta el escenario. Lo subterráneo fluye hasta que rompe el dique y explota. Estamos en plena inundación en el desierto y hay quienes miran para atrás vestidos de gerentes. “El cambio te sirve” dicen los que venden productos y no ofrecen proyectos. Pero olvidan en la consigna que el cambio viene desde abajo hace rato y se profundiza cada día, como ayer. El cambio será siempre ganar las calles“.
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